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Sucesos que atraen la atención por su impacto en la escena de la vida cotidiana u otros temas relevantes de carácter cultural, científico o humanístico referentes a la vida.

Queridos Magos de Oriente

Queridos Magos de Oriente 150 150 Tino Quintana

Queridos Magos de Oriente:

Os escribo estas letras para que nos traigáis descanso, reposo y alivio. La gente lo espera.

La gente no está cansada de la vida, sino de una vida sin sentido reducida al consumo, a ser tratada como una cosa y a ser solo un paso ineluctable hacia la muerte; está cansada de relaciones reducidas a experimentos precarios; está cansada de no encontrar luz al presente, sustancia al deseo y significado al futuro.

La gente no está cansada del trabajo, porque suele hacerlo con seriedad y empeñando sus mejores habilidades. A la gente le gusta el trabajo bien hecho. La gente está cansada de un trabajo que no basta para vivir, que impone condiciones exasperantes, incidentes y accidentes insoportables, frustraciones a los más jóvenes, angustia a los parados…

La gente no está cansada de la familia, porque la valora como un bien necesario para la sociedad. Da seguridad, coraje y compañía. La gente está cansada del frenesí que se impone a la vida de familia, cansada de la acumulación de prestaciones para que no falte nada a los hijos, a los enfermos, a los ancianos …, sin darse un momento de respiro.

La gente no está cansada de la administración, ni de los servicios públicos, ni de la política, porque está convencida de que la vida en común necesita estar regulada, vigilada y organizada. La gente está cansada de una política entendida como sucesión irritante de viejas batallas, de una gestión miope de la cosa pública y de unos servicios públicos que obligan a recurrir a los privados; está cansada de una administración que no sabe valorar las necesidades de la sociedad, ni las iniciativas de cada comunidad…

La gente no está cansada de la comunicación, porque sabe que es un servicio necesario para tener una idea de los demás y del mundo. La gente está cansada de la comunicación dedicada a recoger únicamente las basuras de la vida y a decidir como si ellas fuesen la vida misma; está cansada de la crónica que exagera y se obsesiona con el mal e ignora sistemáticamente el bien; está cansada de la superficialidad, de los bulos venenosos…

¿Y la tierra? La tierra no está cansada de los seres humanos, porque sabe que en ella viven, se aman, trabajan, se asocian y se comunican. La tierra está cansada de ser el escenario de guerras sin cuartel, de sufrir la explotación incontrolada de sus recursos, de verse convertida en basurero…, de sentir roto su propio equilibrio natural sin pedirle permiso…

Queridos Magos: traednos descanso, reposo, alivio, sosiego, esperanza, paz…, por favor.

Lo sabéis mejor que nadie: ahí fuera hay gente cansada…, demasiado cansada.

«Soy tú»

«Soy tú» 150 150 Tino Quintana

Un poeta árabe del siglo XII, Farid al-din Attar, de Nishapur (Persia), escribió esta historia:

«Había una pareja de enamorados, que necesitaban verse a solas, pero no encontraban el momento adecuado. Enterados de que los padres de ella iban a salir varios días de viaje, acordaron verse una noche en su casa. La puerta estaba cerrada:
—¿Quién es?
—Soy yo.
—No te conozco.

Y la puerta siguió cerrada. Ella no reconoció su voz. Las horas pasaban. Al día siguiente sucedió lo mismo:
—¿Quién es?
—Soy yo.
—No sé quién eres.

Y la puerta siguió cerrada. El joven cayó en la cuenta de que algo importante no estaba haciendo bien. Llegó otro día, se acercó a la puerta y llamó:
—¿Quién es?
—Soy tú.

Y la puerta se abrió».

Tiene que haber en algún lugar, pasado o futuro —quizá escondido—, un tiempo de esperanza para reconocernos y aceptarnos. Es una cuestión de ser o no ser. Y lo relevante del asunto es que en ello nos va la razón o la sinrazón, el sentido o el sinsentido de la vida.

