Llevo caminando a vuestro lado mucho tiempo. Más de la mitad de mi vida. Creo que comprendo vuestros éxitos, dudas y preocupaciones. Sintonizo con facilidad vuestra onda y habéis marcado positivamente mi vida.
Vengo admirando vuestro trabajo desde que os he conocido y desde que comencé a leer, bien pronto, los escritos hipocráticos, ese regalo de tantas experiencias acumuladas y ordenadas. Recuerdo que cuando acabé de leer los Aforismos por primera vez, me dije: ¡Madre mía, esta gente mucho sabía! ¡Hace veinticinco siglos!
Se dice en Sobre el arte que «en todo lo que acontece puede encontrarse un porqué». Esa manera de investigar para conocer ha forjado mi manera de ser. Según los Preceptos, hay que «guiarse por completo de los hechos y atenerse a ellos sin reserva, si es que se quiere llegar a conseguir con facilidad esa actitud que llamamos el arte de curar». Pero el toque maestro es cuando se asegura que «donde hay amor al hombre hay amor al arte».
A principios de la Edad Media, un médico judío, Isaac Judaeus, decía: «Quien se dedica a trabajar con perlas tiene que preocuparse de no destrozar su belleza. Del mismo modo, el que intenta curar un cuerpo humano, la más noble de las criaturas del mundo, debe tratarlo con cuidado y amor». Lo substantivo del arte de sanar y de cuidar, el «ars medica”, consiste en mecer la vida con los ojos y las manos, con los oídos y las palabras, prolongaciones de vosotros mismos.
En los últimos meses habéis sido presentados como héroes, pero no os gusta que hablen así de vosotros. Tenéis razón. Ir por ahí de importantes o hacer épica sin ton ni son o pasar la vida enseñando la figura es ridículo. Es propio de fantasmas.
Sois humanos. Dedicáis vuestro tiempo a humanizar la vida de los demás, incluso a costa de un alto precio. El número de contagiados y fallecidos durante la pandemia lo corrobora. Y todo por cuidar a vuestros pacientes.
Escribonio Largo, médico del emperador romano Claudio, dejó escrito que «los médicos tienen un ánimo lleno de misericordia y humanidad, socorren a todos en la misma medida y no hacen mal a nadie». La tarea de cuidar es genuinamente humana. Nos cualifica y nos distingue, pero vosotros la profesáis, o sea, forma parte de vuestra profesión.
La medicina no necesita añadidos de humanidad, como si lo humano fuera una capa de barniz que haya que repasar de vez en cuando. La medicina ya es en sí misma una bellísima, eficaz y brillante invención humana. Lo que conviene tener presente, en mi opinión, es que hay que unir las habilidades y las cualidades, las aptitudes y las actitudes, la ciencia y la sabiduría, el saber hacer y el hacer bien.
Sé que estáis pasando muy malos momentos y que, en ocasiones, os entran ganas de tirar la toalla y de gritar: ¡¡No puedo más!! Me consta. Pero os necesitamos. No os desaniméis. Tengo la seguridad de decir esto en nombre del mundo mundial.
Lo que cura y cuida son los fármacos de última generación y las incisiones de los bisturíes y, también, la palabra, la mirada, el silencio o el simple tacto de alguien que, cuando la vida se nos agrieta y quedamos postrados, incapaces de mantenernos en pie, ─infirmi, infirmus─, ese alguien se arma de cariño y nos dice a cada uno: ¡Ánimo, no temas, estoy aquí contigo! Eso no se ofrece a nadie por educación, ni por cortesía. No. «Brota de la experiencia y del amor», como ha dicho Joseph Brodsky hablando de vosotros. La especialización y la técnica no debería ocultar esa realidad.
Ahora, precisamente, cuando han cesado los aplausos y casi tenemos vértigo de tanto subir y bajar la curva de la pandemia, es una buena ocasión para deciros: ¡Gracias a todos! ¡Gracias por lo que hacéis por nosotros! Es un placer haberos conocido.
PD: Se nota que estoy de parte de estos profesionales ¿Eh? Vale. Así es ¿Pasa algo?