Era una pareja de ancianos que se presentaron a pagar su compra en una de las “cajas preferentes”. Ella iba delante y él detrás. En el momento de efectuar el pago, un encargado de la empresa les dijo: «¿Por qué vienen aquí? Está reservado para preferentes». A lo que el hombre respondió: «Es que somos viejos».
Insistieron, pero sin éxito. Y, entonces, cuando ya se retiraban a otra caja, él dijo un triunfal y sonoro: «¡Mierda!».
Y no pude menos que recordar el final de la batalla de Waterloo cuando un desconocido oficial francés, Cambronne, al mando de un reducido grupo de soldados que resistían hasta lo imposible, oyó gritar a un general inglés: «¡Rendíos, valientes franceses!» Y Cambronne contestó: «¡Merde!».
Comenta Victor Hugo a propósito de tal suceso (Los miserables, II, I, XV) que «dar esa respuesta a la catástrofe…, fulminar con tal palabra el trueno que os mata…, convertir la última de las palabras en la primera…, cerrar la escena de Waterloo con una frase de carnaval…, todo esto es inmenso… hacer esto, decir esto…, es ser el vencedor».
Al final de aquel desastre no había quedado para protestar más que aquel gusano, Cambronne, en cuya palabra resonaba el «alma antigua de los gigantes», añade Víctor Hugo con sarcasmo.
El viejo de la “caja preferente” se sabía perdedor, pero respondió a la derrota, fulminó a la concurrencia y cerró la escena en plan vencedor al estilo Cambronne: «¡Mierda¡».