• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

Actualidad

Sucesos que atraen la atención por su impacto en la escena de la vida cotidiana u otros temas relevantes de carácter cultural, científico o humanístico referentes a la vida.

El Sistema

El Sistema 150 150 Tino Quintana

El Sistema cumple este año las bodas de oro. Hace cincuenta años, en un garaje de Caracas, el maestro José Antonio Abreu convocó a un grupo de cien jóvenes para crear la primera orquesta juvenil de Venezuela. De aquellos cien solo se presentaron once a los que el maestro dijo: «Ustedes son los primeros de un movimiento que dará la vuelta al mundo y que cambiará para siempre la historia de la música». Y no se equivocó.

Aquello fue la piedra fundacional de una marea pacífica que recuerda a todos la existencia de algo innegable: «la música es un derecho universal» y, en particular, de los niños más pobres. De hecho, aquellos once se han convertido en millones y sus músicos recorren los más renombrados foros artísticos del mundo. El director Gustavo Dudamel es uno de ellos.

Actualmente, cuenta con 443 núcleos y 1.704 módulos que atienden a más de 1.012.077 niñas, niños, adolescentes y jóvenes. El personal académico está conformado por 5.021 docentes, distribuidos en los 24 estados de Venezuela. Todo ello conforma una compleja red nacional de orquestas y coros juveniles e infantiles —un sistema— donde están implicados, además, miles de familiares, organizadores y administrativos.

Cada vez que suena allí una nota musical nace un tiempo para desvelar el espíritu y transmitir mensajes, para reír y llorar juntos, para expresar las ideas más profundas y los sentimientos más arraigados, para recordar a todos que los niños están hechos con fibras del mañana, porque ellos son el futuro.

Aquel primer ensayo del garaje de Caracas fue, una vez más, la consabida revelación de que «un solo niño justifica todo el esfuerzo del mundo», como decía el maestro Abreu.

Desde este rincón del planeta deseo a todos los componentes de El Sistema que sus próximos cincuenta años sean aún más luminosos y estén repletos de ilusiones cumplidas.

Cuando triunfa el imperio del garrotazo y la motosierra, de la exclusión y el descarte, de la humillación del débil y la falsa información, El Sistema supone un vendaval de esperanza.

Un año más

Un año más 150 150 Tino Quintana

Hace unos días que tengo un año más. ¿Cuántos son ya? ¡Qué importa eso!

A estas alturas, no mido el tiempo solo por horas ni por días… ni por años. Adquieren más importancia las ocasiones y los momentos, que los griegos llamaban “kairós”.

Pero, aún así, el tiempo se desmenuza igual que un pan de dos días al hacerlo crujir entre los dedos. «Tempus fugit», decía Virgilio; huye «como una sombra», decía Job.

Tampoco mido la distancia solo por metros ni por kilómetros. Ahora, el espacio y la longitud dependen de la capacidad de crear mundos personales únicos.

Recientemente, he viajado hasta Corea del Sur con Han Kang, hasta las montañas del Cáucaso con Tolstoi y hasta la ficticia Lobreña de Álvaro Pombo. Y no vayan a creer ustedes que viajo con lentitud. ¡Qué va! Ni siquiera en AVE. Lo hago unas veces en el MAGLEV chino a más de cuatrocientos por hora y, otras veces, voy por los espacios siderales con el telescopio Hubble buscando con emoción el brillo de la estrella Sirio.

En mi caso, el modelaje de mi escasa figura es obra de mucho cincel y de poco pincel, porque soy más de piedra y de tosco hierro que de suave y delicada pintura.

También celebro y declaro que he realizado este largo recorrido siendo un cristiano de silencio y de biblioteca, inspirándome, entre otros muchos lugares, en el Salmo 22: «Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo…».

Tengo la inmensa suerte de querer muchísimo a mi nieto. Él llena mi tiempo y mi espacio y los hace rebosar de fantasía, sueños e ilusiones. Una experiencia impagable. Los momentos (kairós) de felicidad existen realmente.

Creo que «aprendí a querer lo necesario y a tomar solo lo bueno», como afirma José Saramago al hablar de sus propios años. Y sigo viajando, como Ulises, hacia la Ítaca que todavía no vislumbro, pero que terminará apareciendo en el horizonte.

