• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

Actualidad

Sucesos que atraen la atención por su impacto en la escena de la vida cotidiana u otros temas relevantes de carácter cultural, científico o humanístico referentes a la vida.

Antifrágil

Antifrágil 150 150 Tino Quintana

«El viento apaga una candela y reaviva el fuego». Así comienza una obra de Nassim Nicholas Taleb (Antifrágil: Las cosas que se benefician del desorden, Paidós, 2013) que pone en circulación los términos “antifragilidad” y “antifrágil” para dar a entender que hay cosas y acontecimientos que adquieren energía y vitalidad cuando hay otras, en la misma situación, que se agotan y desaparecen. Hay cosas que adquieren más valor en medio del desorden y el desconcierto.

Lo “antifrágil” y la “antifragilidad” son términos que no existen oficialmente en español, pero sirven para describir con acierto la situación que nos ha tocado vivir.

Por un lado, hemos llegado a tener la impresión ─que va a durar─ de que, en ciertos momentos, la desorientación y la incertidumbre, el caos, la impotencia y el cansancio, se habían adueñado del mundo. Se extendió por todas partes la certeza de la fragilidad.

Y, por otro lado, en ese mismo contexto, se reafirmó el desarrollo de la ciencia, la comunicación virtual, la responsabilidad profesional y colectiva, el altruismo, la urgencia de los valores y principios éticos colectivos… se puso de relieve lo “antifrágil”.

Pero, en situaciones difíciles, y sobre todo en las extremas, los seres humanos no sólo toman conciencia de la antifragilidad que los mantiene a flote. También pueden cometer innumerables tonterías y, lo que es peor, llevar a cabo las acciones más abyectas.

Nos lo ha recordado Philip Zimbardo en una obra escalofriante y tremenda (El efecto Lucifer: El porqué de la maldad, Paidós, 2012): un grupo de buenos, agradables, estudiosos y simpáticos muchachos norteamericanos, fueron transportados a una especie de “lugar en ninguna parte” ─las lejanas tierras de Irak─ para hacerse cargo de unos prisioneros, a quienes se les había previamente acusado de malas intenciones y de ser infrahumanos, y terminaron cometiendo auténticas barbaridades con ellos. Años antes lo habían hecho un grupo de soldados estadounidenses en Abu Ghraib por los mismos motivos y por haberles convencido sus mandos de que eso era lo correcto.

Dicho de otro modo, ni los escándalos necesitan personajes escandalosos, ni las monstruosidades necesitan monstruos. ¡Qué seguro y confortable sería el mundo si sólo fueran los monstruos quienes provocaran actos monstruosos! Hay psiquiatras, psicólogos, sociólogos, jueces, policías, que se pueden encargar de ello. Lo más grave de todo este asunto es que, a lo largo de la historia, ha habido muchos seres humanos autores de los actos más crueles, sádicos y horribles, que «fueron y siguen siendo terrible y terroríficamente normales», como asegura Hanna Arendt (Eichmann en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal, Lumen, 1999).

Quizá haya que bajar un poco el volumen, para no molestar, pero hay que señalarlo. ¡Cuántas veces caemos bajo la seducción del consumo, sin necesidad! ¡Cuántas veces entramos en las redes sociales por el morbo de la porquería existente! ¡Cuántas veces eludimos decir: “perdóname, me equivoqué”, “te necesito”, “te quiero”! Y eso sucede en el día a día “normal” de personas “normales” que creerán no haber roto un puñetero plato en su vida.

La propuesta de Taleb es sugerente: los acontecimientos adversos son una ocasión para ver los puntos donde deberíamos apoyarnos para seguir adelante. Lo resiliente se ocupa más de lo cuantitativo y nos ayuda a resistir. Lo “antifrágil” se fija más en lo cualitativo y nos permite mejorar. En la situación actual, está emergiendo con fuerza el cuidado mutuo, la solidaridad, o, sencillamente, el nombre de cada persona. Porque, al fin y al cabo, como diría mi paisano Ángel González, «¿Qué sería tu nombre sin ti?». Y en otro lugar ofrece una respuesta:

«Los nombres que te invento no te crean.
Sólo ─a veces son como luz los nombres─ te iluminan».

Un buen plan para los próximos días.

¡Feliz Navidad! ¡Felices Fiestas!

Cínicos y estúpidos

Cínicos y estúpidos 150 150 Tino Quintana

Según la información actualizada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades del gobierno norteamericano, hay unas cuantas variantes clasificadas y definidas de la Covid-19. Acaba de aparecer una nueva catalogada como B.1.1.529 y llamada “ómicron”. A este paso se acaba el alfabeto griego pronto.

El apretón que le acaba de dar al dichoso bicho está llenando de porquería las cotizaciones en bolsa, la evolución de los mercados, la recuperación económica, obliga a cerrar fronteras y vuelos desde ciertos países… Parece que el bicho ataca de nuevo.

Convendría no poner la carreta antes que los bueyes, o, dicho de otro modo, alarmarse sin motivos justificados. En cualquier caso, vamos a necesitar suerte y cuidado durante las próximas semanas en las que, como siempre, será decisiva la voz de los científicos.

Las vacunas son eficaces y continuarán mejorando, la responsabilidad individual y las medidas colectivas han funcionado, el progreso de la ciencia sigue siendo imparable, las cosas aprendidas serán útiles en el futuro, y, así todo, resulta imposible quitar de la vista algunas cosas manifiestamente estúpidas y cínicas que nos adornan de cuando en vez.

