• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

Actualidad

Sucesos que atraen la atención por su impacto en la escena de la vida cotidiana u otros temas relevantes de carácter cultural, científico o humanístico referentes a la vida.

Siéntese, por favor

Siéntese, por favor 150 150 Tino Quintana

Ya no recuerdo cuándo dejaron de llamarme “niño” o “guaje” o “guajín”, como decimos en Asturias. La primera vez que me llamaron “caballero”, en lugar de “chico” o “chaval”, pillé un mosqueo considerable. La siguiente vez que me dijeron “señor”, en lugar de “caballero”, el tema se volvió complicado. Pero el día en que me cedieron el asiento del autobús, diciendo “siéntese, por favor”, la cosa se puso muy seria. Así que niño, chico, caballero, señor, “siéntese” …

Sin embargo, antes de ir sentado en el autobús municipal, dediqué muchas energías a la investigación. Aprendí a ser “ratón de biblioteca”, una expresión que hizo popular a mediados del siglo XIX Carl Spitzweg en su obra Der Bücherwurm (Ratón de biblioteca). Fue una verdadera gozada. No me había dado cuenta de que sabía tan pocas cosas, ni de que apenas se puede decir casi nada nuevo. Además, en caso de decir algo, dependes por completo de lo que ya han dicho otros. Para pensar hay que dialogar.

Viví entonces entregado a descifrar una serie de temas relacionados con “la lucha por la vida” en un determinado período histórico y con unos resultados que aquí no procede exponer. Me llamó, entonces, la atención el hecho de que, con ese mismo título, había publicado Pio Baroja una famosa trilogía suya (La busca, Mala hierba y Aurora roja), cuyo personaje principal, Manuel, pasa la vida luchando por vivir con un sentido que no consigue alcanzar. Hay varios comentarios suyos que jamás olvidaré: «siempre habrá momentos malos que lleguen a tu vida, los buenos tendrás que ir a buscarlos … para llegar lejos en la vida no es necesario correr, lo importante es no detenerse nunca». 

Pero hubo algo más hondo que confirmó intuiciones anteriores. Al margen de su composición genética o química, la vida es la vida de cada ser vivo singular. Y la vida humana es la vida de cada ser humano con nombre propio, pero no porque posea nombre sino porque es irrepetible. La vida humana, además, está a la intemperie. Por eso es vulnerable e interdependiente. Esto es un hecho empírico. Covid-19 lo está demostrando hasta la saciedad.

Con el paso de los años fui identificándome con versos de Pablo Neruda: «Me gusta cuando callas porque estás como ausente… / Y me oyes desde lejos y mi voz no te alcanza: / Déjame que me calle con el silencio tuyo… / Una palabra entonces, una sonrisa bastan…»

Volviendo al principio. La verdad es que desde el asiento del autobús municipal se ve el panorama de otra manera. Aquel “siéntese, por favor”, fue decisivo. Hay cosas que antes parecían insignificantes y ahora adquieren valor, como la palabra, el silencio, la sonrisa, la mirada. Hacen el mundo más humano, un término éste nada fácil de definir, por cierto, pero nos entendemos ¿verdad que sí?

 

Recuerdos del futuro

Recuerdos del futuro 150 150 Tino Quintana

Antes de arropar y de apagar la luz a mis hijos por las noches, cuando eran todavía unos niños, me decían: «te quiero, te cariño y te beso», «te quiero muchísimo del amor». Son palabras que hoy siguen narrando un mundo tan real como mágico, una época pasada que perdura aquí y ahora, porque la sigo llevando en las alforjas de mi vida. Es un lenguaje que me trae el recuerdo de la riqueza de los gestos humanos, el que se utiliza en esa especie de tiempos sin tiempo, cuando «las cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo», como se dice en las primeras líneas de Cien años de soledad.

Conozco dos novelas que llevan el título de Recuerdos del futuro. Una es del suizo Erich Von Däniken y la otra de Siri Hustvedt, Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019. Me interesa esta última, que nos habla de cómo nuestro pasado moldea de algún modo lo que somos y seremos. A lo largo de estos días de confinamiento he dedicado tiempo a revivir el pasado, igual que habrá hecho usted que ahora está leyendo estas líneas.

Cuando era niño, hace muchos años, me llevaba mi madre café en un vaso de latón al despertarme por la mañana. Después salía para la escuela. Entonces se iba a la escuela, no al “cole”. Es lo mismo, pero tampoco es lo mismo, aunque esa explicación tenga algo de la “lógica borrosa” o difusa de Lotfi Asker Zadeh. Pude conservar aquel vaso durante un tiempo, pero lo perdí. Algo parecido sucede a cualquiera que guarde una antigua foto, un libro dedicado, una firma, un anillo. Quizá no sea verdad del todo eso de que las palabras las lleva el viento. Los símbolos hablan. Por cierto, los virus también tienen su lenguaje, vienen del pasado, fastidian el presente y condicionan el futuro de todos.

Me han venido también a la memoria figuras tan ilustres como Abelardo, Averroes, Maimónides, perseguidos por sus ideas. Un cristiano, un árabe y un judío, que hablan de la tolerancia activa, del respeto a todos los dioses, de la fuerza de la razón y de la cordialidad de la justicia. La Córdoba medieval, por ejemplo, era toda una demostración de la convivencia pacífica entre diferentes. De nuevo el pasado ilumina la actualidad. Las palabras sabias y sinceras siempre superan el aparente triunfo del silencio provocado por la represión; siempre pasan por encima de la engañosa victoria de las hogueras que pretenden silenciar con fuego a los herejes de turno.

Y todo lo anterior me trae la imagen inolvidable de Eneas, llevando a su padre Anquises a cuestas, camino del destierro. Se puede ver al final del segundo libro de La Eneida, de Virgilio. Es una imagen intemporal, enternecedora, profundamente humana y completamente actual. Vamos juntos hacia el mañana. Nos acompañan certezas, incertidumbres y elevadas dosis de “lógica difusa”. Pero procuramos llevar a cuestas a cuantos no son capaces de continuar caminando por sí mismos. La vida no se entiende sin sentir su peso sobre las propias espaldas.

Haríamos el más completo ridículo si creyéramos que el futuro es únicamente cosa de los vivos o de los que nos consideramos, equivocadamente, útiles y “normales”. En el abultado fardo de la experiencia llevamos, además, el recuerdo de nuestros propios muertos, incluidos los millares de la pandemia de quienes hacemos memoria estos días. Los muertos son el humus de la historia. Tejen el tiempo con sus cenizas, nos dan los mimbres para seguir construyendo la vida y confirman la experiencia de que el amor es más fuerte que la muerte.