«Ir es todo lo que puedo hacer (Go it’s All I Can Do)», un tema de The Cars que suena ahora con ritmo de jazz en mi equipo de música. No lo he buscado a propósito.

A estas horas de la noche, quizá estoy rodeado de magos y de duendes.

Queridos Magos de Oriente

Queridos Magos de Oriente 150 150 Tino Quintana

Queridos Magos de Oriente:

Os escribo estas letras para que nos traigáis descanso, reposo y alivio. La gente lo espera.

La gente no está cansada de la vida, sino de una vida sin sentido reducida al consumo, a ser tratada como una cosa y a ser solo un paso ineluctable hacia la muerte; está cansada de relaciones reducidas a experimentos precarios; está cansada de no encontrar luz al presente, sustancia al deseo y significado al futuro.

La gente no está cansada del trabajo, porque suele hacerlo con seriedad y empeñando sus mejores habilidades. A la gente le gusta el trabajo bien hecho. La gente está cansada de un trabajo que no basta para vivir, que impone condiciones exasperantes, incidentes y accidentes insoportables, frustraciones a los más jóvenes, angustia a los parados…

La gente no está cansada de la familia, porque la valora como un bien necesario para la sociedad. Da seguridad, coraje y compañía. La gente está cansada del frenesí que se impone a la vida de familia, cansada de la acumulación de prestaciones para que no falte nada a los hijos, a los enfermos, a los ancianos …, sin darse un momento de respiro.

La gente no está cansada de la administración, ni de los servicios públicos, ni de la política, porque está convencida de que la vida en común necesita estar regulada, vigilada y organizada. La gente está cansada de una política entendida como sucesión irritante de viejas batallas, de una gestión miope de la cosa pública y de unos servicios públicos que obligan a recurrir a los privados; está cansada de una administración que no sabe valorar las necesidades de la sociedad, ni las iniciativas de cada comunidad…

La gente no está cansada de la comunicación, porque sabe que es un servicio necesario para tener una idea de los demás y del mundo. La gente está cansada de la comunicación dedicada a recoger únicamente las basuras de la vida y a decidir como si ellas fuesen la vida misma; está cansada de la crónica que exagera y se obsesiona con el mal e ignora sistemáticamente el bien; está cansada de la superficialidad, de los bulos venenosos…

¿Y la tierra? La tierra no está cansada de los seres humanos, porque sabe que en ella viven, se aman, trabajan, se asocian y se comunican. La tierra está cansada de ser el escenario de guerras sin cuartel, de sufrir la explotación incontrolada de sus recursos, de verse convertida en basurero…, de sentir roto su propio equilibrio natural sin pedirle permiso…

Queridos Magos: traednos descanso, reposo, alivio, sosiego, esperanza, paz…, por favor.

Lo sabéis mejor que nadie: ahí fuera hay gente cansada…, demasiado cansada.

«Soy tú»

«Soy tú» 150 150 Tino Quintana

Un poeta árabe del siglo XII, Farid al-din Attar, de Nishapur (Persia), escribió esta historia:

«Había una pareja de enamorados, que necesitaban verse a solas, pero no encontraban el momento adecuado. Enterados de que los padres de ella iban a salir varios días de viaje, acordaron verse una noche en su casa. La puerta estaba cerrada:
—¿Quién es?
—Soy yo.
—No te conozco.

Y la puerta siguió cerrada. Ella no reconoció su voz. Las horas pasaban. Al día siguiente sucedió lo mismo:
—¿Quién es?
—Soy yo.
—No sé quién eres.

Y la puerta siguió cerrada. El joven cayó en la cuenta de que algo importante no estaba haciendo bien. Llegó otro día, se acercó a la puerta y llamó:
—¿Quién es?
—Soy tú.

Y la puerta se abrió».

Tiene que haber en algún lugar, pasado o futuro —quizá escondido—, un tiempo de esperanza para reconocernos y aceptarnos. Es una cuestión de ser o no ser. Y lo relevante del asunto es que en ello nos va la razón o la sinrazón, el sentido o el sinsentido de la vida.