En África, la cifra de vacunados no llega al 8% y algunos países apenas han visto una aguja de jeringuilla, como sucede en Burundi con el 0,0025% de vacunados. Apenas tres de cada 100 personas han sido completamente vacunadas contra la covid en los países más pobres del planeta, según la Universidad de Oxford.

Los países ricos, incluidas sus empresas farmacéuticas, siguen acumulando diagnósticos, tratamientos, vacunas, mientras sus ciudadanos bailan en discotecas, se manifiestan en las calles reclamando libertad para vivir contagiados y tienen el privilegio de recibir en un par de horas su Certificado Covid Digital cómodamente sentados en el salón.

El éxtasis de la libertad a costa de la igualdad es detestable, obsceno e injusto.

Por otra parte, el juicio moral hecho hace algunos meses por los europeos del norte sobre la conducta de los del sur, dedicados según aquellos a la juerga y a la pandereta, se vuelve como si fuera un bumerán contra su propio tejado. Los pobretones del sur han cumplido mayoritariamente sus deberes frente a la covid, con sosiego y disciplina, frente a los sesudos, austeros y muy protestantes nórdicos que dan la espalda a la evidencia científica y ponen en riesgo su salud y la de todos. Nos basta con dejar constancia del hecho. Conviene tomar buena nota para no juzgar la moralidad de nadie sin ton ni son.

El discurso “nadie está a salvo hasta que todos estemos a salvo” debería ser una norma.

Como ha dicho estos días un periodista, “parecemos cínicos, pero creo que, simplemente, somos estúpidos” (Gonzalo Fanjul, en El País). Yo más bien pienso que de Londres a Madrid, pasando por París y Berlín, somos cínicos y estúpidos. Y si nos pica al leerlo, nos rascamos, cosa esta que suele ser útil de vez en cuando.

Cantos rodados

Cantos rodados 150 150 Tino Quintana

Nos vamos haciendo ─y deshaciendo─ como los cantos rodados de un río.

El día 5 de junio 1989, un muchacho solitario y desarmado, sosteniendo unas bolsas con las manos, se colocó frente a una columna de vehículos militares que atravesaba en ese momento la Avenida Chang’an en la Plaza de Tiananmén de Pekín. Cada vez que el blindado intentaba pasar, el chico se movía hacia los lados para impedirlo. Y lo detuvo.

Cuatro siglos antes, un hombre seco de carnes y enjuto de rostro, aparejado con una armadura olvidada de sus bisabuelos y con un rocín que tenía «más cuartos que un real y más tachas que el caballo de Gonela», salió a pleno campo abierto, en La Mancha, con la intención de ir «por caminos sin camino» para deshacer agravios, enderezar entuertos y «socorrer a los huérfanos y menesterosos». Confundía ventas de hospedaje con palacios, barricas de vino con fantasmas, batanes de enfurtir cueros con aguas tenebrosas, chalupas de río con barcos encantados, molinos de viento con gigantes…

¿Quién habría pensado nunca que el gesto de aquel chico daría la vuelta al mundo para ser señalado por la revista Time, en 1998, como una de las empresas que han tenido mayor influencia en el siglo XX? ¿Y quién hubiera previsto que las aventuras de don Quijote, ese loco genial, se convertirían en la parodia irónica más inteligente de todas las sociedades humanas habidas y por haber?

Podríamos decir que el joven de Tiananmen era una especie de don Quijote contemporáneo. Uno y otro continúan suscitando valores, despiertan sensibilidades, remueven conciencias. Sin embargo, la realidad terminó triturando el hermoso propósito del muchacho chino, quitándole de en medio, silenciándolo; y ridiculizó los ideales del Caballero de la Triste Figura haciéndole toparse de bruces con molinos de viento, chalupas, batanes, barricas de vino, posadas… con la realidad.

La realidad cotidiana tira por tierra los sueños y ridiculiza los ideales. Es cierto que hay robos, volcanes, guerras… y abundan sectarios, demagogos, arribistas, tunantes, chulos, vendehúmos y otras cosas feas que no se deben decir por estar en horario infantil.

Pero también hay numerosos aspectos de la realidad que se pueden moldear e incluso transformar. Ni la vida ni la historia están en manos de fuerzas ciegas que lo arrojen todo a los más fuertes o al desastre. La evidencia del progreso positivo lo demuestran hechos reales. Basta con observar la eficacia y seguridad de las vacunas contra la Covid-19 y la constante evaluación de sus efectos para continuar mejorando.

Por eso, seguramente, los propósitos de aquel muchacho y los ideales de don Quijote, tan inútiles en apariencia, siguen siendo útiles en la práctica, porque, como ellos, nos vamos haciendo a base de dar trompicones y vueltas como los cantos rodados de un río.

A este propósito, viene bien recordar una línea de El cero y el infinito, de Arthur Koestler: «… dos y dos no son cuatro cuando las unidades matemáticas son seres humanos…»

El troleo

El troleo 150 150 Tino Quintana

Estoy delante del ordenador con la mano derecha sobre el ratón y la izquierda sosteniendo la barbilla. Suenan de fondo piezas sucesivas de Jazz. El ritmo, la improvisación y el fraseo de esta música, soñadora donde las haya, me ayudan a escribir. La luz de una lámpara ilumina el círculo que me rodea e intento mirar más allá, lejos, para hacer balance de la actualidad.

Abunda la crispación y el exabrupto, el desprecio, el insulto y la burla, sobre todo respecto a las minorías y a los más vulnerables. Se percibe todo esto de manera acusada en el “troleo”, como acción y efecto de “trolear”, es decir, publicar mensajes provocativos, ofensivos o fuera de lugar con el fin de boicotear algo o a alguien, o entorpecer la conversación en foros de internet y redes sociales. Así lo define el diccionario de la RAE.

