«El grito salta en las piedras / Atropellando el silencio», dice Atahualpa Yupanqui.
Algo así puede suceder cuando se mira despacio la escultura de Laocoonte o el cuadro de El Grito.
El primero de ellos, un conjunto escultórico fechado hacia los siglos II-I a. C., muestra la desesperación de Laocoonte y de sus dos hijos, atrapados por dos enormes serpientes enroscadas a su alrededor que los asfixian hasta matarlos. Comenta Virgilio en la Eneida que «Laocoonte lanza al cielo gritos de horror».
Muchos siglos después, entre 1893 y 1910, el noruego Edvard Munch pintó una serie de cuadros, bajo el título compartido de El Grito, donde aparece una figura humana, con las manos rodeando la cara y la boca muy abierta, dando gritos o quizá oyendo o viendo algo que le provoca miedo, peligro, dolor, desesperación.
Dice León Felipe «que los gritos de angustia del hombre / los ahogan con cuentos».
¿Somos hoy capaces de ver u oír las nuevas situaciones de Laocoonte y de El Grito? El propio Edvard Munch dijo de su cuadro que «solo pudo haber sido pintado por un hombre loco» ¿Será, entonces, una simple ficción artística, un embuste o… un cuento?