Siempre he tenido la sensación de que los seres humanos caminan, pero no se mueven.
Estoy convencido de que la belleza es una realidad que se coge en el momento en que huye. Estar vivo, en el fondo, quizá sea algo de eso: perseguir bellos instantes que mueren.
Para evolucionar de verdad, la vida tiene que doler. Lo contrario es una ficción.
Y para ser yo mismo, necesito que me iluminen los ojos de otras personas.
Hay una canción que dice: «yo no sabía que los principios habían nacido en los finales».
He tenido la fortuna de comprender que, para cuidarme a mí mismo, tengo que cuidar a los demás. Justo al revés de lo que pensaba antes. El mundo sería diferente.
Me produce tristeza ver a algunos cristianos, incluidos obispos, que convierten a Dios en su propiedad privada. Un viejo error este muy peligroso y radicalmente anticristiano.
Me repugna saber que seamos capaces de sufrir tanto y de causar tanto sufrimiento.
Solo soy buscador de palabras, pastor de pensamientos y ahora, cada vez más, memoria de recuerdos. Por eso aún siento que me apacienta la mirada de mi madre.
Hace unos días, me dio un beso espontáneo mi nieto. Y yo, antes de acostarme, por la noche, sonreí y me quedé dormido.