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Bioética y Feminismo

Bioética y Feminismo

Bioética y Feminismo 150 150 Tino Quintana

El feminismo es un terreno muy amplio en el que se mueven multitud de corrientes y diversidad de pobladores. Quizá sería más exacto hablar de “feminismos”. La perspectiva que aglutina a todo ese conjunto consiste en que las y los feministas interpretan la realidad basándose en el género, la sexualidad y la subordinación de la mujer, como categorías analíticas fundamentales. El feminismo utiliza una hermenéutica liberacionista cuya clave de lectura  es “la cuestión o perspectiva del género” y la distribución opresiva del poder en la sociedad.

Pues bien, cada vez hay más autoras feministas (y no feministas o, simple y llanamente, mujeres comprometidas con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres sin pertenecer por ello a una determinada corriente feminista) que nos enseñan que la bioética ha sido poco sensible a las aportaciones del pensamiento feminista hasta muy recientemente, en concreto desde la los años 90 del pasado siglo XX.

El movimiento feminista, y la presencia cada vez más numerosa de mujeres en el campo de la bioética, aportan una crítica interna a la propia bioética y toda una serie de nuevos planteamientos, que impulsan a la bioética a ejercer una función crítica constructiva.

1. UNA METODOLOGÍA Y UNA ESTRUCTURA FILOSÓFICA

Aunque hay muchos modelos de bioética feminista. Todos ellos coinciden en utilizar una metodología cuya clave es analizar los problemas bioéticos suscitando la toma de conciencia sobre el papel subordinado de la mujer en la sociedad (la “cuestión de género”) y sobre cómo tal realidad colorea las cuestiones relacionadas con la biomedicina y la investigación científica.

Rosemarie Tong (en la foto) es una destacada profesora de Ética del cuidado de la salud en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Carolina del Norte (UNC Charlotte), donde ha sido Directora del Centro de Ética aplicada y profesional (Center for Applied and Professional Ethics). Es conocida internacionalmente por sus contribuciones al pensamiento feminista y a la bioética.

Es autora y coeditora de más de treinta obras entre las que sobresalen: Ethics in Policy Analysis (1985), Controlling our Reproductive Destiny: A Technological and Philosophical Perspective (1994), Feminist Approaches to Bioethics (1996), Linking Visions: Feminist Bioethics, Human Rights, and the Developing World (2004), New Perspectives in Health Care Ethics: An Interdisciplinary and Crosscultural Approach (2007) y Feminist Thought: A More Comprehensive Introduction (2008 3rd edition). También ha publicado más de un centenar de articulos sobre teoría feminista, reproducción, genética, investigación clínica y bioética global.

1. Metodología del “diálogo práctico feminista”
Ha sido Roseramie Tong quien ha puesto más interés en que la bioética desarrolle una metodología feminista, con el fin de articular políticas públicas para reducir la subordinación de las mujeres en el campo de la biomedicina. Esa metodología consiste en el “diálogo práctico feminista” que ha sido descrito, a su vez, por Alison Jaggar, profesora del departamento de Filosofía de la Universidad de Colorado.

1º) El punto de partida del diálogo práctico feminista no son los principios morales, sino la creación de oportunidades para que las mujeres participantes hablen acerca de sus propias experiencias morales. Tales experiencias se someten después a un proceso de reflexión colectiva para tomar conciencia de que esas experiencias de “opresión de género” no son meramente individuales sino políticas, es decir, son consecuencia de los sistemas y estructuras sociales que mantienen la dominación masculina y la subordinación femenina.

2º) Para que ese diálogo sea riguroso y verdadero es necesario practicar colectivamente virtudes éticas como la responsabilidad, el esfuerzo, la disciplina, el respeto y la confianza mutua entre las mujeres participantes en la comunicación de experiencias morales.

3º) La característica del diálogo feminista es su “carácter nutritivo” (nurturant) que pone el acento en los siguientes aspectos: a) hablar no es tan importante como saber escuchar, b) la escucha atenta tiene por objetivo alcanzar consenso en los temas que se debaten, c) hay que evitar la tentación de admitir en el diálogo sólo a aquellas mujeres que pueden garantizar un consenso, y d) es necesario también aceptar las diferencias culturales de las participantes.

