• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

Autores

Autor es un término con el que designamos a una persona que inventa algo o es causa del algo. En el caso de la bioética designa a los autores que han contribuido al desarrollo de esa disciplina.

Filosofía de la medicina según E. Pellegrino

Filosofía de la medicina según E. Pellegrino 150 150 Tino Quintana

En otro lugar ya hemos expuesto aportaciones de Edmund D. Pellegrino (1920-2013) a la ética médica y a la bioética (“la virtud en la ética médica”). En esta ocasión vamos a detenernos en su comprensión de la filosofía de la medicina, tomando como referencia a F. Torralba, Filosofía de la Medicina. En torno a la obra de E.D. Pellegrino, Institut Borja de Bioètica-Fundación Mapfre Medicina, Madrid, 2001.

A raíz de su fallecimiento, en 2013, han proliferado las publicaciones sobre su pensamiento. Recientemente, por ejemplo, la conocida revista Cuadernos de Bioética le ha dedicado el número 83, enero-abril, 2014, “El legado moral de Edmund D. Pellegrino”.

Más información en:

El artículo completo de esta entrada puede verse en Filosofía de la medicina según E.Pellegrino

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John Rawls: Teoría de la Justicia

John Rawls: Teoría de la Justicia 150 150 Tino Quintana

John Rawls (1921-2002) fue un filósofo estadounidense considerado entre los más prestigiosos del siglo XX y muy conocido sobre todo, entre otras obras, por su Teoría de la Justicia (A Theory of Justice, 1971).

El impacto de su esta obra ha producido en giro cualitativo y cuantitativo en la tarea de fundamentar racionalmente las bases de la convivencia social y política o, si se quiere, el tan traído y llevado problema de la legitimación del orden político o, dicho aún de otra manera, los cimientos que deberían sostener una sociedad bien ordenada.

Si traemos aquí la obra de Rawls no es sólo por esa contribución que ha tenido un enorme éxito desde su publicación. Lo hacemos debido a su gran repercusión en medicina, tanto en el plano de la “microbioética” (la referida al ámbito clínico) como, sobre todo, en el de la “mesobioética” (instituciones, organizaciones, sistemas y políticas de salud).

El estudio se implementa con las aportaciones de K. Arrow y R.M. Green sobre la salud como bien primario; la teoría del decent minimum de Ch. Fried; la asistencia sanitaria justa de N. Daniels; el igualitarismo sanitario de R.M. Veatch; y la valoración de Diego Gracia.

Véase el artículo completo de esta entrada del blog: John Rawls y la Bioética

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Paul Ricoeur y la Bioética

Paul Ricoeur y la Bioética 150 150 Tino Quintana

La filosofía de Paul Ricœur se incardina en la tradición fenomenológica francesa, y es heredera tanto de la fenomenología de Husserl y Scheler como del existencialismo de Jaspers y Marcel. También mantuvo una estrecha relación con el movimiento personalista encabezado por E. Mounier. Pero la obra de Ricœur, que no aspira a una sistematicidad, se efectúa en un diálogo permanente con estos y otros autores, especialmente con la obra de Heidegger, pero también de Schopenhauer y de Fichte), y con la fenomenología de la religión, la lingüística, el psicoanálisis, el estructuralismo o la exégesis bíblica, para culminar en la que él llama una filosofía reflexiva constitutiva de una hermenéutica filosófica que, por su amplitud y ambición, es comparable a la de Gadamer.

La hermenéutica y ética son dos ejes vertebradores de su pensamiento. La hermenéutica pretende elaborar una filosofía de la voluntad humana, de la experiencia, de la vida práctica, a partir de la narración de sus símbolos, textos y contextos. Y, al mismo tiempo, la filosofía ricoeuriana es ética, reflexión sobre la vida moral de principio a fin. Lo que se pretende aquí es mostrar la contribución de Ricoeur a la bioética, desde la perspectiva de su ética hermenéutica, haciendo ver la necesidad de que la bioética se atreva a dar el salto a lo que podríamos calificar de paradigma hermenéutico.