Gestos humanos

Gestos humanos 150 150 Tino Quintana

Cuentan que, hace mucho tiempo, una madre, después de acompañar a su bebé en el primer sueño, salió de la habitación llevando en la mano una vela encendida.

Al salir al pasillo, el aire de una ventana abierta casi la apagó, pero, de manera instintiva, levantó su mano izquierda haciendo hueco para proteger la luz contra el soplo del viento.

En aquel instante, mientras se volvía a enderezar la llama, la madre pensó que ese mismo gesto lo habían hecho durante miles de años los seres humanos y lo siguen haciendo.

Sucedió también, hace muchos siglos, que unos forasteros llegaron a casa de Heráclito para conocerlo. Creían que el viejo filósofo les podía proporcionar ideas deslumbrantes.

Hacía frío y lo encontraron calentándose junto al fuego. El anciano maestro los miró y, viendo que dudaban, los invitó a entrar y les dijo: «También aquí se encuentran los dioses».

Hay gestos que perduran. Son profundamente humanos.

También en momentos de desastre.

«Todo lo que apremia
pronto habrá pasado;
pues solo es capaz de consagrarnos
lo que permanece»
(Rainer María Rilke)

La puerta

La puerta 150 150 Tino Quintana

Hace un par de semanas fue mi nieto de poco más de tres años con su madre, mi hija, a llevar unas flores a la tumba donde reposa un amigo suyo. Compraron las flores, llegaron al cementerio, entraron, pusieron las flores sobre la lápida y, entonces, el niño preguntó:

—¿Y la puerta, mamá? ¿Dónde está la puerta?

Con cuatro palabras, diáfanas como la vida y desnudas como la muerte, puso en jaque todos los sistemas filosóficos y teológicos que tantos quebraderos de cabeza costaron a sus arduos autores: «¿Dónde está la puerta?».

Las casas tienen puertas físicas y las personas puertas simbólicas. Se abren o se cierran.

En los cementerios hay cipreses, calles, quizá algún pájaro y, sobre todo, un silencio sepulcral, pero no hay puertas. Se pueden poner flores sobre una lápida, pero es imposible entregar flores a quien no abre la puerta.

Recuerdo a este propósito el diálogo que mantuve con mi hermano Yayo antes de morir:

—Vas a hacer un largo viaje —le dije.

—Sí. El último viaje de la vida. Espero verte de nuevo —respondió.

Si a ustedes les parece bien, lean despacio estos versos de Miroslav Holub:

«Aunque no haya nada,

ven y abre la puerta.

Al menos hará viento»

«Verum gaudium»

«Verum gaudium» 150 150 Tino Quintana

El latinajo del título habla de la «verdadera alegría». Podríamos echar mano de Schiller y Beethoven (Himno a la alegría), o de Benedetti (Defensa de la alegría), o de Pablo Neruda (Oda a la alegría), o de Goytisolo (Palabras para Julia) …. Pero no es necesario acudir a tan distinguidos autores.

Mucho más que sentimientos de júbilo, de risas y sonrisas —que también lo es, sin duda alguna—, la verdadera alegría se condensa en un estado duradero de calma, serenidad y sosiego, después de haber cribado múltiples y variadas experiencias.

Tiene muy poco que ver con la euforia institucional, el prestigio social, el éxito, la fama, la fortuna o el chiste fácil, que solo producen gozos momentáneos.

Surge cuando uno mismo cae en la cuenta de que vivir es convivir y, a la vez, vivir en favor de los demás, sean estos parientes, vecinos, extraños y hasta enemigos.

Aunque parezca una paradoja, esa alegría es una cosa seria, no porque ande uno por ahí con gesto adusto, semblante seco y tieso o ademán severo y distante —cada cual anda con lo que es—, sino porque muestra de manera objetiva, sin doblez ni disimulo, las entrañas del ser humano. Produce una satisfacción interior que es «virtud y salud del alma», diría Francisco de Asís.