Ese anglicismo, derivado del verbo to trolling, describe la entronización del desbarajuste; la bufonería embaucadora y burlona; la universalización de la calumnia; la democratización de la censura por miedo a la burla de los demás; la sobreexposición de la intimidad personal en la esfera pública; la virtualización del linchamiento más inmisericorde; la instalación de equipos organizados (cibertropas) para manipular la opinión pública en Internet y transformar en arma las redes sociales; la difusión sistemática y acrítica de noticias falsas (fake news)…

Como dice J. A. González de Requena, hablando de la “La filosofía del troleo”, estamos ante «la consumación digital de la vana conciencia irónica, la arbitrariedad subjetiva, los arrebatos de convicción moral hipócrita y el enjuiciamiento moral desaforado». Las redes sociales se parecen con demasiada frecuencia a una ciénaga viscosa y tóxica.

Pero ¿sólo Internet se está convirtiendo en un medio tóxico y en un entorno inhabitable? Convendría pensarlo un par de veces. Podemos contribuir a ello por simple pereza mental.

Esta manera de entender las relaciones sociales esconde en el fondo algo escabroso e inquietante: la falta absoluta de mansedumbre y de cordura. Lo que desmorona a las esferas de poder y a los grandes lobbys internacionales son los argumentos cargados de sensatez, cordialidad y sinceridad. Francisco de Asís, por ejemplo, atizó un golpe mortal al feudalismo por defender que todos eran menores e iguales y por convertir la simpatía fraterna en norma de vida. ¿Es esta una postura inocente y candorosa? Quizá. Es una postura que no vence, pero convence.

Lo contrario u opuesto a lo humano no es sólo lo irracional, la crueldad o la inconsciencia. Lo inhumano es la insensibilidad y la frialdad. Ambas han sido generadoras permanentes de espacios sin ternura ni comprensión, y de tiempos vacíos de dulzura y compasión. Tener el corazón duro e insensible es lo mismo que no tener corazón, es la perfecta inhumanidad.

Cuando Theodor Adorno habla en Consignas de “la educación después de Auschwitz” está diciendo que la principal finalidad de la educación es combatir la frialdad, la insensibilidad, la indiferencia y la agresividad. Y Baruch Spinoza, en su Ética, dice que «quien se esfuerza en guiar a los demás según la razón, no obra por impulso, sino con humildad y benignidad…». La verdad es suave y amable. No es lo mismo la verdad de la fuerza que la fuerza de la verdad.

Hoy huelo a bebé, porque he tenido a mi nieto mucho tiempo en mi regazo. A su lado parece que el mundo se ordena y las cosas encuentran su sitio. Es el rincón de sensibilidad y dulzura que me acaba de regalar la vida. Me hacer sentir bien. ¡Suerte la mía!

El compromiso

El compromiso 150 150 Tino Quintana

El pasado día 22 de octubre de 2021 tuvo lugar una nueva edición de los Premios Princesa de Asturias. Es probable que el denominador común de los mismos haya sido el compromiso con las artes y las ciencias, con las letras, los deportes, las humanidades y la concordia.

Hay muchos tipos de compromiso, tantos como ámbitos de la vida, pero todos ellos tienen en común que son actos, más que palabras; son colectivos, más que individuales; y son obligaciones o deberes, más que deseos, en orden a conseguir una meta o realizar un proyecto. En ese sentido, traemos aquí algunos extractos de los discursos pronunciados por algunos premiados en el teatro Campoamor de Oviedo durante la entrega de los Premios 2021.

Nos han demostrado, una vez más, que sigue habiendo gente, mucha gente, comprometida en buscar y hacer el bien a los demás. Es una terca evidencia de lo más positivo del ser humano.

EL COMPROMISO CON LA IGUALDAD Y LOS DERECHOS DE LAS MUJERES
Gloria Steinem. Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2021

«… Es la primera vez que recibo un premio en honor a una mujer.

Cuando me piden que me defina a mí mismo, digo que soy escritora y organizadora…

Durante el último año y pico de esta pandemia global, ustedes y yo desde lugares distantes del mundo, nos hemos sentido muy conectados, aunque solo fuera por razones espantosas…

No existen los inmigrantes, todos somos pasajeros en esta nave espacial terrestre, con la esperanza de salvar nuestros futuros y nuestros bosques, que son nuestro futuro.

En conjunto, las fronteras nacionales comenzaron a parecer mucho más artificiales, y la posibilidad de quedarse en casa también llegó a parecer mucho más valiosa y salvadora que la posibilidad de viajar… (…)

En mi país, más hombres confinados en su casa empezaron a conocer a sus propios hijos –lo cual fue algo bueno– y a descubrir lo que implicaba el cuidado de los niños a tiempo completo. Asimismo, pudieron comprobar lo cotidiano y orgánico que es el proceso educativo. En muchas ocasiones esto liberó a las personas de las ataduras de los roles de género, que en realidad son bastante nuevos en la historia de la humanidad. En nuestros orígenes como especie migratoria, todos tenían que ocuparse y cuidar de los niños. El patriarcado creció cuando nos volvimos sedentarios. Por otro lado, la violencia doméstica contra las mujeres aumentó durante el confinamiento y fue una trágica lección.

Espero que en nuestros países dediquemos tiempo a analizar estas ingentes y profundas lecciones y a pensar en lo que ha cambiado, lo que queremos mantener y lo que queremos renunciar.