Para mayor información, puede consultarse Fonds Ricoeur  y Études Ricoeuriennes / Ricoeur Studies

El artículo completo de esta entrada del blog puede verse en Paul Ricoeur y la bioética

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D. Gracia: Fundamentos de bioética

D. Gracia: Fundamentos de bioética 150 150 Tino Quintana

Con motivo de su reciente investidura como doctor Honoris Causa por la Universidad de Extremadura, el propio autor ha declarado que «La ética en general, y la bioética en particular, tienen por objeto educar a las personas en las tomas de decisiones, a fin de que estas sean correctas. Esto puede parecer sencillo, pero cuando se analiza con detalle se ve que es un criterio muy exigente. La ética no trata de lo bueno a diferencia de lo malo, sino de lo óptimo. Cuando tomamos una decisión cualquiera, y más aún cuando de esa decisión depende la vida de una persona, cualquier curso de acción distinto del óptimo es malo. Es un mal juez el que no dicta la mejor sentencia posible en cada caso, y es un mal cirujano el que no hace la operación óptima posible. La ética no trata de lo bueno sino de lo óptimo, porque cualquier decisión distinta de la óptima es siempre mala, sobre todo en aquellas profesiones que gestionan los valores más apreciados por los seres humanos, como son los de la vida y la salud. La bioética trata de educar a los profesionales sanitarios en esta mentalidad, que es tan vieja como la propia medicina, pero que según avanzan los procedimientos técnicos y aumenta nuestra capacidad de manipulación de la vida y de la muerte, se hace cada vez más imprescindible».

Se puede ver el artículo de esta entrada en Diego Gracia: Fundamentos de Bioética.08.02.2013

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Fritz Jahr: padre europeo de la bioética

Fritz Jahr: padre europeo de la bioética 150 150 Tino Quintana

Fritz Jahr está considerado como «padre europeo de la bioética» para unos y, para otros, “padre de la bioética europea”, en cuanto ha podido ofrecer las «raíces bioéticas de Europa», basada en el respeto y cumplimiento de los derechos humanos, aunque esto último no parece que sea una defensa exclusiva de la cultura europea. En cualquier caso, la aportación central de Jahr es la difusión de su imperativo bioético.

Ha sido llamado el padre de la bioética, como V.R Potter, porque él quien acuñó el término “Bio-Ethik” en un artículo publicado en 1927, en la revista de ciencias naturales Kosmos Handweiser für Naturfreunde 1927, 24(1): 2-4, con el título «Bioética: una panorámica sobre la relación ética del hombre con los animales y las plantas».

Como ha dicho H.M. Sass, «Jahr acuñó el término Bioética, por un lado, para permitir un razonamiento claro e inconfundible y para resolver nuestras relaciones con las formas vivas de la realidad, diferentes de las formas no vivas; por otro lado, para ayudar a la ciencia y la tecnología modernas y sus aplicaciones a seguir un camino de responsabilidad moral»

El artículo completo de esta entrada puede verse en Fritz Jahr padre europeo de la bioética.30.06.2012

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Moralidad común y Bioética

Moralidad común y Bioética 150 150 Tino Quintana

En realidad, el verdadero padre de esta teoría moral es Bernard Gert, cuyas publicaciones al respecto datan de principios de los años 70 del siglo XX, en particular su obra The Moral Rules: A New Racional Foundation for Morality, Harper and Row, New York, 1970. Nacido en 1934 y fallecido en diciembre de 2011, estudió filosofía en la Universidad de Cornell y, sobre todo, fue profesor de la misma materia durante 50 años en el Darmouth College (Hanover) donde ejerció como profesor hasta su muerte.

La colaboración del profesor Gert con otros dos colegas suyos, los profesores C.M. Culver y K.D. Clouser, dio lugar al libro Bioethics. A Return to Fundamentals (Oxford University Press, New York, 1997), que servirá de referencia a lo largo de esta exposición. Los autores han querido explicar la moralidad de manera sistemática, comprensible y útil, facilitando a sus lectores la comprensión de lo que ellos llaman “el sistema moral”, así como sus fundamentos y su aplicación a la vida cotidiana.

Para más información en Stanford Encyclopedia of Philosophy.

El artículo completo de esta entrada del blog puede verse en Moralidad común y bioética.20.06.2012

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P. Singer: Utilitarismo y Bioética

P. Singer: Utilitarismo y Bioética 150 150 Tino Quintana

El utilitarismo, desarrollado inicialmente en Inglaterra en los siglos XVIII y XIX, establece que «bueno es aquello que promueve la felicidad» y a la vez que «el mayor bien es la mayor felicidad para el mayor número posible de personas». Aplica el principio de valorar las acciones humanas no por lo que son en sí mismas, sino por las consecuencias que producen (ética consecuencialista). Las consecuencias de las acciones se valoran, y en su caso se prescriben, según la cantidad de felicidad que aportan para el mayor número posible y siguiendo el «cálculo utilitarista» expuesto por alguno de sus autores.

Aunque desarrollado de manera sistemática en un principio por J. Bentham, el primero en usar el término utilitarianism, y por James Mill y John Stuart Mill, seguidores inmediatos suyos, el utilitarismo hunde sus raíces en el epicureísmo y el hedonismo de la antigüedad griega y en teorías epistemológicas y morales del empirismo inglés.

