Las casas eran sólo paredes de chapa, tejados con uralitas o lonas de plástico y algunos tubos que hacían las veces de chimenea. Llovía a chuzos. Los regueros de agua arrastraban toda clase de inmundicias. Se veía que la gente hacía sus necesidades donde podía.
Salió a abrir la puerta un niño de unos diez años, moreno y con el pelo revuelto. Miraba con grandes ojos castaños, mientras sostenía la punta de los dedos entre sus labios. Al fondo se oía el llanto de un bebé enfermo y de algún sitio venía una luz amarilla de lámpara vieja.
─ ¿Está tu mamá? -preguntó al niño-
─ Mi mamá acaba de salir -respondió-
─ ¿Ese niño que llora es tu hermano? -agregó-
─ Sí. Es mi hermano y está malito -dijo-
─ Yo soy médico y me llamo Edel ¿Cómo te llamas tú?
─ Me llamo Bavol -respondió el niño-
─ ¿Me dejas entrar? Puedo ayudar a tu hermanito.
─ Tengo miedo. Mi mamá me ha dicho que no abra a quien no conozca.
─ ¿Y dónde puedo encontrar a tu mamá? -preguntó Edel-
─ Bueno… Mi mamá está pidiendo delante de un comercio grande.
Seguía lloviendo sin parar. Llevaba paraguas, pero tenía los pies encharcados. Las callejas formaban un revoltijo de direcciones, con ratas y perros husmeando la basura. Alguien dijo a Edel que el “comercio grande” estaba donde había calles de asfalto, aceras y autobuses. A las puertas del centro comercial había algunas mujeres en silencio. Una de ellas era Drina, la madre de Bavol.
El interior de la chabola era sencillo y estaba limpio. Bavol tenía a su hermano en brazos y le acariciaba. Cuando vio a Drina se le iluminó la cara, como si fuera para él un albergue abierto en medio de la noche fría.
Después de atender al niño enfermo, Drina le ofreció lo poco que había ganado en cuatro horas. Edel le cerró la mano sobre el dinero y añadió: “Comprad algo para comer y llamadme cuando queráis”. Cuando fue a guardar el fonendo en su cartera vio que había pequeños cuadros adornando las paredes. En uno de ellos estaban escritos unos versos de Luis Cernuda:
«¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿Qué es, si no eres tú?».
Y cayó en la cuenta, una vez más, de que los seres humanos tienen una sed insaciable de cuidado y de ternura.
NOTA: Se calcula que hay en el mundo más de mil millones de personas en poblados marginales.