Por ejemplo, en mi país, se hicieron más visibles los cambios tras la pandemia. El racismo que ha estado presente en América del Norte desde que los invasores europeos se impusieron a las poblaciones indígenas… ese racismo ha alcanzado un punto de inflexión tanto en lo negativo como en lo positivo. La tercera parte del país que valora lo blanco, y que votó a Donald Trump –quizás el presidente menos cualificado y que más ha dividido el país en la historia de Estados Unidos– llevó al terreno político lo que durante mucho tiempo había pertenecido al ámbito privado… (…)

Este último año, he pensado a menudo en la profecía de los indígenas de la nación cheroqui… La profecía era la siguiente:

La tierra, que es un ser vivo, sentirá que sus bosques productores de oxígeno están siendo destruidos, sus océanos y su atmósfera se están volviendo demasiado cálidos y privados de oxígeno por la quema de combustibles fósiles, y sus gentes también están divididas por el accidente que supone nacer con más o menos melanina en su piel. Y así, esta tierra viva, tal como es dentro del espacio, simplemente nos desechará y empezará de nuevo. He de decir que esto me reconfortaba algo.

… he visto cómo mi ciudad de Nueva York volvía a las calles, y se manifestaban de nuevo miles de mujeres… haciendo coincidir estas marchas con otras en la mayoría de las principales ciudades del mundo, vuelvo a sentir esperanza… una emoción muy rebelde.

También observo que hay más risas, y la risa es la única emoción libre, la única que no se puede imponer… la risa es una prueba de libertad…

He aprendido a hacer lo mismo respecto a figuras autoritarias, como Hitler y Stalin, que parecían temer mucho que se riesen de ellos y castigaban a quienes lo hicieran. De hecho, uno de los primeros actos oficiales de Hitler después de ser elegido –porque ¡fue elegido!– fue cerrar a cal y canto tanto las clínicas de planificación familiar como los clubes de comedia donde la gente reía en libertad. Lo que más temía era que se riesen de él. Y, dicho sea de paso, Donald Trump también.

Al dar valor a libertades como la risa espontánea, preservamos la libertad para siempre. Estoy muy agradecida al símbolo de libertad que ofrece este país, que ofrece cada uno de ustedes. Es un gran honor formar parte de ello.»  [Traducido por Paul Barnes].

EL COMPROMISO CON LAS LETRAS Y LA LITERATURA
Emmanuel Carrère. Premio Princesa de Asturias de las Letras 2021

«… Escribí este pequeño discurso creyendo haber, como se dice, “cubierto el expediente”, y lo envié a la Fundación Princesa de Asturias para que fuera traducido a tiempo para la ceremonia. Unos días más tarde recibí un email de la Fundación que era una obra maestra de delicadeza. Me decían que mi pequeño discurso era maravilloso, absolutamente maravilloso, y mi lista de agradecimientos totalmente justificada, totalmente en consonancia con una circunstancia semejante, pero que precisamente en esta circunstancia, cómo decirlo, cabía haber esperado de mí un poquito más, algo -cito en inglés- más “inspirational”. No sé cuál sería la traducción exacta de este adjetivo: un poco más inspirador, un poco más inspirado, un poco las dos cosas… creyendo haber hecho lo apropiado…, yo había escrito un discurso convenido y hasta convencional, un reproche que sinceramente no me han hecho a menudo.

… No he necesitado buscar muy lejos porque en este momento me ocupo de algo extrema e incluso trágicamente inspirador de lo que me gustaría decirles unas palabras.

El pasado 8 de septiembre se inició en París el juicio por los atentados cometidos, también en París, el 13 de noviembre de 2015, en las terrazas y en la sala de conciertos del teatro Bataclan. Estos atentados causaron 131 muertos… los más letales perpetrados nunca en suelo francés. Los asesinos fueron abatidos o ellos mismos se explosionaron. Los catorce canallas que se encuentran en el banquillo de los acusados son lo que en francés llamamos seconds couteaux, comparsas, protagonistas secundarios… Decidí seguir íntegramente este juicio. De principio a fin, todos los días. No todos los días, por supuesto, ocurre algo interesante, pero no es posible saberlo de antemano…

Todos los que han seguido un gran juicio saben que es una de las experiencias más adictivas que existen. La ambición de este juicio es desmesurada: aspira a desplegar desde todos los ángulos, desde el punto de vista de todos los actores, remontándose lo más lejos posible en la genealogía de los acontecimientos… Día tras día chapoteamos en la sangre, las heridas físicas y morales, las muertes atroces y las vidas truncadas. Es un baño de horror en el que a veces nos preguntamos por qué nos lo infligimos.

Nos lo infligimos porque no es únicamente un baño de horror. Porque esos testimonios que se suceden semana tras semana, a razón de una quincena al día, son muchas veces extraordinarios ejemplos de humanidad. Esos supervivientes heridos en su cuerpo y en su alma se mantienen de pie. Nos hablan desde muy lejos, desde lugares de la experiencia humana que la mayoría de nosotros no conocemos. “El hombre”, escribía Léon Bloy, “alberga en su pobre corazón recintos que todavía no existen, pero en los que el dolor penetra para que existan”. Este juicio sirve asimismo para esto: para explorar colectivamente estos recintos de nuestro corazón.

A lo largo de estos testimonios descubrimos otra cosa sorprendente. Las historias de naufragios, de catástrofes, del sálvese quien pueda generalizado, suelen revelar lo peor del ser humano. La cobardía, el cada cual a lo suyo, el canibalismo. Aquí, nada de eso. No podemos imaginar que se haya creado una ficción colectiva de nobleza y de grandeza de espíritu y, sin embargo, prácticamente sólo se nos han descrito ejemplos de ayuda mutua, de solidaridad, gestos a menudo heroicos. Muchos se reprochan haber pisoteado a otros mientras trataban de huir; ninguno de los pisoteados se lo reprocha a otros. Todos procuraron proteger al hombre o a la mujer amada, pero algunos hicieron algo más: arriesgar la vida para proteger a desconocidos. Es un misterio que por momentos convierte lo que es abominable en una infinita exaltación.

