Hay muchas cosas que nos quedan “a dos pasos”, solemos decir con frecuencia; “a dos pasos” hemos estado unos de otros para protegernos de la Covid-19; y ni siquiera era así durante el confinamiento. ¡Cuánto hemos añorado disfrutar de esa distancia tan corta en este tiempo!
Pero no siempre sucede así. Es bastante habitual evitar esos dos pasos para acercarnos, entre otras sesudas razones, por causa de variados escrúpulos y prejuicios. Ponemos obstáculos y muros porque queremos estar lejos o nos repugna estar cerca. Marcamos distancias.
Que los seres humanos vivimos entre límites es una terca evidencia. La piel de nuestro cuerpo, por ejemplo, es una línea que nos separa y nos distingue como personas concretas y únicas. Lo mismo ocurre con las ideas y los conceptos. Limitar implica separar y distinguir.
Sin embargo, yo quiero que nos fijemos hoy en el espacio donde las distancias son cortas y se acercan los límites. Visto de esa manera, tanto las ideas como la piel ya no son sólo separación, sino lenguaje, comunicación y contacto.
La vida diaria se desarrolla reuniendo miradas, manos, ideas, proyectos. Vivimos juntando límites y esto es tan posible como difícil. La prueba de fuego está en dar o no los pasos que nos acercan, o sea, en el modo de resolver la proximidad, donde las junturas son precarias y vulnerables.
Lo humano se muestra en la relación con los otros, allí donde aparece o entra en escena el otro, cualquier otro, y, sobremanera, el más débil. Los rostros de las personas suelen estar a pocos pasos. La prioridad dada a esa cuestión explica el modo de vivir y de comprenderse a uno mismo.
Hace unas semanas hablábamos de “las heridas” , citando a Miguel Hernández. Cada uno de nosotros es una sutura que necesita cuidados, igual que los labios de una herida. La atención a la debilidad del otro ayuda a entender por qué ética y medicina son, en el fondo, la misma cosa.
A mi modo de ver, los proyectos individuales, sociales o políticos, basados en vivir sin límites, como clave del éxito exclusivo y excluyente, sólo produce aislamiento, egocentrismo y esclavitud.
En el extremo opuesto, cualquier programa individual, social, político o religioso, que resalte los límites a costa de la proximidad, termina materializándose en narcisismos endémicos y en un peligroso abanico generador de odio a los diferentes.
Si queremos construir una sociedad basada en la aceptación y en el respeto y que mire a los demás sin prejuicios, tendríamos que habituarnos a cultivar las distancias cortas. Esto nada tiene que ver con la ignorancia de los límites, ni con darlo todo por bueno, sino con la aceptación de las diferencias y la elección colectiva de las mejores decisiones.
El poeta mexicano Eduardo Casar escribió dos versos inolvidables:
«Quisiera estar a dos pasos de ti.
Y que uno fuera mío y el otro fuera tuyo».
Quizá tendría que haber empezado por ahí. Habría sido todo más claro. Ustedes dirán.
Que tengan buena semana.