Nos vamos haciendo ─y deshaciendo─ como los cantos rodados de un río.
El día 5 de junio 1989, un muchacho solitario y desarmado, sosteniendo unas bolsas con las manos, se colocó frente a una columna de vehículos militares que atravesaba en ese momento la Avenida Chang’an en la Plaza de Tiananmén de Pekín. Cada vez que el blindado intentaba pasar, el chico se movía hacia los lados para impedirlo. Y lo detuvo.
Cuatro siglos antes, un hombre seco de carnes y enjuto de rostro, aparejado con una armadura olvidada de sus bisabuelos y con un rocín que tenía «más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela», salió a pleno campo abierto, en La Mancha, con la intención de ir «por caminos sin camino» para deshacer agravios, enderezar entuertos y «socorrer a los huérfanos y menesterosos». Confundía ventas de hospedaje con palacios, barricas de vino con fantasmas, batanes de enfurtir cueros con aguas tenebrosas, chalupas de río con barcos encantados, molinos de viento con gigantes…
¿Quién habría pensado nunca que el gesto de aquel chico daría la vuelta al mundo para ser señalado por la revista Time, en 1998, como una de las empresas que han tenido mayor influencia en el siglo XX? ¿Y quién hubiera previsto que las aventuras de don Quijote, ese loco genial, se convertirían en la parodia irónica más inteligente de todas las sociedades humanas habidas y por haber?
Podríamos decir que el joven de Tiananmen era una especie de don Quijote contemporáneo. Uno y otro continúan suscitando valores, despiertan sensibilidades, remueven conciencias. Sin embargo, la realidad terminó triturando el hermoso propósito del muchacho chino, quitándole de en medio, silenciándolo; y ridiculizó los ideales del Caballero de la Triste Figura haciéndole toparse de bruces con molinos de viento, chalupas, batanes, barricas de vino, posadas… con la realidad.
La realidad cotidiana tira por tierra los sueños y ridiculiza los ideales. Es cierto que hay robos, volcanes, guerras… y abundan sectarios, demagogos, arribistas, tunantes, chulos, vendehúmos y otras cosas feas que no se deben decir por estar en horario infantil.
Pero también hay numerosos aspectos de la realidad que se pueden moldear e incluso transformar. Ni la vida ni la historia están en manos de fuerzas ciegas que lo arrojen todo a los más fuertes o al desastre. La evidencia del progreso positivo lo demuestran hechos reales. Basta con observar la eficacia y seguridad de las vacunas contra la Covid-19 y la constante evaluación de sus efectos para continuar mejorando.
Por eso, seguramente, los propósitos de aquel muchacho y los ideales de don Quijote, tan inútiles en apariencia, siguen siendo útiles en la práctica, porque, como ellos, nos vamos haciendo a base de dar trompicones y vueltas como los cantos rodados de un río.
A este propósito, viene bien recordar una línea de El cero y el infinito, de Arthur Koestler: «… dos y dos no son cuatro cuando las unidades matemáticas son seres humanos…»