Nota: Quiero llamar la atención acerca del gran parecido que esta metodología tiene, en el fondo, con las éticas del discurso (véase Adela Cortina: persona y bioética). También deseo añadir otras dos consideraciones (transcribo la obra de J.J. Ferrer y J.C. Álvarez ya citada en varias ocasiones). La primera es que resulta imprescindible garantizar la presencia de todas las mujeres, sobre todo las más débiles y vulnerables, porque, de lo contrario, esa mesa de diálogo sería una pura ficción y una gran contradicción del feminismo consigo mismo dado que, si fuera un diálogo “selectivo”, no contribuiría a la liberación e igualdad de las mujeres…y negaría la “cuestión de género”. Y la segunda es que si el diálogo feminista tiende a la liberación de toda la sociedad (si no fuera así terminaría siendo un mero intercambio de unos opresores por otros/as), es necesario que en algún momento también podamos tener sitio en esa mesa de diálogo los hombres (los varones), para que todos juntos, hombres y mujeres, construyamos una nueva sociedad con mayor igualdad y libertad para todos/as sin excepción alguna.

2.Necesidad de un marco de referencia o estructura filosófica
Ahora bien, si la metodología que se acaba de proponer quiere ser permanente y fructífera, incluido el campo de la bioética, es necesario que se apoye en un armazón filosófico o, con otras palabras, que tenga un marco de referencia, que, según parece, aún no comparten las bioéticas feministas. Ha sido también R. Tong quien ha realizado una interesante propuesta basada en los siguientes puntos de apoyo:

1.- Ecléctico, porque tendría que permitir la adopción de más de una visión política feminista, con el fin de que unas y otras pudieran complementarse mutuamente.

2.- Autokoinómico, calificativo de “auto-koinomía” proveniente del griego “auto” (yo) y “koinonía” (comunión, comunidad). Las mujeres están más atentas a las relaciones y, por ello, tienden más a la “autokoinomía”. La ontología feminista sostiene una identidad personal irremediablemente constituida por las relaciones.

3.- Posicional, porque el conocimiento de la verdad es siempre situacional y parcial. Por eso la comunicación interpersonal tiene siempre un feedback en el que, por un lado, transmitimos nuestras experiencias personales y, por otro lado, nos dejamos interrogar por los puntos de vista de los demás. Se trata de un requisito esencial para las éticas feministas.

4.- Relacional, porque las éticas centradas en el cuidado y las centradas en el poder (división de las éticas feministas sostenida por R. Tong), son éticas relacionales. Las primeras (el cuidado) se centran en las relaciones microcósmicas. Las segundas (el poder) están centradas en las relaciones microcósmicas entre los sexos. Pero unas y otras están interesadas en las relaciones y, particularmente, entre los géneros.

R. Tong concluye afirmando que, sobre la base de esa estructura filosófica ecléctica, autokoinómica, posicional y relacional, se puede vertebrar la realización del diálogo feminista práctico, o sea, justificar racionalmente la metodología del pensamiento feminista que hemos expuesto más arriba. De ese modo, las bioéticas feministas pueden también enriquecerse y potenciarse mutuamente alcanzando consensos sobre temas que las han dividido en el pasado.

2. ABRIR LOS OJOS A LAS APORTACIONES DE LAS MUJERES

La bioética ha prestado escasa atención a las cuestiones de género y a la abundante bibliografía sobre feminismo que florece en otros campos de estudio. Para dar respuesta a esa carencia podemos acudir a la prestigiosa profesora norteamericana Susan Wolf.

Susan M. Wolf (en la foto) realizó estudios y obtuvo sus acreditaciones académicas en la Universidad de Princeton, en la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale, haciendo estudios de postgrado en la Universidad de Harvard. Actualmente es profesora de Derecho, Medicina y Política en la Universidad de Minnesota, y pertenece al Centro de Bioética de la misma Universidad. Es también fundadora y directora de diversos programas sobre Derecho, Salud, Medio Ambiente y Ciencias de la Vida.

