Te vi por primera vez cuando medías 14 mm. Después pude observarte por medio de un ecógrafo, escuchar los latidos de tu corazón y mirar cómo bostezabas en el vientre de tu madre. Y ahora ya estás aquí en esta otra casa que te iremos haciendo entre todos.
Me dijeron que al principio tenías algo de prisa, pero, luego, te retrasaste un poco. A mi me parece que lo que pasó fue que te dedicaste a “cucar” por algún agujerín para ver lo que había fuera y, al comprobar el panorama, dijiste: “¡Uf! ¡Cómo está esto! Yo no salgo. Aguanto un poco más”.
Tengo muchísimas ganas de estar contigo, aunque sólo sea para contemplarte en silencio. Me imagino a tu lado viéndote descubrir el mundo, sonriendo con tus zalamerías o admirando tu asombro ante la vida. Me gustaría contarte tantas y tantas cosas… A veces pienso que no voy a tener tiempo suficiente y entonces siento tristeza, nostalgia.
Eres el mejor regalo que he recibido en mi vida; el oxígeno que permite respirar; el pequeño universo por el que podré viajar día y noche; la fuente que llenará mi casa de color y de sonidos diferentes. Eres quien mejor puede garantizar los motivos y las razones para continuar viviendo. Eres como un La Mayor, el acorde final del Nocturno Nº 10 de Frederic Chopin ─bueno, ya te diré cosas de este señor─ un acorde que suena claro, brillante, rotundo, lleno de expectativas.
Estaré orgulloso cuando des tus primeros pasos y digas tus primeras palabras o cuando señales con los dedos las cosas, igual que hacían los habitantes de Macondo de García Márquez ─también te hablaré más delante de este señor─. Te protegeré con mi debilidad, te abrazaré con mis escasas fuerzas, te besaré con mis labios temblorosos, te arroparé para verte dormir.
Quiero transmitirte, sobre todo y por encima de todo, paz y seguridad cuando te cojas de mi mano, cuando te estreche contra mi pecho, cuando te acurruque entre mis brazos.
Escalarás mi cuerpo muchas veces; tirarás de mis gafas y de los pocos pelos que me quedan; babearás mi cara, vendrás a dormir a mi cama, llenarás mi habitación de los sugerentes perfumes de tus dodotis; conseguirás tirarme al suelo y te levantarás cientos de veces mientras yo intentaré levantarme una sola vez. En resumen, te vas a hacer mi dueño, mi dulce y pequeño dueño.
Ahora sólo queda “abuelear”, como me ha dicho hoy uno de mis mejores amigos. Y, de paso, llevar un caldero colgado del cuello para ir echando mis propios baberos. La dificultad es que padezco de cervicales y algunos problemas de espalda. A ver cómo lo puedo solucionar.
Olvidaba decirte que eres el niño más guapo del mundo entero, el más guapo con diferencia y sin duda alguna. Es imposible que haya en este planeta una criatura tan linda como tú. Te lo digo yo que soy tu abuelo o, mejor dicho, porque soy tu abuelo.
Creo que es propio de los abuelos mostrar que cada bebé es un tesoro incalculable, un valor irrepetible, único e intransferible, un futuro hecho realidad, una esperanza, una persona. A los abuelos nos toca apostar por la humanidad de sus nietos.
A estas alturas de mi vida ya no pido más. Así que «Gracias a la vida que me ha dado tanto…» ─no olvides preguntarme alguna vez por la autora de esta letra─ Si te gusta te la cantaré cuando quieras.
Te queda un largo trayecto por recorrer. Deseo que te suceda lo mejor y te quedes con lo bueno. Ojalá algún día puedas escribir a tu nieto una dedicatoria mucho más hermosa que ésta.
Cuídate mucho. “Te quiero, te cariño y te beso”, como me decía tu madre cuando era niña.
Acaba de decir una amiga de la abuela, mi esposa, que “un nieto es un ataque profundo de amor”. Eso es.