Voy a terminar con dos citas este discurso que ahora se ha vuelto demasiado largo. La primera es de Simone Weil:

“El mal imaginario es romántico, novelesco, variado; el mal real es monótono, desértico, aburrido. El bien imaginario es aburrido; el bien real es siempre nuevo, maravilloso, embriagador. Por tanto, la “literatura de imaginación” o es aburrida o es inmoral, o una mezcla de ambas cosas. Sólo escapa a esta alternativa cuando pasa de algún modo, a fuerza de arte, al lado de la realidad, lo cual sólo el genio puede hacer.”

La segunda es de una superviviente del Bataclan:

“Unos días después del atentado murió mi padre, y justo antes de morir me dijo: “Tú y yo consolamos a los demás de las desgracias que nos suceden”. Yo habría preferido no tener que consolaros”.»   [Traducido por Jaime Zulaika]

EL COMPROMISO CON LOS DEPORTES Y LA IGUALDAD DE LOS SERES HUMANOS
Teresa Perales. Premio Princesa de Asturias de los Deportes 2021

«… ¡Quien me iba a decir en 1995 cuando oí las palabras “no vas a volver a andar” que el camino que iba a recorrer con mi silla me iba a llevar hasta aquí!

Desde luego, nunca me lo iba a decir la vecina del barrio que, cuando por fin me decidí a superar mis miedos y vergüenzas, a asumir lo que me pasaba y salir a la calle, nos paró a mi madre y a mi. Probablemente con la mejor intención del mundo se volvió a mi madre y, como si yo no existiera, le dijo: “Pobrecita niña ¿qué le ha pasado?”. En un segundo y una mirada, había dejado de ser la niña del tercero para ser la “pobrecita hija de Sebi.

Desde luego, esa vecina no me lo iba a decir. Para ella, mi vida se había acabado antes de empezar. Para nosotras, la vida simplemente continuaba por un camino distinto al previsto. Mi madre Sebi, siempre tuvo la certeza de que tenía un sitio al que llegar, que no me iba a quedar siempre bajo la protección que me daban sus alas. Siempre ha estado a mi lado.
– “Mamá, quiero bañarme en la piscina”. Y a ella le faltaba tiempo para ir a comprar un chaleco salvavidas y, literalmente, tirarnos a la piscina.

¡Quién iba a decirme entonces que seguiría nadando 24 años después y que iba a ganar 27 medallas paralímpicas! Seguro que ni siquiera mi entrenador, cuando me dijo que era un diamante en bruto por pulir, pudo imaginarlo. Nunca supe si mi madre lo dudó o si lo imaginaba siquiera porque ella jamás me dijo: “no puedes, no debes, no sigas, no lo lograrás”.
– “Mamá, voy a ser diputada” y ella: “si es lo quieres, hazlo”.
– “Mamá, voy a escribir un libro” y ella “si te hace feliz, adelante”.

Y así con todos los proyectos de estos años, incluso los más locos para hacer con una silla pegada al culo. Por ejemplo:
– “Mamá, voy a ir desierto saharaui a llevarles latas de sardinas en un 4×4”. Y ella: “vamos a inventar algo para que puedas ir al baño en las dunas”.

¡Quien nos iba a decir también lo que ha cambiado la sociedad! Y en el caso de la discapacidad, para bien. La mirada de la vecina probablemente ya no sea la misma o, mejor dicho, no es la mirada de tantas vecinas. Hay más portales accesibles, menos comercios con escaleras en la puerta, incluso una ley de la dependencia. Hay que seguir mejorando, sin duda, y está claro que seguimos sin ser una sociedad ideal pero ahora al menos lo sabemos y somos muchos, aunque no todos, los que nos esforzamos en mejorarla y hacerla avanzar hacia la igualdad de todas las personas.

Por eso, quiero aprovechar este altavoz, para decir a los niños y a los no tan niños que no hay que esperar a que alguien nos diga lo que va a pasar o lo que debemos hacer.

Hay que pensarlo o soñarlo. Decidir tú lo que quieres e ir a por ello. Con decisión. Sin dejar que los obstáculos te impidan, al menos, intentarlo. Y en el camino, rodearnos de gente, de amigos, de personas que nos digan siempre como mi madre “aquí estoy para ayudarte”. Así, aunque el destino sea distinto al imaginado, el viaje habrá merecido la pena.

Muchas gracias.»

EL COMPROMISO CON LA SOLIDARIDAD, LA COOPERACIÓN Y LA CONCORDIA
José Andrés y la ONG World Central Kitchen. Premio Princesa de Asturias de la concordia 2021

«… La Humanidad, las personas sin voz y sin rostro, esas personas que parecen sombras en la niebla necesitan a personas que las cuiden. Necesitan a personas que las traten como personas. Esas personas no quieren nuestra limosna, quieren nuestro respeto y su dignidad. Y ese es el poder que tiene un plato de comida.

Mi periplo con World Central Kitchen no comenzó en Haití. Comenzó aquí, en Asturias.

Mis padres eran enfermeros. Y como muchos de los héroes que han salvado vidas durante esta pandemia, vi como sobrepasaban los límites del deber para cuidar a los demás. Al hacerme mayor entendí finalmente que otras profesiones tal vez podían hacer lo mismo; entendí que cocineros como yo damos de comer a los pocos, but we also have the power to feed the many.