Pertenece a numerosas asociaciones, academias y sociedades científicas relacionadas con la ciencia, la salud y la medicina, la bioética, las humanidades y el derecho. También ha trabajado en diversos ámbitos gubernamentales e institucionales, relacionados expresamente con la bioética, como es el caso del Hastings Center. Ha recibido numerosas becas para apoyar sus investigaciones, por ejemplo, en el National Institutes of Health (NIH), la National Science Foundation (NSF), y  The Greenwall Foundation. Asimismo, entre 2007-2010 ha participado en el Proyecto de Ley y Neurociencia (Law & Neuroscience Project), financiado por la Fundación MacArthur. Es editora ejecutiva del Minnesota Journal of Law, Science & Tecnology  y ha formado parte de los Consejos Editoriales de varias revistas científicas: Journal of Law; Medicine & Ethics; American Journal of Bioethics (AJOB); Journal of Urban Health; y Journal of Women’s Health and Law.

Ha dictado numerosas conferencias, en los Estados Unidos y el extranjero, y es autora o coautora de numerosos artículos, libros y capítulos de libros que han aparecido en New England Journal of Medicine, JAMA, Science, American Journal of Public Health, Hastings Center Report, Kennedy Institute of Ethics Journal, American Journal of Law & Medicine, Journal of Law, Medicine & Ethics, y otras publicaciones. Entre sus obras más conocidas está la de Feminismo y Bioética: Más allá de la reproducción (Feminism & Bioethics: Beyond Reproduction, Oxford University Press, 1996). Escribe con frecuencia sobre la muerte y el morir, el suicidio asistido y la eutanasia, la genética, la reproducción asistida, la atención de salud de la mujer, la atención médica, y otros temas sobre derecho sanitario y ciencia.

Como se ha dicho más arriba, el origen del olvido o de la ceguera de la bioética a las cuestiones de género y a las aportaciones del pensamiento feminista, residen en la propia estructura de la bioética, según S. Wolf, que señala para ello las siguientes causas.

1ª) El predominio del principialismo
El interés por los principios de la bioética ha reforzado la tendencia a reflexionar moralmente en términos generales y, por consiguiente, a la convicción de que tales principios se aplican al ser humano en abstracto y no a tal persona particular en un contexto específico de espacio y tiempo. Parte de lo que se pierde de vista con ese planteamiento es, precisamente, el género, referido a los rasgos de la personalidad como una construcción social y cultural, muy dependiente del aprendizaje, que va mucho más allá de lo meramente físico o sexual. Además del género, también se pierden de vista otros datos importantes como la situación socioeconómica, racial o cultural, por ejemplo. Por último, se pierden de vista las relaciones de poder y, en concreto, quién es el oprimido y quién es el opresor.

2ª) La influencia del individualismo liberal
La bioética ha nacido y se ha desarrollado, en un primer momento, en la cultura del liberalismo norteamericano (véase en este blog «Liberalismo y bioética«). Por eso no resulta nada extraño, como afirma S. Wolf, que la bioética haya abrazado el individualismo liberal como una de sus marcas distintivas. Es innegable lo que ha supuesto ese planteamiento para defender los derechos de los pacientes y de los sujetos humanos en la investigación científica dado que, en el fondo, lo que se estaba defendiendo era el valor del individuo y de su autonomía frente a la tendencia generalizada en occidente de subordinar los individuos a otros fines discutibles.

Sin embargo, el liberalismo conduce a una sociedad entendida como un conjunto atomizado de individuos, donde cada uno vive preocupado por su propio interés individual. Ese modo de pensar y de actuar prescinde cada vez más de las relaciones personales, tan rotundamente acentuadas por el pensamiento feminista, para el que las personas somos tales en la medida en que nos relacionamos y sólo así alcanzamos plenitud humana. Perder de vista esa dimensión equivale a prescindir de una factor moral básico, decisivo en la toma de decisiones morales y  para reconocer la importancia que tienen los grupos para la vida moral.

Nota: Y ahora apunto yo algunas cosas más. Es innegable el triunfo de la independencia y de la autonomía como paradigmas o modelos de vida en las sociedades occidentales u occidentalizadas. En el ámbito sanitario, la autonomía goza además de un éxito bien merecido y reconocido (lo contrario sería de ciegos). Pero también puede suceder, y así es de hecho en muchos lugares de cerca o de lejos, que el concepto de autonomía no esté al servicio de los débiles y oprimidos, sino para proteger los privilegios de los poderosos (véase nuestra página “Malvivir como cobayas”).