Gestos humanos

Gestos humanos 150 150 Tino Quintana

Cuentan que, hace mucho tiempo, una madre, después de acompañar a su bebé en el primer sueño, salió de la habitación llevando en la mano una vela encendida.

Al salir al pasillo, el aire de una ventana abierta casi la apagó, pero, de manera instintiva, levantó su mano izquierda haciendo hueco para proteger la luz contra el soplo del viento.

En aquel instante, mientras se volvía a enderezar la llama, la madre pensó que ese mismo gesto lo habían hecho durante miles de años los seres humanos y lo siguen haciendo.

Sucedió también, hace muchos siglos, que unos forasteros llegaron a casa de Heráclito para conocerlo. Creían que el viejo filósofo les podía proporcionar ideas deslumbrantes.

Hacía frío y lo encontraron calentándose junto al fuego. El anciano maestro los miró y, viendo que dudaban, los invitó a entrar y les dijo: «También aquí se encuentran los dioses».

Hay gestos que perduran. Son profundamente humanos.

También en momentos de desastre.

«Todo lo que apremia
pronto habrá pasado;
pues solo es capaz de consagrarnos
lo que permanece»
(Rainer María Rilke)

La puerta

La puerta 150 150 Tino Quintana

Hace un par de semanas fue mi nieto de poco más de tres años con su madre, mi hija, a llevar unas flores a la tumba donde reposa un amigo suyo. Compraron las flores, llegaron al cementerio, entraron, pusieron las flores sobre la lápida y, entonces, el niño preguntó:

—¿Y la puerta, mamá? ¿Dónde está la puerta?

Con cuatro palabras, diáfanas como la vida y desnudas como la muerte, puso en jaque todos los sistemas filosóficos y teológicos que tantos quebraderos de cabeza costaron a sus arduos autores: «¿Dónde está la puerta?».

Las casas tienen puertas físicas y las personas puertas simbólicas. Se abren o se cierran.

En los cementerios hay cipreses, calles, quizá algún pájaro y, sobre todo, un silencio sepulcral, pero no hay puertas. Se pueden poner flores sobre una lápida, pero es imposible entregar flores a quien no abre la puerta.

Recuerdo a este propósito el diálogo que mantuve con mi hermano Yayo antes de morir:

—Vas a hacer un largo viaje —le dije.

—Sí. El último viaje de la vida. Espero verte de nuevo —respondió.

Si a ustedes les parece bien, lean despacio estos versos de Miroslav Holub:

«Aunque no haya nada,

ven y abre la puerta.

Al menos hará viento»

«Verum gaudium»

«Verum gaudium» 150 150 Tino Quintana

El latinajo del título habla de la «verdadera alegría». Podríamos echar mano de Schiller y Beethoven (Himno a la alegría), o de Benedetti (Defensa de la alegría), o de Pablo Neruda (Oda a la alegría), o de Goytisolo (Palabras para Julia) …. Pero no es necesario acudir a tan distinguidos autores.

Mucho más que sentimientos de júbilo, de risas y sonrisas —que también lo es, sin duda alguna—, la verdadera alegría se condensa en un estado duradero de calma, serenidad y sosiego, después de haber cribado múltiples y variadas experiencias.

Tiene muy poco que ver con la euforia institucional, el prestigio social, el éxito, la fama, la fortuna o el chiste fácil, que solo producen gozos momentáneos.

Surge cuando uno mismo cae en la cuenta de que vivir es convivir y, a la vez, vivir en favor de los demás, sean estos parientes, vecinos, extraños y hasta enemigos.

Aunque parezca una paradoja, esa alegría es una cosa seria, no porque ande uno por ahí con gesto adusto, semblante seco y tieso o ademán severo y distante —cada cual anda con lo que es—, sino porque muestra de manera objetiva, sin doblez ni disimulo, las entrañas del ser humano. Produce una satisfacción interior que es «virtud y salud del alma», diría Francisco de Asís.

Por eso creo que «la verdadera alegría es una cosa seria (res severa verum gaudium)», como escribió Séneca en una de sus Cartas a Lucilio.

Y, para disfrutarla, entre las bambalinas de la vida, me quedo con un verso de Fernando Pessoa:

«Sentir como quien mira. Pensar como quien anda…».