El paso del tiempo, ese aliado de las arrugas y del cronómetro, es imparable, inexorable. Igual que mis coetáneos, yo he sido testigo de acontecimientos únicos: la revolución de Cuba, la llegada del hombre a la luna, el concilio Vaticano II, el mayo del 68 francés, la marcha de los derechos civiles en Washington, la llegada de la democracia española, la revuelta de Tiananmen, la caída del muro de Berlín, la desintegración de la URSS, las olimpiadas de Barcelona, la elección de Mandela como presidente de Sudáfrica, la revolución informática, la pandemia de Covid-19, y, por desgracia, mucho terrorismo, mucha guerra y mucha violencia. Hago mías las palabras de Julio Anguita: «Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».

«Te quiero, te cariño y te beso», «te quiero muchísimo del amor». ¡Qué bien siguen sonando! ¡Cuántas cosas evocan! ¿Sentimentalismo o romanticismo? Vale. Son mis recuerdos del futuro. Hay cosas mucho más valiosas en la vida que virus contagiosos.

 

 

«La peste»

«La peste» 150 150 Tino Quintana

Ya no aplaudimos o, al menos, no aplaudimos como antes. Últimamente hay quienes se dedican más a golpear cazos y sartenes, pero tiene que haber de todo en el mundo, como decía mi padre. Desconocemos el grado de impacto social que tendrá en fechas próximas ese tipo de cacofonía. Siempre hubo gente a quien le gusta ese tipo de percusión, aunque no vaya al ritmo de la orquesta. A mí no me gusta. Prefiero hacerlo escribiendo lo que siento y lo que pienso, por ejemplo. La cuestión no reside en dar fuerte el siguiente sartenazo, sino en argumentar con modestia lo que se dice.

Repasando estos días lecturas antiguas me detuve en La peste de Albert Camus. Escéptico, descreído y hasta mordaz o agresivo con la vida, el Nobel de Literatura de 1957 describe la pandemia como una metáfora de la actualidad. La figura más luminosa es Rieux, el médico, una figura con luz propia como hoy la vemos en todos los profesionales sanitarios. A su lado había otros personajes más complejos: un activista (Tarrou), un delincuente (Cottard), un funcionario (Grand), un juez (Othon) o un sacerdote católico (Paneloux).

Cada uno de ellos opta también por poner su vida en peligro para luchar contra la enfermedad. Tenían diversos motivos: morales, familiares, religiosos e incluso inexistentes o difíciles de entender. La buena voluntad y el buen corazón los unía ante la verdadera epidemia, que no era la procedente de un bacilo o de un virus, sino la que «cada uno lleva en sí» y de la que «nadie está indemne»: la fragilidad, la vulnerabilidad, el paso irremediable del tiempo, la finitud y la limitación, la muerte… y la continuidad de la vida.

Lo que a mi juicio no debemos hacer es prenderle fuego a todo para incendiarlo, entre otras razones porque es bastante suicida y no hay por qué ponerse así. Quizá alguna vez, llevados por alguna ofuscación, desearíamos hacer como La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, Lisbeth Salander, la protagonista de la novela de Stieg Larsson, para quien la vida era como una serie de capítulos que se iniciaban con una ecuación matemática.

Hoy ocurre algo parecido: estamos ante una serie sucesiva de problemas que necesitan solución. Y deberíamos hacerlo juntos. Tan absurdo sería echar una cerilla a la gasolina como rechazar a un infectado dándole en la cabeza con La consolación de la filosofía de Boecio, por ejemplo. Tan absurdo es querer quemarlo todo como resolver problemas acudiendo a discursos metafísicos sin contar de hecho con los demás.

Es probable que hayan acabado los aplausos (tampoco sería especialmente grave), pero podemos hacer mucho más que lamentarnos. Recuerdo a ese respecto una ocurrencia de Mafalda cuando pasaba a su lado un señor mayor, con traje y corbata, que se estaba cruzando con un chico tatuado, con barbas, sandalias, pantalones a rayas y largas extensiones de pelo: «¡¡Esto es el acabóse!!» decía el señor, mientras miraba huraño al joven, a lo que Mafalda respondió: «No exagere, hombre. Esto es el continuose del empezóse de ustedes». Nos incumbe también a todos hacer aportaciones para salir de esta situación. Cada uno desde su lugar.

Lo que no parece de recibo es ignorar cosas que debemos saber. Eso sería lo mismo que incurrir en La conjura de los necios, de J.K. Toole, porque la actitud de hacerse los despistados, con la que está cayendo, es propia de necios, más frecuente de lo que parece.

Lo que sí es evidente, desde que ha llegado Covid-19, es que todos, sin excepción alguna, estamos siendo puestos a prueba en todos los aspectos: personal, familiar, sanitario, económico, social, político, local, regional, nacional, continental, global. Este gigantesco examen colectivo revela nuestro talante y nuestro talento y, sobre todo, otra actitud que quiero resaltar: la de no levantar la vista, no mirar a lo lejos, al horizonte o, dicho de otro modo, empeñarse tercamente en cultivar el provincianismo.

Eso sucede cuando vivimos tan apegados a la mentalidad y a las costumbres del entorno particular que no somos capaces de ver lo que hay más allá. Basta un mapamundi o un libro de historia o un Google Earth para caer en la cuenta de que no estamos solos, de que en este mundo hay otros, muchísimos otros. Y si al lector le cuesta trabajo admitirlo sería suficiente con que leyera Viajes con Heródoto de R. Kapuscinsky.

La peste de Albert Camus era un aviso contra el mal, pero, sobre todo, era saber que contra ese mal hay un antídoto. El antídoto es la propia humanidad, la bondad que hay en el fondo de cada ser humano, su acumulada sabiduría secular, su capacidad colectiva de reacción y de resistencia, de solidaridad, de altruismo, porque el mensaje final de Camus sigue estando vigente: «en los seres humanos hay más cosas dignas de admiración que de desprecio». Si algún día dejásemos de confiar en el ser humano habría triunfado definitivamente la peste. Estaríamos todos infectados y sin soluciones. Y no es así.

La ceguera blanca

La ceguera blanca 150 150 Tino Quintana

Ayer me ha salido un risotto con setas para quitarse la boina. Era como para ponerse de rodillas y llorar de alegría varios días seguidos. Y, mientras hacía esa joya culinaria, recordaba lo que está pasando alrededor, tal como hacía Laura Esquivel mientras enseñaba sus recetas (Como agua para chocolate). Hoy he podido ver en persona, por primera vez, a mi hija mayor: un lujo para el corazón y los sentidos. Fuera de ese círculo, hay demasiados muertos. Muchos miles. El mismo número de familias que sufren por la pérdida y cifras desorbitadas de contagiados que esperan la recuperación.