Todavía más. El concepto de autonomía podría ser (y lo es) excluyente si se atribuye sólo a las personas cuya racionalidad es reconocida…lo que conlleva irremediablemente a la exclusión de los fetos humanos, de los niños, de las personas con problemas de salud mental, de no pocos ancianos/as, de las mujeres y de otros grupos oprimidos. Todos éstos quedan fuera del paraguas protector elaborado por el discurso de la autonomía. Y, la verdad, es que todo eso da mucho qué pensar.

3ª) Los clientes habituales de la bioética
La bioética es una disciplina que responde a las necesidades de unos clientes. Habitualmente son quienes participan en comités de bioética, enseñan en facultades de medicina o de farmacia, forman parte de comisiones estatales, o privadas, es decir, son los “expertos”, los “bioeticistas” o “bioéticos”, que acompañan a clínicos o investigadores o gobernantes en la discusión de los problemas éticos que les plantea diariamente su profesión o su cargo político. En todas esas situaciones, dice S. Wolf, estamos siendo expertos o bioeticistas puestos al servicio de los intereses de los profesionales, del Estado o de la industria, pero NO estamos reconociendo que el objetivo central de ese servicio son las personas concretas que viven y sufren esos problemas, a veces muy crónicos. En realidad son esas personas bien concretas los verdaderos protagonistas de la bioética a quienes los «expertos», sin duda con la mejor intención, terminan usurpando ese cometido a sus protagonistas.

En suma, NO estamos sirviendo a los intereses de los grupos oprimidos sino a los intereses de los poderosos. Está claro que eso no se hace con malicia o a propósito. Sencillamente es lo que ocurre cada día. La preocupación de S. Wolf es que la bioética nunca abandone el ejercicio de la crítica sistemática a la ciencia en general y a la medicina en particular. Esa responsabilidad crítica no se puede ver ni oir mientras entendamos que la bioética es, preferentemente, un diálogo entre expertos, puesto que por ese camino pierde sus propios orígenes, es decir, proteger a los débiles ante el poder del aparato médico, científico, estatal…y global que hoy triunfa en nuestra sociedad.

4ª) La brecha con respecto a otras disciplinas humanísticas
Nuestra autora asegura que esa brecha no sólo existe entre la bioética y el feminismo. La bioética está también al margen de otras corrientes intelectuales como la teoría crítica racial, la multiculturalidad, la revolución de la sociedad digital y virtual, la participación social en todos los ámbitos donde se deciden sus intereses, el auge de las humanidades y el derecho, por decir algunas. Aquí sucede algo parecido al apartado anterior. Los expertos en bioética se preocupan de utilizar un lenguaje comprensible para los científicos, pero se olvidan de dialogar con sus colegas de otras disciplinas. Por ese camino la bioética se encierra sobre sí misma, se “feudaliza” progresivamente y, lo que es peor, pierde vitalidad y fundamento.

Nota: A pesar de los “remilgos” e incluso del rechazo explícito al feminismo hoy por parte de muchos , yo manifiesto con claridad que el pensamiento feminista hace aportaciones fundamentales a la bioética. Entre las muchas que ya se apuntaron, pongo ahora el acento en que nos interpela abiertamente, nos planeta preguntas inquietantes y profundas, y, sobre todo, abre nuestros ojos y nuestros oídos a las relaciones de poder y a nuestras alianzas implícitas o explícitas con los «malos negocios» intelectuales, sociales y políticos.

Esas alianzas hacen peligrar el sentido original de la bioética como valedora de los débiles y voz de los que carecen de voz dentro de los complejos mundos de la sanidad, el laboratorio, las instituciones académicas y las instancias gubernamentales. En resumen, el pensamiento feminista que generó un amplio movimiento liberacionista, desde hace ya unas cuantas décadas, necesitamos tenerlo presente y, sobre todo, necesitamos mirarlo con profundidad para no seguir siendo ciegos antes realidades humanas que por causas del aprendizaje, la educación y los privilegios de género, venimos olvidando desde hace tanto tiempo.

Para el movimiento feminista español, véase Federación Estatal de Organizaciones Feministas.

El número de mujeres de lengua española está creciendo exponencialmente: Adela Cortina, pero también hay otros nombres como los de Victoria Camps, Margarita Boladeras, Lydia Feito, Azucena Couceiro, María José Guerra, María Teresa López de la Vieja, Esther Busquets, María Casado y muchas otras. Desde este modesto rincón del norte de España, desde Asturias, quiero agradecer la excelente calidad de sus trabajos y su presencia en el campo de la bioética.

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Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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