Un poeta árabe del siglo XII, Farid al-din Attar, de Nishapur (Persia), escribió esta historia:
«Había una pareja de enamorados, que necesitaban verse a solas, pero no encontraban el momento adecuado. Enterados de que los padres de ella iban a salir varios días de viaje, acordaron verse una noche en su casa. La puerta estaba cerrada:
—¿Quién es?
—Soy yo.
—No te conozco.
Y la puerta siguió cerrada. Ella no reconoció su voz. Las horas pasaban. Al día siguiente sucedió lo mismo:
—¿Quién es?
—Soy yo.
—No sé quién eres.
Y la puerta siguió cerrada. El joven cayó en la cuenta de que algo importante no estaba haciendo bien. Llegó otro día, se acercó a la puerta y llamó:
—¿Quién es?
—Soy tú.
Y la puerta se abrió».
Tiene que haber en algún lugar, pasado o futuro —quizá escondido—, un tiempo de esperanza para reconocernos y aceptarnos. Es una cuestión de ser o no ser. Y lo relevante del asunto es que en ello nos va la razón o la sinrazón, el sentido o el sinsentido de la vida.