Estamos en medio de un paisaje lleno de niebla, como sucede en Asturias con frecuencia. Aún no sabemos a ciencia cierta ─nunca mejor dicho─ qué hay más lejos. La mayoría de nosotros experimentamos sensaciones desconocidas: recuerdos atrasados, amistades olvidadas, miedos, aprensiones y sospechas más o menos intuidas o escasamente razonadas. No parece lógico “echarse al monte” o subirse a los árboles y pasar allí el resto de la vida, como hizo El Barón rampante, de Italo Calvino, para rebelarse contra la tiranía reinante y contra todo. El argumento me parece buenísimo, pero es poco eficaz en la práctica.

Más bien somos protagonistas de una historia diferente, como la de aquel chico que se imaginaba estar en medio de un campo de centeno, guardando unos niños que andaban por todas partes y corrían el peligro de precipitarse por un abismo. El chico “guardián” siempre llegaba a tiempo para  evitar que se despeñaran. A nosotros nos sucede algo parecido: vemos el peligro y queremos acudir con rapidez para salvar a todos los que podamos recoger con nuestros brazos, igual que en El guardián entre el centeno de Jerome D. Salinger. A veces no llegamos.

También hacemos cuentas del trayecto que hemos recorrido hasta aquí y quizá, sobre todo, satisfechos de vivir en un mundo tan científico, tecnificado y eficiente, pero frío y cruel, mientras caemos en la cuenta de que en ese tipo de mundo sigue siendo muy valioso poder decir a alguien, “nunca te abandonaré”, y que yo pueda a su vez decir: “Nunca me abandones” (Kazuo Ishiguro). Será casi imposible decir eso en África, por ejemplo, donde hay menos de 5.000 camas UCI en todo el continente, o sea, alrededor de 5 camas por cada millón de habitantes. Parece ser que en Europa hay 4.000 por millón de personas, aunque luego sean notables las diferencias entre los propios países europeos.

Cuentan que, en una ciudad cualquiera de cualquier parte del mundo, un señor cualquiera se volvió ciego repentinamente con «una blancura que se le agarraba a los ojos» (José Saramago, Ensayo sobre la ceguera). La epidemia contagió a todo el país. Ese mundo de ciegos nos representa a todos cada vez que pasamos al lado de los nuestros y no los vemos o vivimos con los demás y no los comprendemos, dando lugar así a un gigantesco colectivo de «ciegos que, viendo, no ven» o, mejor dicho, una sociedad en la que quizá nos vemos, pero nunca nos miramos. ¿Habrá una “ceguera blanca” paralela al Covid-19?

Había una mujer vidente que servía de lazarillo a los de la ceguera blanca. Una mujer lúcida. Pero sucedió que, en otra ciudad, donde los ciudadanos decidieron votar en blanco (y de ese modo volvieron tarumbas a sus gobernantes) la autoridad de turno, cabreada, creyó que estaba ante otra nueva epidemia, aisló a los contagiados por esa “lucidez” e incluso terminó liquidando de un tiro a la mujer lúcida (José Saramago, Ensayo sobre la lucidez). En estos tiempos de inclemencia es una barbaridad andar “depurando” personas lúcidas, pero creo que nos falta lucidez para ir más allá del debate y las decisiones políticas.

Habría que ir hacia un mundo donde nunca sea un milagro seguir viviendo; donde cuidemos siempre el frágil equilibrio de la vida; donde jamás seamos indiferentes ante el “todo vale”; donde miremos de frente a los ojos de los demás sin avergonzarnos y donde reconozcamos que el presente sin futuro no sirve de nada, porque «la ceguera es vivir en un mundo donde se ha acabado la esperanza». Merece la pena recordar que «dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos»

Estemos abandonando un modo de vivir en el que nos encontrábamos viviendo confortablemente y aguardamos, expectantes, un cambio más o menos radical de destino por un gesto tan simple como encender una luz (J. Saramago, La caverna). Eso es lo decisivo. Luz para ver que el mañana no es imposible ni está lejos. Sólo está a metro y medio, por ahora. ¡Qué bien lo explicó Platón!

«La hoja roja»

«La hoja roja» 150 150 Tino Quintana

Al viejo don Eloy le salió una tarde “la hoja roja” en el librito de papel de fumar en la que se le advertía: «Quedan cinco hojas». Y él se hizo a la idea de que le faltaban sólo cinco días. «Es un aviso», decía a sus conocidos. Comenzó a sentirse poco a poco como un estorbo y a ser tratado como «abuelito», a temer la soledad de su habitación y a ser ignorado por su familia, a caer en la cuenta de que «la vida es una sala de espera» y, sobre todo, a sentir cada vez más «un frío impreciso que le hacía estremecer». El viejo don Eloy comprendió, entonces, que los seres humanos necesitan calor y que por esa razón domesticaron el fuego a cuyo alrededor apareció la intimidad y la comunidad.

La visión positiva o negativa de la ancianidad ya viene de lejos y con nombres ilustres como Platón, Aristóteles, Cicerón… o, más recientemente, Simone de Beauvoir, Gabriel García Márquez, Ernest Hemingway. Pero ninguno me ha impactado tanto como Miguel Delibes en La hoja roja, cuyo don Eloy representa a todos los ancianos del mundo: a los que han querido vivir solos o con su pareja, a los de las residencias sociosanitarias, a los que han muerto por Covid-19 y a los que aún están enfermos o sufren sus consecuencias.

Suele decirse que hay etapas diferenciadas en la ancianidad, caracterizadas por distintos grados de limitación y dependencia. Lo que voy a añadir se puede apreciar, por cualquier observador, a lo largo de una o varias de esas etapas que recorren los ancianos. Emplearé para ello palabras de Miguel Pastorino, profesor de filosofía en Uruguay.

Pero antes de seguir quiero curarme en salud. Tengo la impresión de que me falta un trecho, pero ya veo a lo lejos la bocana del puerto. Veo aparecer algunos nubarrones en el horizonte, aunque no llegan las tormentas de momento. Necesito mencionar aquí la ancianidad de mis padres y, en particular, la de mi madre, la sabia que no pudo ir a la escuela por las difíciles circunstancias que le tocó vivir. Al recordarlos comprendo que los años proporcionan una sabiduría diferente, nada especial ni exclusiva, pero es algo que no soy capaz de explicar cabalmente. Sé que es así, sin más, y se puede comprobar.

Los ancianos trasmiten una vitalidad, un sentido de la libertad y una paz interior que nunca aportarán la ciencia, ni la técnica, ni internet, ni las redes sociales. Tienen talentos especiales que solo los da el tiempo, no los títulos universitarios. Disponen de sabiduría para mirar e interpretar los acontecimientos; paciencia para saber esperar; fortaleza, aunque sean tan débiles, para sostener a quienes no soportan la frustración; tacto para escuchar; visión amplia y desafectada para hacer frente a las urgencias diarias.