Cuando abrí mi primer restaurante en Washington hace casi 30 años, conocí a alguien que tenía esa misma sensibilidad, Robert Egger. Trabajaba en el sótano de un albergue para indigentes de la ciudad. Robert sabía que desperdiciar comida estaba mal, pero lo que realmente estaba mal era desperdiciar la vida de las personas. Reciclaba los excedentes de comida de la ciudad y, en el proceso, formaba a esas personas sin hogar para que ayudasen a dar de comer a miles de otros indigentes a lo largo y ancho de Washington D.C. Trabajando allí como voluntario, me di cuenta de que la gente no quiere nuestra limosna, sino nuestro respeto.

Robert me dijo algo que recuerdo a diario: Con demasiada frecuencia, parece que la caridad es cuestión de redención para el que la hace, y no de liberación para el que la recibe.

Lo que aprendí en Washington y Haití se puso a prueba cuando esa catástrofe que fue el huracán María cruzó lentamente Puerto Rico en 2017.  (…) Desde entonces, hemos actuado en huracanes, tsunamis, incendios forestales, terremotos, volcanes y la pandemia, proporcionando más de 60 millones de comidas. Plato tras plato, se pueden encontrar soluciones muy simples a grandes problemas.

Esta es la forma de pensar de muchos inmigrantes. Estoy orgulloso de ser asturiano, catalán, español y estadounidense. Salí de Asturias cuando era niño y crecí en Cataluña antes de mudarme a los Estados Unidos. Me siento como un inmigrante del mundo.

Los inmigrantes construimos puentes porque tenemos que hacerlo. Entendemos que el mundo necesita mesas más largas, en las que la comida pueda servir para unirnos, y no muros más altos que nos mantengan separados.

Hoy, los desafíos a los que nos enfrentamos no son insignificantes: hambre en nuestras propias comunidades, un clima en proceso de cambio que lleva a desastres mayores, un número creciente de refugiados y una pandemia global que ha hundido las economías.

Pero realmente creo que el mundo tiene ante sí un camino mejor si llegamos a comprender –y a hacer nuestro– el poder de la comida.

Debemos salvar el medio ambiente y acabar con el hambre si dejamos de desperdiciar el 40% de los alimentos que producimos.

Debemos mejorar la salud y ahorrar dinero si a diario proporcionamos a nuestros niños y personas mayores comidas nutritivas y sanas.

Podemos llevar estabilidad y paz a distintas partes del mundo, pero solo si primero nos aseguramos de que las familias tienen alimento en la mesa.

En 1826, el gran pensador y escritor Brillat-Savarin escribió que el futuro de las naciones dependerá de cómo estas se alimenten.

Tenía razón. Nuestro futuro depende de que el mundo se alimente mejor.

Un mundo en el que la comida sea la solución, no el problema. (…)

Hay demasiada hambre a nuestro alrededor y mucho trabajo por hacer. Incluso mientras estamos hoy aquí, mi corazón está con la gente de La Palma que no debe ser olvidada en este momento.

Alimentemos al mundo de esperanza. Construyamos mesas más largas.»

Bavol y Drina

Bavol y Drina 150 150 Tino Quintana

Las casas eran sólo paredes de chapa, tejados con uralitas o lonas de plástico y algunos tubos que hacían las veces de chimenea. Llovía a chuzos. Los regueros de agua arrastraban toda clase de inmundicias. Se veía que la gente hacía sus necesidades donde podía.

Salió a abrir la puerta un niño de unos diez años, moreno y con el pelo revuelto. Miraba con grandes ojos castaños, mientras sostenía la punta de los dedos entre sus labios. Al fondo se oía el llanto de un bebé enfermo y de algún sitio venía una luz amarilla de lámpara vieja.

─ ¿Está tu mamá? -preguntó al niño-
─ Mi mamá acaba de salir -respondió-
─ ¿Ese niño que llora es tu hermano? -agregó-
─ Sí. Es mi hermano y está malito -dijo-
─ Yo soy médico y me llamo Edel ¿Cómo te llamas tú?
─ Me llamo Bavol -respondió el niño-
─ ¿Me dejas entrar? Puedo ayudar a tu hermanito.
─ Tengo miedo. Mi mamá me ha dicho que no abra a quien no conozca.
─ ¿Y dónde puedo encontrar a tu mamá? -preguntó Edel-
─ Bueno… Mi mamá está pidiendo delante de un comercio grande.

Seguía lloviendo sin parar. Llevaba paraguas, pero tenía los pies encharcados. Las callejas formaban un revoltijo de direcciones, con ratas y perros husmeando la basura. Alguien dijo a Edel que el “comercio grande” estaba donde había calles de asfalto, aceras y autobuses. A las puertas del centro comercial había algunas mujeres en silencio. Una de ellas era Drina, la madre de Bavol.

El interior de la chabola era sencillo y estaba limpio. Bavol tenía a su hermano en brazos y le acariciaba. Cuando vio a Drina se le iluminó la cara, como si fuera para él un albergue abierto en medio de la noche fría.

Después de atender al niño enfermo, Drina le ofreció lo poco que había ganado en cuatro horas. Edel le cerró la mano sobre el dinero y añadió: “Comprad algo para comer y llamadme cuando queráis”. Cuando fue a guardar el fonendo en su cartera vio que había pequeños cuadros adornando las paredes. En uno de ellos estaban escritos unos versos de Luis Cernuda:

«¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿Qué es, si no eres tú?».

Y cayó en la cuenta, una vez más, de que los seres humanos tienen una sed insaciable de cuidado y de ternura.

NOTA: Se calcula que hay en el mundo más de mil millones de personas en poblados marginales.

Sito

Sito 150 150 Tino Quintana

«Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea sólo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida…». Así lo describía Luis Buñuel en Mi último suspiro.