Suele distinguirse entre utilitarismo de actos y utilitarismo de reglas. El utilitarismo de actos sostiene que sólo calculando las consecuencias totales de la acción concreta podemos llegar a saber si esa acción es o no correcta. En cambio el utilitarismo de reglas sostiene que la acción correcta es la que cumple una norma cuya observancia generalizada produce mejores consecuencias que la observancia de cualquier otra norma aplicable al caso.

Para mayor información, consultar Encyclopaedia Herder ó Encyclopaedia Universalis

Véase el artículo completo de esta entrada: 9. P.Singer.Utilitarismo y Bioética.11.05.2012

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Fco. de Asís: SÍ a la VIDA

Fco. de Asís: SÍ a la VIDA 150 150 Tino Quintana

La figura de San Francisco de Asís es sanamente provocativa y ofrece un mensaje positivo. Hay otros testimonios históricos excelentes, pero yo deseo ofreceros el del «poverello d’Assisi». He utilizado la documentación recogida en J.A. Guerra (ed.), San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, BAC, Madrid, 1993.

Vivió entre 1182-1226. Hijo de un rico mercader llamado Pietro di Bernardone, Francisco era un joven mundano de cierto renombre en su ciudad. En 1202 fue encarcelado por unos meses a causa de su participación en un altercado entre las ciudades de Asís y Perugia. Tras este lance, aquejado por una enfermedad e insatisfecho con el tipo de vida que llevaba, decidió dedicarse a vivir el Evangelio y a servir a los pobres. En 1206 renunció públicamente a los bienes de su padre y vivió a partir de entonces como un ermitaño. Predicó la pobreza como un valor y propuso un modo de vida sencillo basado en los ideales del Evangelio.

El papa Inocencio III aprobó su modelo de vida religiosa, le concedió permiso para predicar y lo ordenó diácono. Con el tiempo, el número de sus adeptos fue aumentando y Francisco comenzó a formar la orden de los franciscanos. Luego, con la colaboración de santa Clara, fundó la rama femenina de su orden, que recibió el nombre de clarisas. Fue canonizado dos años después de su muerte, en 1226, y sus sucesores lo admiraron tanto por su modelo de austeridad como por su sensibilidad poética. Su fiesta se celebra el 4 de octubre.

El encuentro con la figura y la obra del santo de Asís produce siempre una conmoción, porque uno se ve ante lo más exigente y radical y, al mismo tiempo, ante lo más excelso y hermoso. Aunque carecía de estudios superiores, disponía de una mirada tan profunda para ver la realidad de las cosas e interpretar los acontecimientos que, sin haber ejercido ninguna cátedra universitaria, se convirtió en uno de los mejores teólogos de la historia.

Tampoco elaboró programas reivindicativos, ni promovió revueltas sociales. Simplemente, se dedicó a vivir el Evangelio en el seno de la Iglesia, y a vivirlo con radicalidad y sencillez, pero con esa sola pretensión y sin ser consciente de sus consecuencias, tiró por tierra las bases del feudalismo. La densidad de su vida y el contagio de su mensaje han dejado sus huellas siempre presentes entre nosotros.

1. EL LUGAR DEL SER HUMANO EN LA CREACIÓN

Los escritos y la obra de san Francisco no se pueden leer al margen o a distancia de su experiencia personal, es decir, el paso de Dios por su vida, la intensidad con que vivió el acontecimiento evangélico y la entrega total al seguimiento de Cristo. Las premisas anteriores son indispensables para comprender el significado y el alcance de su vida.

1.1. Relación y dependencia de Dios

Francisco tiene una idea positiva del ser humano basada en la dependencia y relación con Dios: tanto es el hombre cuanto es ante Dios, pues, según sus propias palabras, «dichoso el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y enaltecido por los hombres…, porque cuanto es el hombre ante Dios, tanto es y no más». Así pues, todo lo que el hombre tiene lo ha recibido como don. Todo lo que es, lo es desde Dios: «nos da a nosotros todo el cuerpo, toda el alma y toda la vida… nos creó, nos redimió y por su sola misericordia nos salvará…nos ha hecho y hace todo bien en nosotros».

Al cuerpo lo llamaba también «hermano cuerpo», le pedía perdón por el maltrato que le dispensaba y lo aceptaba en su desnudez sin ninguna clase de rubor: «Alégrate, hermano cuerpo, y perdóname, que ya desde ahora condesciendo con buena gana al detalle de tus deseos y me apresuro a atender placentero tus quejas». Llegó incluso a desvestirse por completo ante el obispo de su ciudad, como se dice en una de sus biografías, para demostrarle la radicalidad de su pobreza. De ese modo ponía de relieve su idea del hombre como un ser que había vuelto a encontrar el estado de inocencia original y la integración armónica con la naturaleza.