Los ancianos traen calma y aceptación para las heridas, nos regalan otro modo de vivir el tiempo y la gratuidad. Nos enseñan a enfrentarnos con la verdad de la vida de manera realista y nos ayudan a distinguir entre lo superfluo y lo valioso, entre lo importante y lo urgente. Nos hacen comprender nuestra propia vulnerabilidad, es decir, aceptar nuestros límites, amar nuestra verdad, no querer ser lo que no somos y reconocer que no se puede hacer todo. Tienen un tesoro de experiencia acumulada que ninguna sociedad debería permitirse el lujo de desperdiciar. Son los que se han gastado el cobre para dejarnos la sociedad que tenemos, para paliar el paro de sus hijos o cuidar a sus nietos. Ahora mismo sufren por no poder hacerlo, por no poder darse.

A veces me veo con ganas de salir corriendo a ver el mundo, como en la novela de Jonas Jonasson (El abuelo que saltó por la ventana y se largó). Otras veces siento el temor de no llegar a reconocer con el tiempo a mis seres más queridos, tal como le sucedía a la protagonista de El cuaderno de Noah, de Nicholas Sparks o al inolvidable “Emilio” del cómic y la película Arrugas de Paco Roca.

Pero siempre desearé que alguien me dé un beso en la frente antes de que me llegue la “hoja roja” de las cinco últimas páginas. ¡Qué menos! Por eso dice el propio Delibes que el ser humano ha venido al mundo para remediar la soledad de otro ser humano.

Llorar por vivir

Llorar por vivir 150 150 Tino Quintana

Hoy he llorado. Bastante. No ha sido por cortar cebolla ni por haber subido al Suspiro del Moro, la colina desde la que Boadbil, el Chico, lloró por su Granada perdida. En mi caso ha sido la acumulación de sucesos, tensiones y preocupaciones. Eran lágrimas que descargaban sentimientos y ponían de manifiesto las ganas de continuar viviendo. Minutos después, escuchando “Solveig’s Song” de Peer Gynt Suite 2, de Edvard Grieg, recuperé sosiego y paz. La música me aporta salud emocional y momentos únicos. Y siempre me confirma que la belleza y los sentimientos humanos más profundos son universales. La música no tiene fronteras. Desde Vivaldi hasta Queen.

Sin embargo, hay otras ocasiones en que se tienen ganas de llorar, pero no salen las lágrimas a causa del cabreo, la rabia y la vergüenza ajena que uno siente. Me refiero a cosas muy desagradables relacionadas con la pandemia actual. Hace tiempo que la OMS está advirtiendo sobre la amenaza de la infodemia, es decir, la sobreabundancia informativa de rumores, bulos y datos falsos, que propagan a toda velocidad el desconcierto y el miedo en la sociedad. Los conocimientos falsos son muchísimo más peligrosos incluso que la ignorancia.

El pasado día 27 de abril, la plataforma española Maldita.es ya llevaba analizados 420 bulos entre alertas falsas, datos erróneos y medidas que nunca tuvieron lugar. También se pueden ver en Newtral.es. Hay más información en FactCheck.org (University of Pennsylvania) y en PolitiFact.com (Poynter Institute, Columbia-Florida). Aconsejo encarecidamente consultar esas fuentes.

Lo más fastidioso del asunto es comprobar la enorme cantidad de especialistas que pululan en la sociedad y venden el supuesto beneficio sin tener ni idea del oficio. Al igual que hay un abultado número de compatriotas que son entrenadores de fútbol o expertos en obras, hay otro numeroso colectivo que son epidemiólogos, virólogos, infectólogos, inmunólogos, neumólogos, biólogos, etc., etc., que sólo sirven para alimentar la lacra de la infodemia. Es algo así como si la famosa “vieja’l visillo” de José Mota estuviera fisgándolo todo, comentándolo todo y difundiéndolo todo con la mayor ruindad posible.

Pero hoy tenemos que acentuar con fuerza la vida, aunque sea tan frágil. “Sólo se vive una vez”, dice el título de una canción y de una película, aunque quizá lo más valioso sea Vivir para contarla, como titula Gabriel García Márquez una novela suya. Al fin y al cabo, pasamos la vida contando lo que nos pasa, narrando nuestra propia biografía. Decía Séneca que «La vida es como una obra teatral. Lo que importa no es su duración sino el acierto con que se representa». Violeta Parra nos ayudó también a cantar «gracias a la vida que me ha dado tanto». Y Sandra Myrna (Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2019) afirmaba que «todas las personas y todos los demás seres vivos estamos hechos con los mismos átomos que se vienen tejiendo y destejiendo y retejiendo desde hace millones de años…».

La vida es como un tapiz en el que vamos echando la red del vivir cotidiano. La ponemos en el regazo al nacer, la vamos extendiendo con el paso de los años y se nos cae de las manos al morir. Pero el tapiz de la vida continúa entretejiéndose con alegrías y penas, con aciertos y fracasos, con amores y olvidos. En ciertos momentos soñamos “despiertos”, en otros trabajamos con ilusión o sufrimos la desilusión del error o la enfermedad. En algunas etapas vivimos la inocencia de la infancia o la pasión de la adolescencia o el fruto y los sustos de la madurez o la decadencia y la paz de la ancianidad. Y después se nos van muriendo los otros y más tarde nos moriremos nosotros.

Mientras tanto hay que seguir tejiendo el tapiz de la vida. Hay que continuar entretejiendo la vida juntos, teniendo presente un verso de Octavio Paz: «… no soy, no hay yo, siempre somos nosotros». Por eso merece la pena de vez en cuando llorar por vivir.

 

La insoportable levedad del ser

La insoportable levedad del ser 150 150 Tino Quintana

A lo largo de estos días tengo muchas veces la impresión de que estamos siendo protagonistas, colectivamente, de la novela de Milan Kundera, La insoportable levedad del ser, donde lo vivido vuelve otra vez a repetirse, solo que al volver lo hace de un modo diferente. Podemos observarlo en varios comportamientos insólitos en medio de situaciones especiales.

El primero es el mío. Sólo he salido dos veces a comprar. No debería hacerlo, pero tampoco hay otra solución. Cuando lo hago siento esa especie de angustia por un riesgo o daño real o imaginario, es decir, siento miedo. Nunca me había pasado. Es un sentimiento destructor. Te corroe por dentro y te hace sospechar de los demás. Algo así como si el virus tuviera tentáculos de pulpo o de medusa. En otras ocasiones tengo la sensación de que anda por ahí como si dispusiera de piloto automático, igual que un Airbus A340. Es poco racional, pero el miedo tiene bastante de irracional.