Por eso creo que «la verdadera alegría es una cosa seria (res severa verum gaudium)», como escribió Séneca en una de sus Cartas a Lucilio.

Y, para disfrutarla, entre las bambalinas de la vida, me quedo con un verso de Fernando Pessoa:

«Sentir como quien mira. Pensar como quien anda…».

El problema del «sexto»

El problema del «sexto» 150 150 Tino Quintana

Si usted ya ha leído el siguiente texto, le invito a que lo vuelva a leer:

«Somos cinco amigos, uno tras otro hemos salido de una casa: el primero salió y se puso junto a la puerta; después, salió el segundo, o, mejor dicho, se movió tan ligero como si fuera una bolita de mercurio, y se puso fuera de la puerta y no demasiado lejos del primero; luego salió el tercero, el cuarto y, por último, el quinto. Al final, quedamos formando una fila. La gente nos miraba, nos señalaba y decían: “Los cinco han salido de casa”. Vivimos juntos desde ese momento. Sería una vida tranquila, si no se inmiscuyera siempre un sexto. No nos hace nada, pero nos molesta. ¿Por qué insiste en meterse donde no lo quieren? No sabemos quién es y tampoco queremos tenerlo entre nosotros. Si bien es verdad que nosotros cinco no nos conocíamos de antes, y puede decirse que tampoco ahora, lo que es factible y aceptado entre cinco no es factible ni aceptado en relación con un sexto. Además, somos cinco y no queremos ser seis. ¿Y qué tipo de sentido tendría estar continuamente juntos? Ni siquiera tiene sentido para nosotros cinco, pero, bueno, ya estamos juntos y seguiremos así. No queremos una nueva unión, a causa, precisamente, de nuestras experiencias. ¿Cómo se podría hacerle entender esto al sexto? Darle largas explicaciones sería como aceptarlo en el grupo. Así que preferimos no aclarar nada y así no lo acogemos. Si quiere hablar, lo expulsamos a codazos, pero, aunque insistamos, vuelve».

(Franz Kafka, Comunidad, 1920)

La identidad y la calidad humana de cualquier comunidad es, en esencia, un problema ético: “el sexto”… siempre vuelve. Pone al descubierto lo que somos y lo que hacemos.

¿Y si resucitara?

¿Y si resucitara? 150 150 Tino Quintana

Es llamativo que en una época dominada por la información masiva estemos rodeados por la desinformación y, sobre todo, por la falsa información. Triunfa la mentira, el infundio, la trola y la chapucería.

Además, creo que los bulos y los embustes tienen una relación directa con el aumento de la polarización y de la ignorancia. A mí me parece que se piensa poco, se reflexiona menos y, aunque haya más titulados académicos, se minusvalora el conocimiento.

Y, a mayor abundancia, el mundo digital, “virtual”, que influye de manera tan decisiva en negocios, políticas, opiniones y decisiones, está suplantando al mundo real e impulsa a convertirlo en algo ficticio, ilusorio e imaginario… “Irreal”.

Lo real está siendo trocado y trucado. Ya no basta con convertir lo falso en verdadero; se busca transformar la realidad en falsedad. La verdad es una especie de incordio que hay que sajar y desechar para siempre. La moda de la “posverdad” no es casual.

Hay dos dibujos de Goya que pueden ser aquí de interés en todo este asunto.

Uno de ellos muestra a una mujer muerta, tirada en el suelo y envuelta por una luz, rodeada por un grupo de tristes personas que la van a enterrar. Lleva por título «Murió la verdad».

El otro representa a la misma mujer, rodeada en este caso por personajes enigmáticos que la miran con gestos de preocupación, expectantes ante un posible despertar que puede traerles peligros. En la parte inferior del dibujo hay este título: «¿Si resucitara?».

Ante esta situación tan goyesca, también yo me pregunto: «¿Y si resucitara?».

