• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

A mi hermano

A mi hermano

A mi hermano 150 150 Tino Quintana

El pasado jueves me dijiste: «Me voy a ir», mientras hacías con tu mano derecha el gesto de marchar. Yo añadí: «Es un buen viaje». Y tú matizaste: «quizá sea el mejor viaje». Has vivido tu muerte con tal naturalidad y hondura, con tal alegría y agradecimiento, que he tenido el placer de haber sido testigo directo de tu paso, de tu Pascua, porque la vida no termina, se transforma. Para quien tenga fe, los versos del Salmo 22 revisten un significado especial. Era emocionante recitarlo juntos:

«El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.»

Estabas bien informado de tu situación y eras consciente de lo que sucedía. Tú, que has sido una persona de carácter inquieto, nervioso, has transmitido estos días una tranquilidad, un sosiego y una paz, difíciles de explicar con palabras. Para mí ha sido una experiencia tan gratificante como impactante, en particular a partir de nuestra larga conversación acerca de las cosas últimas de la vida.

La preferencia de tus recuerdos iba dirigida a mamá y a papá, a Burundi y a Sito, nuestro hermano mayor. Pero la figura que concentraba la atención era nuestra madre Benilde. Ella ha sido, sin discusión alguna, la primera de la familia por sabiduría, madurez y calidad humana. Me acordé mucho de ella el día que te acompañé a Urgencias, hace ahora dos semanas, y como allí tenía tiempo de sobra para leer, fui a la búsqueda de un poema de Francisco Brines ─Premio Cervantes 2020─, triste, profundo, con retazos de esperanza sobre el beso a una madre difunta, que dice así:

«Donde muere la muerte,
porque en la vida tiene tan sólo su existencia.
En ese punto oscuro de la nada
que nace en el cerebro,
cuando se acaba el aire que acariciaba el labio,
ahora que la ceniza, como un cielo llagado,
penetra en las costillas con silencio y dolor,
y un pañuelo mojado por las lágrimas se agita
hacia lo negro.
Beso tu carne aún tibia.
Fuera del hospital, como si fuera yo, recogido
en tus brazos,
un niño de pañales mira caer la luz,
sonríe, grita, y ya le hechiza el mundo,
que habrá de abandonarle.
Madre, devuélveme mi beso.»

Recuerdo como si fuese ahora mismo, cuando murió mamá, que, mientras la mirábamos muerta, me dijiste una de tus frases lapidarias: «Oye Tino, mamá ya no habla». Y en aquel momento le dimos un beso, un beso en su carne aún tibia, como en el poema. Tiene que haber algo más allá de la muerte, desde luego, porque esos besos son eternos.

Gracias por todo hermano: por la intensa relación que hemos vivido estos últimos veinte años; por ser como eras; por haber repartido tantos bienes a tu alrededor. Diles a los de casa que nos cuiden, nos protejan y nos guíen, porque lo necesitamos.

Y gracias a todos vosotros por la presencia, que pone de manifiesto el respeto y el cariño que os merecía mi hermano Yayo y, de alguna manera, nuestra familia, incluida nuestra cuñada-hermana Purita. Lo mismo cabe decir de cuantas personas nos han hecho llegar por otros medios su cariño. Muchas gracias.

Así que ya sabes, mamá: devuélvele a Yayo su beso y guárdame el mío.

Adiós, hermano. Nos veremos.

TINO QUINTANA

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética Clínica (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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