Hace un par de semanas, dos científicos expusieron su proyecto de ensayar una vacuna contra el Covid-19 en África. Precisamente en África. El periodista que les entrevistaba añadía que «ya se hacen experimentos similares para otros virus con las prostitutas» porque «sabemos que están muy expuestas y que no se protegen». Días después pidieron perdón. Menos mal que ninguno de esos tres “figuras” empaña siquiera la pléyade de científicos y periodistas que ponen en práctica su código ético en vez de colgarlo en el despacho para que lo vean los clientes.

Una celebrity aprovechó para enseñar su colección de ropa interior, porque «si nos pilla el virus, que nos pille de guapos», decía ella. Y cierta consejera de Sanidad sostenía que “su” coronavirus es «diferente al del resto del país», o sea, que es de especial calidad o de superior nivel al del resto de mortales. Esto último me recuerda a la novela de Antonio Tabucchi, Sostiene Pereira. La consejera “sostiene” ante el tribunal público exactamente lo que critica la novela: todo lo que es excluyente, reductor y egocéntrico.

Por su parte, un poderoso mandatario público ha negado el pan y la sal a la OMS, y sigue empecinado en decir no sólo que el virus es chino, sino que está producido y expandido por un laboratorio chino. El Scripps Research Institute acaba de asegurar que no hay evidencias científicas sobre el diseño del virus en laboratorio. Sin comentarios.

Continúa también el castigo implacable a los cargos públicos asegurando que todos ellos son, sin excepción, unos hijos de la gran bretaña (la expresión completa no la pongo porque las madres no tienen nada que ver con esto). Calificar con un suspenso la gestión pública de la pandemia no equivale a señalar con el dedo a las personas diciéndoles las palabrotas más insultantes. Eso es lo mismo que afirmar cosas sin argumentos. Es algo así como descalificar el valor indudable de la obra de Camilo José Cela por el hecho de que solía hablar diciendo muchos tacos o negar la belleza del “intermezzo” de Cavalleria rusticana, de Pietro Mascagni, por haber sido amigo de Mussolini.

Estamos recibiendo toda una lección de humildad. Deberíamos reconocer y aceptar las propias limitaciones y debilidades y actuar en consecuencia. El Covid-19 nos ha «despertado del delirio de omnipotencia», ha dicho el papa Francisco. Ha venido a sacarnos de la comodidad, de la seguridad, de sentirnos protegidos incluso por los mejores. No estábamos preparados. Habrá que sentarse, evaluar, rectificar y planificar. Y, mientras tanto, la vida continúa.

Pensamientos coronavirusianos

Pensamientos coronavirusianos 150 150 Tino Quintana

Es prácticamente imposible decir nada nuevo, pero sí decirlo de otro modo. Estoy en la fila para entrar al supermercado. Se avanza lentamente. Parecemos nazarenos en la procesión del Cristo de los Gitanos. Veo empujar carros de compra que salen hasta los topes, como si fuera a llegar el séptimo día del Apocalipsis. La mayoría vamos embozados, enguantados y engorrados. Nadie habla con nadie. Si acaso se oye a alguien preguntar con timidez, como si pidiera permiso: ¿es que no quedan muslos de pollo? ¿vais a sacar más pan? Llevo tantos guantes que no soy capaz de encontrar la nota donde he anotado la compra. No cojo aceitunas rellenas porque no me parecen alimentos básicos. Es la mala conciencia. En la caja me ayudan a guardar las cosas. ¡Claro! Me ven mayor

Al salir, veo a una persona hacer un semicírculo a mi alrededor. Me detengo a mirar y me increpa con un ¡qué pasa, antiguo! (porque ahora está de moda decir “antiguo” a cualquiera, como si se dijera “tío”, “tronco” o “colega”). Y casi al lado del portal de mi casa encuentro a un vecino que no recoge la caca del chucho, mientras refunfuña diciendo ¡total, no pasa nadie! Parece que soy “nadie…” o un deshecho tirado…

La vecina de arriba parece que lleva mal el aislamiento. Se oye pasar la aspiradora dos veces por la mañana y unas cuatro por la tarde. También suenan con frecuencia ruidos prolongados en la cocina y en el baño. Debe ser de esas personas que piensan que el virus entra por las cañerías de la calle, ataca por el bidé y sale por el fregadero de la cocina. También hay otro vecino que utiliza el taladro y martillea por las mañanas en el cuarto de baño de al lado. Quizá tenga ya la pared llena de tornillos o esté haciendo agujeros para espiarnos… Es la imaginación “en tiempos del cólera”, diría quizá García Márquez.

También puede ser que estos días casi todo molesta. Sí. Debe ser eso. Tenemos la sensibilidad a flor de piel. Nosotros, en casa, estamos bien y llenamos el tiempo, pero tenemos que esforzarnos para controlar la impaciencia, la irritación. Me estaba acordando ahora de Curzio Malaparte y su delirante y subyugante novela, La piel, «lo único que poseemos» y a lo que hoy se le da tantísima importancia. Es cierto, pero no es toda la verdad. Detrás de la piel o, mejor dicho, aflorando por la piel, están los sentimientos, las inquietudes, las dudas, las creencias, los miedos, las ideas, los valores, es decir, está la persona concreta, única y a veces trágica. La piel revela lo que somos y nos sitúa en el tiempo. Por eso tiene “cronología” particular y hasta zonas superlimpias, porque las manos nunca conocieron tanto jabón desinfectante. Cuando utilizamos videollamadas vemos granos que no teníamos, arrugas que no apreciábamos, labios que se encogen, orejas que crecen, y también sonrisas interminables, miradas que parecen caricias, manos que se tocan en la distancia…

¡Qué cosas pasan! ¿Quién nos iba a decir que sucedería esto? ¡A nosotros que vivimos rodeados de científicos eminentes, de presupuestos billonarios y de los mejores sistemas sanitarios del mundo! La realidad supera la ficción y nos iguala a todos por el mismo rasero, aunque da la impresión de que «algunos son más iguales que otros», como decía Napoleón, el cerdo jefe de la Rebelión en la granja de George Orwell.

En ocasiones me gustaría entrar en la Ilíada y ser Ulises o Aquiles, «el de los pies ligeros», para liquidar a los troyanos, pero no a los de Troya, sino a los virus informáticos con los que ciberladrones y hackers introducen patrañas y bulos quitándonos la intimidad y la tranquilidad. El daño que hacen aprovechando el miedo de la gente es de miserables.

Y, en fin, me indigna ver a los políticos en el Congreso de los Diputados echarse en cara las cifras de contagiados y el número de víctimas. Es lamentable y siento vergüenza ajena: chulería, mentiras, insultos, desprecio. Sólo se salvan las taquígrafas. Deberíamos pensar bien qué votamos cuando votamos. Y lo peor es que sirven de pábulo para los arribistas y redentores que pretenden arreglar el orden público a base de ir dando sopapos a diestro y siniestro (sobre todo a éstos).