El gato y el ratón

El gato y el ratón 150 150 Tino Quintana

—«¡Ay!» —dijo el ratón—. «El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que me daba miedo. Yo corría y corría y me alegraba de ver paredes, a un lado y a otro, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que ya me encuentro en el último cuarto y ahí, en el rincón, está la trampa sobre la cual debo pasar».

—«Solo tienes que cambiar tu dirección» —dijo el gato, y se lo comió.

(Franz Kafka, Una pequeña fábula, 1920)

Les deseo a ustedes que disfruten del descanso, estén donde estén.

Pero ¡cuidado con el gato!

Soy importante

Soy importante 150 150 Tino Quintana

He pasado la mayor parte de mi vida arando letras, cosiendo historias, tejiendo redes de ideas y telas de sentimientos. Hubo momentos en los que iba, como dice Rafael Cadenas, «hacia donde no llega / ningún camino». Y resulta que, ahora, soy importante.

Sé que soy importante para un niño de casi tres años, mi nieto, que no es consciente de lo importante que él es para mí. Yo lo cuido, pero, en ocasiones, los papeles se confunden y no se sabe bien quién de los dos necesita y está más pendiente del otro.

«Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante» (Antoine de Saint-Exupéry, El Principito).

El cuidado demuestra que la dependencia forma parte de la condición humana, que la autonomía absoluta no existe y que no somos intocables. A la hora de la verdad vivimos enlazados y enredados unos con otros. El respeto mutuo debería facilitar la conexión.

Uno de los secretos para conseguirlo es entender la leyenda que hay a la entrada de un monasterio cisterciense: «la puerta está abierta, el corazón más (porta patet, cor magis)».

Otro secreto es el amor gratuito, igual que hizo Eneas cuando cargó con su padre Anquises a cuestas para salir de Troya camino del destierro (Virgilio, Eneida, II).

«Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos», decía Miguel Hernández.

Frente a la oleada actual de fanáticos, de bulos y discursos de odio, prefiero esta sencilla certeza: sentirme querido por un niño al que adoro. Por eso creo que soy importante. No necesito más.

«El regazo lo es todo»

«El regazo lo es todo» 150 150 Tino Quintana

Caía la tarde. El horizonte comenzaba a teñirse de amarillo. No había nubes. Una mujer caminaba por la pequeña playa, semicircular, con los pies descalzos, mientras su perro correteaba de un lado a otro por la arena.

A medida en que pasaban los minutos, alguien se puso a pintar el cielo de naranja, cada vez más intenso, más y más… casi de rojo. Los contornos del paisaje se difuminaban y el ruido de las olas se escuchaba al quebrarse sobre el arenal.

Fue un espectáculo al que yo preguntaba con mi mirada. Su respuesta era su belleza.

Y recordé el último capítulo de Las olas de Virginia Woolf:

«El sol se había puesto por fin. El cielo y el mar se confundían. Las olas, al romperse, desplegaban sus grandes abanicos sobre la orilla…»

Poco después, la luz de diez farolas en semicírculo insinuaba la cintura de una imagen inmensa que, encogiéndose, cobijaba a la noche y a la mar. Parecía un regazo enorme.

Y pensé que los humanos quizá hayan ido aprendiendo así, desde tiempos inmemoriales, el modo de transformar su cuerpo en regazo: un lugar donde las cosas adquieren sentido porque ampara, acoge, protege, consuela y cuida. Uno de los pocos sitios en el que, cerrando los ojos, nos sentimos inmortales y reyes del mundo.

¿Pura imaginación? ¿Lenguaje ingenuo? Puede ser.

Lo cierto es que, hoy, hacen falta regazos para acunar temores, cantar nanas y arrullar sueños, para resguardarse de la oscuridad, calmar el dolor y abrigarse del frío, para acariciar arrugas, para añorar el hogar y sentirse en casa, para vivir… y para morir.

«El regazo lo es todo», dijo Rainer Maria Rilke (Elegías de Duino, 8)

Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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