A mi hermano mayor, Sito, se le fue enterrando la memoria en el pozo del olvido donde encallan sin remedio los recuerdos. El olvido parece un depósito desierto, un sótano vacío, pero está lleno de memoria perdida. A mi hermano se le llegó a olvidar incluso el propio olvido.

Perdió su identidad, pero no para quienes le amábamos. En el día a día, Sito tenía sensibilidad, sentimientos, voluntad. Era mucho más que memoria perdida: era esposo, hermano, amigo, es decir, era alguien que tenía un lugar y un papel en la vida, una persona. La estimación de los demás era la cédula de su existencia.

Como he dicho aquí otro día (véase Lo cotidiano), era a él a quien yo decía, cuando era niño: «Quiero que me hagas dibujos con trenes que echen humo y lleven vagones». Y aprovechando un encerado de pared que había en un lado de la cocina de casa ─porque había sido escuela muchos años antes─ me dibujaba locomotoras de vapor y largas filas de vagones, todos pintados de blanco de tiza blanca. Y yo contemplaba fascinado cómo iban saliendo las figuras de sus manos.

Vivió sus últimos años protegido y mimado en la burbuja de sus seres más queridos, en particular de su esposa, que aún hoy le recuerda como el único amor de su vida. Le escuché un día llamarla desde su habitación: «¡Puri… Puri… Ven!» Y lloraba como un niño.

«En el silencio universal
Por compacto que sea
Siempre se escucha el llanto
De un niño
En su burbuja».
(Mario Benedetti, El olvido está lleno de memoria)

Aún parece que te estoy viendo, Sito.

No dejes de cuidarnos, por favor.

Un beso grande y un fuerte abrazo.

«A dos pasos»

«A dos pasos» 150 150 Tino Quintana

Hay muchas cosas que nos quedan “a dos pasos”, solemos decir con frecuencia; “a dos pasos” hemos estado unos de otros para protegernos de la Covid-19; y ni siquiera era así durante el confinamiento. ¡Cuánto hemos añorado disfrutar de esa distancia tan corta en este tiempo!

Pero no siempre sucede así. Es bastante habitual evitar esos dos pasos para acercarnos, entre otras sesudas razones, por causa de variados escrúpulos y prejuicios. Ponemos obstáculos y muros porque queremos estar lejos o nos repugna estar cerca. Marcamos distancias.

Que los seres humanos vivimos entre límites es una terca evidencia. La piel de nuestro cuerpo, por ejemplo, es una línea que nos separa y nos distingue como personas concretas y únicas. Lo mismo ocurre con las ideas y los conceptos. Limitar implica separar y distinguir.

Sin embargo, yo quiero que nos fijemos hoy en el espacio donde las distancias son cortas y se acercan los límites. Visto de esa manera, tanto las ideas como la piel ya no son sólo separación, sino lenguaje, comunicación y contacto.

La vida diaria se desarrolla reuniendo miradas, manos, ideas, proyectos. Vivimos juntando límites y esto es tan posible como difícil. La prueba de fuego está en dar o no los pasos que nos acercan, o sea, en el modo de resolver la proximidad, donde las junturas son precarias y vulnerables.

Lo humano se muestra en la relación con los otros, allí donde aparece o entra en escena el otro, cualquier otro, y, sobremanera, el más débil. Los rostros de las personas suelen estar a pocos pasos. La prioridad dada a esa cuestión explica el modo de vivir y de comprenderse a uno mismo.

Hace unas semanas hablábamos de “las heridas” , citando a Miguel Hernández. Cada uno de nosotros es una sutura que necesita cuidados, igual que los labios de una herida. La atención a la debilidad del otro ayuda a entender por qué ética y medicina son, en el fondo, la misma cosa.

A mi modo de ver, los proyectos individuales, sociales o políticos, basados en vivir sin límites, como clave del éxito exclusivo y excluyente, sólo produce aislamiento, egocentrismo y esclavitud.

En el extremo opuesto, cualquier programa individual, social, político o religioso, que resalte los límites a costa de la proximidad, termina materializándose en narcisismos endémicos y en un peligroso abanico generador de odio a los diferentes.

Si queremos construir una sociedad basada en la aceptación y en el respeto y que mire a los demás sin prejuicios, tendríamos que habituarnos a cultivar las distancias cortas. Esto nada tiene que ver con la ignorancia de los límites, ni con darlo todo por bueno, sino con la aceptación de las diferencias y la elección colectiva de las mejores decisiones.

El poeta mexicano Eduardo Casar escribió dos versos inolvidables:

«Quisiera estar a dos pasos de ti.
Y que uno fuera mío y el otro fuera tuyo».

Quizá tendría que haber empezado por ahí. Habría sido todo más claro. Ustedes dirán.

Que tengan buena semana.

«El olvido que seremos»

«El olvido que seremos» 150 150 Tino Quintana

Lo asesinaron el 25 de agosto de 1987. En uno de sus bolsillos llevaba una lista con los amenazados de muerte y la copia de su puño y letra de un poema atribuido a Borges. El primer verso del poema, titulado Aquí. Hoy, dice así: «Ya somos el olvido que seremos».

Héctor Abad Gómez (1921-1987), colombiano de pura cepa, fue muchas cosas, pero, sobre todo, fue padre, médico y luchador por los derechos humanos.

Lo adoraban sus hijos a los que apretujaba y cubría de besos siempre que tenía ocasión. Estaba convencido de que el mejor método de educación es la felicidad: «Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz … mimar a los hijos es el mejor sistema educativo … la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres».