Menos mal que siempre quedan los cinco minutos de las ocho de la tarde. Los sanitarios son excelentes profesionales. No hay para ellos suficientes elogios ni palabras adecuadas de agradecimiento. A ver si de una puñetera vez caemos en la cuenta de que no hacen lo que les viene en gana. Están demostrando que viven para la salud y la vida de sus pacientes. Hay que decir lo mismo de los demás servidores públicos.

Mientras aplaudimos nos estamos “fichando” unos a otros, esa es la verdad, pero sirve también para animarnos mutuamente y decirnos ¡hasta mañana! La vida sigue…de momento…

 
 

Recursos Ética COVID-19

Recursos Ética COVID-19 150 150 Tino Quintana

El Comité de Ética para la Atención Sanitaria «Dr. Mariano Lacort  del Área Sanitaria V, Gijón (Asturias) ha publicado una serie de recursos de ética para la situación de pandemia COVID-19. La reproducimos en su integridad y sólo con algunos añadidos. Creo que puede ser de utilidad para muchas personas.


FORMACIÓN


Universidad Rey Juan Carlos (Webinar)

Instituto Borja de Bioética (Webinar) (22 de mayo 2020)

Asociación de Bioética Fundamental y Clínica (ABFyC) (Webinar)

Fundació Víctor Grífols i Lucas


POSICIONAMIENTOS Y RECOMENDACIONES ÉTICAS


Guía de algunas fuentes para consultar

20. Asociación de Bioética Fundamental y Clínica (ABFyC)

edición abreviada /edición completa) (6 de mayo de 2020)

19. Red de América Latina y del Caribe de Comités Nacionales de Bioética (CNB)

18. Comitato Nazionale per la Bioetica (CNB). Italia

17. UNESCO. Comité Internacional de Bioética (CIB) y Comisión Mundial de la Ética del Conocimiento científico y la tecnología (COMEST)

16. Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social

15. Conselho Nacional de Ética para as Ciências da Vida. Portugal

14. Comisión Asesora de Bioética del Principado de Asturias (CABéPA)

13. Pontificia Academia para la Vida (PAV). Ciudad del Vaticano

12. Sociedad Española de Medicina Geriátrica (SEMEG)

11. Observatorio de Bioética y Derecho. Barcelona

10. Consejo de Bioética de Galicia (CBG)

9. Comité de Bioética de España

8. Comisión Central de Ética y Deontología del Consejo General de Colegios Médicos de España (CGCME)

7. Asociación Española de Bioética y Ética Médica (AEBI)

6. Comisión de Bioética de Castilla y León

5. Sociedad Española de Anestesiología, Reanimación y Terapéutica del Dolor (SEDAR)

4. Asociación Española de Bioética y Ética Médica (AEBI)

3. Contribution du Comité Consultatif National d’Étique (CCNE).Francia

2. Grupo de Trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC)

1. Società Italiana di Anestesia Analgesia Rianimazione e Terapia Intensiva (SIAARTI)

 


ALGUNOS ENLACES NACIONALES E INTERNACIONALES


 

Crisis humanitarias

Crisis humanitarias 150 150 Tino Quintana

El gran desafío de las crisis humanitarias pone del revés nuestra comprensión de la vida, del bienestar y de la sociedad, nuestro modo de entender el principio de justicia como base y sustento de la bioética global y, en consecuencia, somete a crítica el modo “occidental” de entender la autonomía y la beneficencia; y, en fin, este desafío descubre la inmoralidad de la omisión, es decir, “la abstención de hacer o decir” que significa “delito o falta consistente en la abstención de una actuación que constituye un deber legal, como la asistencia a quien se encuentra en peligro manifiesto y grave.” 

1. ALGUNOS CONCEPTOS BÁSICOS

Una crisis humanitaria es una situación de emergencia en que se ven amenazadas la vida, la salud, la seguridad o el bienestar de una comunidad o un grupo de personas en un país o región. Sus causas pueden ser políticas, ambientales o sanitarias; el país que las sufre no cuenta con capacidad de respuesta para hacerles frente.

Se denominan crisis olvidadas a las crisis humanitaria severas que están recibiendo una respuesta nula o insuficiente por parte de la comunidad internacional, sin compromiso político para solucionarlas, muchas veces como consecuencia de la falta de cobertura mediática, lo cual amplifica los efectos sobre los damnificados y puede conducir a un colapso humanitario.

Estas crisis afectan, generalmente, a minorías dentro de un país, como es el caso, por ejemplo, de los refugiados saharauis (Argelia), la etnia Kachin (Myanmar) o los desplazados (Colombia). Son minorías «olvidadas». La comunidad internacional tiene reparos para intervenir para no socavar la soberanía estatal correspondiente.

2. ALGUNOS DATOS DE CRISIS HUMANITARIAS

Según Noticias ONU, unos 168 millones de personas necesitará asistencia vital en 2020. Una de cada 45 personas del planeta precisa comida, albergue, cuidados médicos, protección y otras asistencias básicas. El coordinador de Ayuda de Emergencia de la ONU, Mark Lowcock, dijo que la cantidad de personas necesitadas es la más alta en décadas y advirtió que «podría haber más de 200 millones de personas necesitando ayuda para 2022».

Unos 59 millones de niños en 64 países de todo el mundo pueden necesitar ayuda urgente. En este caso, Henrietta Fore, directora ejecutiva de UNICEF señaló que uno de cada cuatro niños vive en un país afectado por un conflicto o por un desastre (refugiados de Siria y las comunidades de acogida, Yemen, Siria, República Democrática del Congo y Sudán del Sur. En 2020 se aspira a tratar a 5,1 millones de niños con desnutrición grave, vacunar contra el sarampión a 8,5 millones y proporcionar a 28,4 millones de personas acceso a agua limpia. En julio de 2019, la OMS calculaba que unos 820 millones de personas carecían de alimentos suficientes para comer en 2018, frente a 811 el año anterior. Es el tercer año consecutivo que aumenta esa cifra. África y Asia soportan la mayor parte de todas las formas de malnutrición, ya que cuentan con más de nueva de cada diez niños con retraso en el crecimiento y más de nueve de cada diez niños con emaciación. En Asia meridional y en el África subsahariana, uno de cada tres niños padece de retraso en el crecimiento o tienen la «doble carga» de sobrepeso y desnutrición.

Y a todo ello debemos añadir que los pobres no sólo tienen enfermedades, sino que, además, hay enfermedades que sólo padecen los pobres. La OMS, por ejemplo, las agrupa en las diversas Enfermedades Tropicales Desatendidas (ETDs) y olvidadas, como esquistosomiasis, oncocercosis, filariasis linfática, leishmaniasis, lepra, etc., etc., relacionadas con la falta de servicios de salud, higiene, saneamiento o agua potable. Provocan discapacidades, desfiguraciones, amputaciones, y atrapan a las familias en un ciclo exasperante de pobreza y enfermedad. Una de cada seis personas en el mundo padece al menos una de las ETDs.