El problema del «sexto»

El problema del «sexto» 150 150 Tino Quintana

Si usted ya ha leído el siguiente texto, le invito a que lo vuelva a leer:

«Somos cinco amigos, uno tras otro hemos salido de una casa: el primero salió y se puso junto a la puerta; después, salió el segundo, o, mejor dicho, se movió tan ligero como si fuera una bolita de mercurio, y se puso fuera de la puerta y no demasiado lejos del primero; luego salió el tercero, el cuarto y, por último, el quinto. Al final, quedamos formando una fila. La gente nos miraba, nos señalaba y decían: “Los cinco han salido de casa”. Vivimos juntos desde ese momento. Sería una vida tranquila, si no se inmiscuyera siempre un sexto. No nos hace nada, pero nos molesta. ¿Por qué insiste en meterse donde no lo quieren? No sabemos quién es y tampoco queremos tenerlo entre nosotros. Si bien es verdad que nosotros cinco no nos conocíamos de antes, y puede decirse que tampoco ahora, lo que es factible y aceptado entre cinco no es factible ni aceptado en relación con un sexto. Además, somos cinco y no queremos ser seis. ¿Y qué tipo de sentido tendría estar continuamente juntos? Ni siquiera tiene sentido para nosotros cinco, pero, bueno, ya estamos juntos y seguiremos así. No queremos una nueva unión, a causa, precisamente, de nuestras experiencias. ¿Cómo se podría hacerle entender esto al sexto? Darle largas explicaciones sería como aceptarlo en el grupo. Así que preferimos no aclarar nada y así no lo acogemos. Si quiere hablar, lo expulsamos a codazos, pero, aunque insistamos, vuelve».

(Franz Kafka, Comunidad, 1920)

La identidad y la calidad humana de cualquier comunidad es, en esencia, un problema ético: “el sexto”… siempre vuelve. Pone al descubierto lo que somos y lo que hacemos.

¿Y si resucitara?

¿Y si resucitara? 150 150 Tino Quintana

Es llamativo que en una época dominada por la información masiva estemos rodeados por la desinformación y, sobre todo, por la falsa información. Triunfa la mentira, el infundio, la trola y la chapucería.

Además, creo que los bulos y los embustes tienen una relación directa con el aumento de la polarización y de la ignorancia. A mí me parece que se piensa poco, se reflexiona menos y, aunque haya más titulados académicos, se minusvalora el conocimiento.

Y, a mayor abundancia, el mundo digital, “virtual”, que influye de manera tan decisiva en negocios, políticas, opiniones y decisiones, está suplantando al mundo real e impulsa a convertirlo en algo ficticio, ilusorio e imaginario… “Irreal”.

Lo real está siendo trocado y trucado. Ya no basta con convertir lo falso en verdadero; se busca transformar la realidad en falsedad. La verdad es una especie de incordio que hay que sajar y desechar para siempre. La moda de la “posverdad” no es casual.

Hay dos dibujos de Goya que pueden ser aquí de interés en todo este asunto.

Uno de ellos muestra a una mujer muerta, tirada en el suelo y envuelta por una luz, rodeada por un grupo de tristes personas que la van a enterrar. Lleva por título «Murió la verdad».

El otro representa a la misma mujer, rodeada en este caso por personajes enigmáticos que la miran con gestos de preocupación, expectantes ante un posible despertar que puede traerles peligros. En la parte inferior del dibujo hay este título: «¿Si resucitara?».

Ante esta situación tan goyesca, también yo me pregunto: «¿Y si resucitara?».

El gato y el ratón

El gato y el ratón 150 150 Tino Quintana

—«¡Ay!» —dijo el ratón—. «El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que me daba miedo. Yo corría y corría y me alegraba de ver paredes, a un lado y a otro, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que ya me encuentro en el último cuarto y ahí, en el rincón, está la trampa sobre la cual debo pasar».

—«Solo tienes que cambiar tu dirección» —dijo el gato, y se lo comió.

(Franz Kafka, Una pequeña fábula, 1920)

Les deseo a ustedes que disfruten del descanso, estén donde estén.

Pero ¡cuidado con el gato!

Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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