Era un médico respetado y admirado ─y envidiado─, que soñaba con ser sanador de la polis, “poliatra”, como él mismo decía, comprometido a intervenir en las causas más profundas de la salud pública y entregado al cuidado de los que más sufrían con sus particulares dolencias personales, económicas o familiares.

Reivindicaba los mismos derechos para todos, empezando por los más pobres, lo que le llevó a convertirse en un incordio para quienes se sentían señalados por su denuncia. Cayó víctima de la epidemia más pestífera que puede padecer una sociedad: la eliminación de “cerebros” o de cualquiera que moleste. Este tipo de virus sólo se puede superar con amor, sabiduría y bondad, tres dosis de una vacuna imposible de sustituir: humanidad.

En Medellín (Colombia) hay una Institución Educativa Héctor Abad Gómez: “Educación en valores humanos”.

Héctor Abad Faciolince, su hijo, que quería a su padre con un amor que nunca volvió a sentir hasta que nacieron sus propios hijos, publicó un libro póstumo suyo, Manual de la tolerancia, donde dice cosas como las siguientes:

«Las grandes revoluciones se hacen primero en la conciencia de los hombres.

» El racismo es un síntoma de intolerancia, de temor y defensa de lo que es diferente.

» El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola tampoco basta. Son necesarias la sabiduría y la bondad para enseñar y gobernar a los hombres».

La inmensa mayoría de nosotros, al cabo de unos años, si hay salud y suerte, vamos a ser un recuerdo de quienes nos aman. Visto desde esta perspectiva, como el tiempo vivido es tan corto, ya vamos siendo, poco a poco, el olvido que seremos.

Parafraseando un texto del poeta Gregorio Gutiérrez González (┼1857), también colombiano, podríamos aplicar a Héctor Abad Gómez la imagen del cocuyo tropical ─la luciérnaga─ que, huyendo de la luz, la lleva consigo para alumbrar en la noche.

Es esa una bella imagen para caer en la cuenta de que la tarea de fijarse metas distingue a los seres humanos. Lo importante no es sólo tratar de alcanzarlas, que también, sino luchar por ellas. Es probable que ahí resida una de las claves para no limitarse a vivir en una melancolía crónica, pensando, únicamente, en el olvido que seremos.

Nota para cinéfilos: me han dicho que la película de Fernando Trueba, “El olvido que seremos”, es muy recomendable.

Agosto

Agosto 150 150 Tino Quintana

Entra aire fresco por la ventana abierta. Me asomo a mirar. Comienza a anochecer. Fuera, en la calle, la temperatura es excelente. En Asturias, mi tierra, recostada entre la mar y la montaña, se disfruta de un verano templado y suave. Tan suave y templado que, este año, apenas hemos visto el sol. En cualquier caso, el eslogan “Vuelve al Paraíso” le viene como un guante.

Agosto lleva el nombre del emperador romano Octavio Augusto. Se dice que este emperador alteró la duración de varios meses, quitando y poniendo días, hasta lograr que “su” mes tuviera 31 días, quizá por aquello de no ser menos que el mes anterior con el nombre de Julio César.

Es un mes plagado de fiestas, romerías, mercados tradicionales, conciertos y competiciones deportivas. Supongo que sea así en otros lugares, pero, en fin, a lo que vamos: si usted nos hace una visita ─en realidad, no sé a qué está esperando─, cumpliendo los requisitos de seguridad y protección habituales en este tiempo, busque información en “Fiestas en Asturias”.

También he visto que en agosto se celebran “días mundiales” de lo más variopinto: día de la alegría (1 de agosto), día de la cerveza (6 de agosto), día de los zurdos (13 de agosto), día del peatón (17 de agosto), día de la asistencia humanitaria (19 de agosto), día del internauta (23 de agosto), día del tiburón ballena (30 de agosto), día de la solidaridad (31 de agosto).

En otro orden de cosas, durante este mes de agosto de 2021, la Comisión Central de Explotación del Acueducto Tajo-Segura ha autorizado el trasvase de 14 hm³ desde los embalses de Entrepeñas-Buendía. 7,5 hm³ se destinarán a abastecimientos urbanos y 6,5 hm³ para regadío.

Sigo echando la vista atrás y veo que la Covid-19 es la tercera causa de muerte a nivel mundial (cerca de 4,5 millones), precedida por el accidente cerebrovascular (más de 6 millones) y la cardiopatía isquémica (casi 9 millones). Parece que no están ahí, quizá porque aún no nos afectan de manera directa, pero están y convivimos a diario con ellas.

Nos ha tocado vivir una tragedia que ha impactado todos los ámbitos de la vida. En estos momentos, tan equivocado sería mantener sine die la angustia y el desconcierto respecto a la pandemia como pensar que ya no existe o que no hay peligro. Creo que estamos en un escenario diferente, en otra fase de la pandemia: la de aprender a convivir con ella.

Una de mis experiencias personales más gratas y sencillas, precisamente en agosto, la viví junto al lago Enol, en la montaña de Covadonga. Era yo muy joven. Caía la tarde, bajaba la niebla y sólo se oía el chapoteo del agua contra la orilla. Y de allá lejos, no sabía de dónde, llegó el sonido nítido de una gaita tocando una tonada asturiana. Aún es ahora el momento en que me estremezco y se me pone la piel de gallina. Fueron instantes sublimes, inolvidables.

Por aquel entonces aún no conocía el poema “Asturias”, de Pedro Garfias Zurita, al que luego se puso una música que representa bien el sentimiento de nuestra tierra:

«Asturias, si yo pudiera,
si yo supiera cantarte…»

Les invito a compartir conmigo esa emoción aquí.

¡Buen mes de agosto!

Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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