La tragedia de los desplazados, migrantes y refugiados

«El mundo está siendo testigo del mayor número de desplazamientos de los que se tienen constancia. Una cantidad sin precedentes de 70,8 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares a causa de la violencia y la persecución a finales de 2018. Entre ellas hay casi 30 millones de refugiados de los que más de la mitad son menores de 18 años. Además, hay 10 millones de personas apátridas a las que se les ha negado una nacionalidad y el acceso a los derechos fundamentales como educación, sanidad, empleo y libertad de circulación».

En el campamento de Moria (isla de Lesbos, Grecia) hay unas 15.000 personas en unas instalaciones concebidas para 2.800, donde tienen que hacer colas para ir al baño, para comer, para que les vea un médico o que tramiten sus peticiones de asilo. Moria no es sólo el campo más poblado e infame de Europa. Es donde entran en colisión los intereses de Turquía (con 3,6 millones de refugiados sirios) y los de la Unión Europea (ocupados en contener las migraciones). Así lo comenta Silvia Blanco.

Otro ejemplo reciente es el de las caravanas de Centroamérica, como cuneta Jacobo García. En octubre de 2018, unas 200 personas comenzaron a juntarse en la estación de autobuses de San Pedro Sula (Honduras) con el único objetivo de marchar del país. Y lo hicieron. Y atravesaron tres países. Y a esa caravana les siguió otra y otra más… Y los 200 se convirtieron pronto en miles. No son caravanas financiadas por políticos. Su origen aparece en un mensaje de Facebook por aquellas fechas: La gente se sigue yendo de Honduras por la situación económica o por la violencia. Se expone a riesgos de todo tipo: accidentes, asaltos, estafas, extorsiones, secuestro y hasta asesinato (…) «si tiene planes de irse, no vayas solo o sola. No sientas vergüenza, que migrar no es delito».

Lo más grave de todo esto es que pasan los años, se suceden las tragedias, y todo sigue igual. Son una noticia más en los diarios, sin mayor incidencia en la distribución de recursos mundiales. «El contraste con la presión que se ejerció sobre el gobierno de Tsipras, para que Grecia acatara las condiciones del rescate financiero es obsceno, cuando menos». A Europa le falta, por lo menos, ejemplaridad moral, dice Mateo Peyrouzet.

3. EL TRASFONDO DE LA IDEA HUMANITARIA

En 2002, Jordi Raich firmó un documento sobre la «Evolución ética de la idea humanitaria«, donde pone de relieve dos doctrinas incompatibles, la humanista y la humanitarista, que convierten al humanitarismo en un ser errático e imprevisible, objetivado en diversas y múltiples ONGs, cuya finalidad es practicar una moral bienintencionada, pero basada en una especie de paranoia ética resultante de querer combinar principios incompatibles.

De un lado está el discurso sobre los derechos humanos universales, basados en una naturaleza humana común, recogidos principalmente por el pensamiento liberal y plasmados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos 1948. «Es el territorio del humanismo que persigue sensibilizar a la sociedad de un lugar sobre las injusticias cometidas en otro punto del planeta en nombre de la justicia global», dice Raich.

Y, de otro lado, está la guerra, la parte del mundo donde la naturaleza humana, teóricamente común, se reduce a sus formas más elementales y trágicas. Es el territorio del humanitarismo, la versión secularizada de la caridad cristiana precedida en este caso por la teoría de la «guerra justa» y la justificación moral de la «legítima defensa». El humanitarismo tiene como objetivo preservar la vida y aliviar el sufrimiento para ayudar a las víctimas a superar el clima de violencia, asegura Raich, que añade:

«El humanismo intenta pacificar el mundo, cambiarlo, mientras que el humanitarismo lucha por humanizar la guerra y sus efectos. Uno se preocupa por la calidad de vida, el otro de la vida misma; uno se ocupa de los derechos, el otro de la salud; en uno los humanos se reconocen mutuamente por sus características biológicas comunes (todos los humanos son iguales), en el otro el sufrimiento es el elemento unificador (todas las víctimas son iguales)».

Estas discrepancias  llegan a nuestros días: «Hay quienes defienden que la acción humanitaria sólo trata de los síntomas de la crisis, no la crisis en sí misma o sus causas … Y hay otros para quienes las organizaciones de asistencia siempre dan prioridad a las obras de caridad a costa de no solucionar problemas políticos y de derechos humanos más fundamentales».

4. REFLEXIONES SOBRE ALGUNAS EXIGENCIAS

«Las desigualdades estremas están controladas» en el mundo, advirtió Davos_Informe-2019: «Estamos viendo cómo los más ricos se amparan en la riqueza y los más desfavorecidos se hunden en la pobreza». Según la citada ONG, 26 personas tienen ahora tanto dinero como los 3.800 millones más pobres del planeta. En 2017 eran 43: por tanto, la riqueza de los más ricos se ha concentrado en menos personas y aumentó en 900.000 millones de dólares 2018, un ritmo de 2.500 millones al día, mientras que la riqueza de la mitad más pobre de población del planeta cayó un 11%.

«n las crisis humanitarias solo hay dinero mientras sale en las noticias, declaró Ben Harvey, consejero de Agua y Saneamientos de ACNUR, en octubre de 2029: En uno de los campamentos de refuciados en Jordania, por ejemplo, viven 80.000 personas. Eso supone quinientos métricos cúbicos de mierda al día».

José Luis González Miranda, sacerdote jesuita y hermano de uno de mis mejores amigos, trabaja en la Red Jesuita con Migrantes y, anteriormente, ha acompañado a migrantes y sus familias en Nicaragua y Chiapas. Conoce de primera mano esta realidad. En un artículo suyo, donde relaciona las migraciones centroamericanas con el neologismo «aporofobia», introducido por Adela Cortina, habla del vínculo de las caravanas de migrantes con el miedo de dos maneras:

1) El miedo de las caravanas: están llenas de miedo a las maras y al crimen organizado; a os gobiernos corruptos y a la justicia arbitraria, a huracanes, sequías, volcanes y terremotos tanto geológicos como sociológicos. Las caravanas no huyen de de los temblores de la geografía, sino de los de la historia. Y en el camino vuelven a enfrentarse con «el miedo a naufragar, a las extorsiones, los accidentes y los secuestros… al hambre en el origen, en el tránsito y en el destino

2) Y las caravanas del miedo: sin pretenderlo en absoluto, provocan miedo frente a ellos: perseguir a la población por donde pasan, cuando en realidad son ellos los perseguidos; llevar consigo epidemias contagiosas, como si se pudiera detener con muros a los virus y a los mosquitos; miedo de tener hijos, miedo del futuro, miedo de la bomba demográfica, miedo a que los migrantes cambien la cultura y las tradiciones, etc., etc.; un miedo, en fin, que hace construir continuamente muros y alambradas a su paso. De hecho, asegura, J.L. González Miranda, «las fronteras con muro han pasado de 11, en 1969, a 70 en 2019, según la Universidad de Quebec en Montreal».

