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¡Bravo, maestro!

¡Bravo, maestro!

¡Bravo, maestro! 150 150 Tino Quintana

Temía la reacción del público y no se atrevía a mirar. Un músico de la orquesta se levantó, le cogió del brazo y le hizo darse la vuelta. El público, puesto en pie, agitaba pañuelos y gritaba sin cesar: ¡Bravo! ¡Bravo, maestro! Y entonces él rompió a llorar.

Me imagino la escena: sobre la tarima del director de orquesta hay un hombre de pequeña estatura y moreno, cuello robusto, frente poderosa, cabello abundante y revuelto, limpiándose las lágrimas con un pañuelo. Estaba completamente sordo y no se dio cuenta de lo que sucedía en la sala. Era Ludwig van Beethoven. El 16 de diciembre de 2020 fue el 250 aniversario de su nacimiento. Se celebraron muchas actividades en su honor, como Beethoven2020 o BTHVN2020, por ejemplo.

Ante la fuerza descomunal de la covid persistente, que zarandea y conmociona sin cesar, puede parecer chocante evocar aquí la figura del genio de Bonn. Sin embargo, creo que hay motivos para verlo de otro modo.

La música salvó a Beethoven de una profunda depresión causada por diversos problemas de salud, en particular por su sordera. Y salió adelante demostrando que la discapacidad es una diferencia que no hace imposible la vida, sino el modo de vivir. De hecho, su período de creación musical más profundo y renovador fue a partir de entonces.

La música, además, transmite ideas liberadoras. Cuando se estrenó la Séptima Sinfonía, en Viena, la gente comenzó a aplaudir y vitorear antes de que se acabara la obra, porque vio en ella la reciente victoria contra Napoleón y la recuperación de la libertad y de la paz.

Durante la primera interpretación de la Quinta Sinfonía, en el paso del cuarto al quinto movimiento, el público se levantó y aplaudió. Veían en aquella música el símbolo de una asamblea nacional que se acababa de celebrar y se había sublevado contra el poder.

Se dice que, en uno de los “duelos musicales” que había en Viena, improvisó un concierto de piano utilizando las notas de la misma partitura utilizada por su contrincante puesta al revés. El retador ─ Daniel Gottlieb Steibelt─ se marchó de la ciudad y no volvió nunca.

Al final de la Novena Sinfonía se canta un poema de Friedrich Schiller adaptado por el propio Beethoven: «¡Alegría! ¡Alegría! (Freude, Freude) … todos los hombres se tornan hermanos donde sus frágiles alas se posan». Esta sinfonía y su partitura original, de casi 200 páginas, forman parte del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO.

Lo que son las cosas: uno de mis destinos era haber sido músico de oficio. Ahora, mis dedos envejecidos titubean para intentar escribir melodías de pensamientos.

Mozart, Beethoven, Bruckner, Pavarotti, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughan, Fredy Mercury…, producen emociones intensas y pensamientos confortables, ayudan en momentos difíciles y tienen cualidades sanadoras. Es mi experiencia y me agrada compartirla con ustedes.

¡Bravo, maestro! ¡Bravo! Y gracias por todo.

Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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