Merece la consultar Hospitalidad Caravanas Invisibles 2018 de la citada Red Jesuita.

Por su parte, un representante del Comité Internacional de la Cruz Roja, presente en Davos 2019, hizo las siguientes propuestas para mejorar la acción humanitaria:

1. Hacer hincapié en los puntos de tensión.
2. Reunir ideas, aptitudes y recursos.
3. Liberar nuevas inversiones para una acción sustentable.
4. Apoyar la autonomía, no la dependencia.
5. Elaborar nuevas respuestas humanitarias.
6. Aprovechar las oportunidades digitales y prevenir los daños.
7. Abordar los traumas invisibles.
8. Respetar el derecho sin excusas.

5. CONSIDERACIONES DESDE LA BIOÉTICA

Son varias y diversas las fuentes que podríamos utilizar. En este caso, traemos la obra de «Edgar Morin: Pensamiento complejo y Bioética«, de quien recogemos algunas indicaciones. Ser sujeto moral es conjugar el egoísmo y el altruismo a lo largo de la vida. Toda mirada sobre la ética debe reconocer el carácter vital del egocentrismo y la potencialidad fundamental del altruismo. Cada acto moral es un modo de religarse con el prójimo, con una comunidad, con una sociedad, y con la especie humana: «La religación es la clave de la ética».

3.1. La ética individual o autoética emerge como resultado de un proceso histórico de emancipación que pone la responsabilidad de nuestros actos en nosotros mismos. Es la dinámica de la pasión de ser uno mismo que se encuentra con la responsabilidad de sí y, al mismo tiempo, implica el debilitamiento de los superegos y narcisismos. El autoexamen y la autocrítica, cuya práctica nos exigen trabajar para bien pensar y bien pensarse, nos hacen caer en la cuenta de que la mente debe estar abierta hacia lo de de fuera, lo exterior, lo otro y los otros, es decir, deberíamos volver al altruismo. Por eso la autoética es, en primer lugar, una ética de sí a sí, que desemboca en una ética para el prójimo y se origina en los principios de exclusión (disciplinar el egocentrismo) y de inclusión (desarrollar el altruismo).

Como clave de la ética, la «religación» aparece como el imperativo ético primordial, que manda a otros imperativos referentes al prójimo, a la comunidad y la sociedad. Por ello se explica la importancia de un principio ético primero que obliga a «no suprimir a nadie de la humanidad«. Resulta imprescindible desarrollar una ética basada en el respeto al prójimo, la tolerancia, la libertad, la fidelidad, el amor, la comprensión, la magnanimidad, el altruismo y el perdón.

3.3. La antropoética es el modo de asumir el destino humano a través de la autoética, o sea, mediante la práctica de la religación. Por tanto, asumir el destino humano implica salir de los singular a lo colectivo, de lo particular a lo general y de lo individual a lo universal. La antropoética se impone en la época de la globalización, canaliza la universalización de la solidaridad y se materializa en la conquista del humanismo planetario. Por primera vez en la historia, lo universal ha devenido realidad concreta: el «destino global del planeta».

El actual modelo de globalización está haciendo imposible la formación de la sociedad-mundo, porque retrasa e inhibe la constitución de una conciencia moral común, universal, planetaria. El mundo global está parcelado, dividido, separado, tabicado… carece del imperativo primordial de la ética, es decir, carece de religación, que implica:

1º) Superar la impotencia de la humanidad para constituirse como humanidad
2º) Civilizar la Tierra amenazada por la barbarie de las parcelas, las separaciones y los tabiques que nos dispersan sin cesar.

3º) Poner la ciencia, la técnica y economía, los motores que impulsan la nave Tierra, al servicio exclusivo de los seres humanos.

4º) Convertir la humanidad en una entidad nueva, «un ser de cuatro grado», donde las naciones seas sus provincias y los seres humanos puedan reconocer su patria común.

Sin embargo, la necesidad de asumir y poner en práctica los compromisos anteriores tiene que hacer frente a la tendencia destructora y desintegradora del propio ser humano y muchas de sus organizaciones e instituciones. Para hacer frente a este reto hay que disponer de virtudes hipercomplejas, «fuerzas vivas«, que actúan como verdaderos antídotos de la desintegración: la fraternidad, el amor a la humanidad y la inteligencia.

Morin relaciona la inteligencia con la frase de Pascal: «Trabajaremos por pensar bien, he ahí el principio de la moral» (Pensamientos, Alianza Editorial, Madrid, 1981). Trabajar por el «bien pensar» es un esfuerzo por concebir la era planetaria e inscribir en ella la ética: «El humanismo planetario es a la vez productor y producto de la ética planetaria. La ética planetaria y la ética de la humanidad son sinónimos».

3.3. La acción del hombre sobre la vida, la antropobioética, se remonta a sus propios orígenes y se ha ido acrecentando cada vez con mayor rapidez en ámbitos cada vez más extensos. Sus perspectivas de futuro son imparables. Lo decisivo no es sólo la manipulación de la vida por el hombre, sino la manipulación del hombre mismo. Hemos alcanzado altos estados de desarrollo, transformación  y destrucción de la vida, que ponen en jaque la responsabilidad humana. La antropobioética implica:

A) La protección de la dignidad humana, que se asienta sobre dos bases: 1ª) la piedad subjetiva por el sufrimiento de cualquier otro sujeto que se siente «alter ego»; y 2ª) la ética humanista que confiere dignidad de sujeto a todo ser humano.

B)La bioética del «homo complex», que se cifra en hominizar el humanismo rechazando lo que cosifica e instrumentaliza a lo viviente, enraizando la vida (bíos) en la ética (êthos), siendo así la consciencia moral de la biosfera y ejerciendo la responsabilidad moral de «defender, proteger e incluso salvar la vida, porque nuestra condición biocultural nos obliga vivir la vida ‘viviendo nuestra vida’».

C) La antropobioética como base de la bioética, puesto que lo que está al servicio  de la vida está también al servicio de nuestras vidas. El objetivo de la bioética es la conquista del humanismo planetario. Es un modo ético de asumir el destino humano (antropoética), cuya referencia es proteger la dignidad humana respetando la vida y los valores dela vida (antropo-bioética). Por eso «necesitamos identificar las condiciones necesarias para una gestión responsable de la vida» o, con otras palabras, hacerse cargo de la bioética y gestionar su desarrollo global.

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Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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