1.2. «Hermano» de las criaturas

Francisco estaba convencido de que el camino de la vida no se podía recorrer en solitario, sino en íntima simpatía con todas las criaturas, puesto que al lado del hombre «todas las cosas espirituales y corporales» han sido hechas también a «imagen» de Dios. Los relatos más antiguos insisten reiteradamente en la entrañable unión que establecía con todas las cosas y en el tierno afecto de devoción que lo arrastraba hacia ellas con un amor singular, hasta el punto de que «a todas las criaturas las llamaba hermanas». Los siguientes textos muestran su interés y compromiso por todo lo vivo:

.- «En una obra cualquiera canta al Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la razón y la causa que les da vida. Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al Amado, hace con todas ellas una escala por la que sube hasta el trono…

.- «Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las exhorta a alabarlo. Deja que los candiles, las lámparas y las candelas se consuman por sí, no queriendo apagar con su mano la claridad que le era símbolo de la luz eterna. Anda con respeto sobre las piedras, por consideración al que llama Piedra…

.- «A los hermanos que hacen leña prohíbe cortar del todo el árbol, para que le quede la posibilidad de echar brotes. Manda al hortelano que deje a la orilla del huerto franjas sin cultivar, para que a su tiempo el verdor de las hierbas y la belleza de las flores pregonen la hermosura del Padre de todas las cosas… para que evoquen la fragancia eterna…

.- «Recoge del camino los gusanillos para que no los pisoteen; y manda poner a las abejas miel y el mejor vino para que en los días helados de invierno no mueran de hambre. Llama hermanos a todos los animales, si bien ama particularmente, entre todos, a los mansos».

Este modo de ser y de estar en el mundo junto a las cosas, no sobre ellas como quien manda o ejerce poder sino reconociéndolas como hermanos y hermanas de una misma casa familiar, pone de manifiesto que todo el mundo creado es digno de reverencia y respeto. El universo franciscano no está muerto ni inanimado, sino animado, vivo y personalizado. Las cosas que hay en él no están ahí para someterse al caprichoso dominio del hombre, sino para ser tratadas como «hermanas», porque de algún modo comparten lazos de consanguinidad y conviven de hecho en la misma casa paterna. Esta empatía y confraternización con la naturaleza en su conjunto, como una realidad viviente, tiene su origen en varias experiencias religiosas que configuraron simultáneamente toda la vida de Francisco:

1ª. La paternidad universal de Dios. El hecho de reconocer y admitir a Dios como Padre de cuanto existe no constituía una deducción intelectual, sino una profunda experiencia afectiva que le hacía sentirse íntimamente unido a todo el cosmos. Como ya se ha dicho más atrás, Francisco descubría en cualquier cosa al Artífice, al Hacedor, al Hermosísimo, al Amado. No hay enemigos. No hay amenazas. La única atmósfera que se respira está presidida por el cariño y la ternura de «hermanos y hermanas».

2ª. La «vida del Evangelio de Jesucristo» crea y convoca hermanos y, además, hermanos «menores», haciéndose eso realidad desde la común opción y desde la unidad que es también igualdad, eligiendo como paradigma el lavatorio de los pies, el amor, el servicio mutuo y el sometimiento a «toda criatura», y viviendo en actitud de acogida constante y universal.

3ª. La opción por la pobreza más radical. Elegida a imitación de Jesús y como modo de vivir el Evangelio, la pobreza consiste en una determinada manera de comprender la vida que hace posible descubrir el valor y el ser propio de las cosas, permite que las cosas sean lo que ellas son por ellas mismas e implica, también, la renuncia a apoderarse de ellas o apropiárselas. Todo lo que significó la convivencia de Francisco con los leprosos, por ejemplo, alcanza aquí su máxima expresión, a saber: el encuentro con la misericordia de Dios desde el lugar físico de los pobres rompió todos los obstáculos que le impedían comunicarse libremente con los demás hombres, y con la naturaleza, destruyó el deseo de «tener» que se interponía entre él y su entorno natural y, como consecuencia, le convirtió a la fraternidad universal con todas las criaturas. En vez de dominarlas y de someterlas, de usarlas, se puso junto a ellas, las cuidó y las protegió, les dedicó los mejores cánticos y se hizo hermano suyo, porque era capaz de acogerlas sin interés alguno de posesión, de dominio, de lucro o de eficiencia.

1.3. Promotor de la no-violencia y de la paz universal

Profundamente enraizado en la corriente evangélica y en el renacimiento de la vida comunitaria de su tiempo, puso en marcha un movimiento cuyo eje central es un canto universal a la vida y una fuerte denuncia contra cualquier forma de violencia.

La absoluta prioridad concedida al seguimiento de Cristo y a las exigencias derivadas de concebir a Dios como Amor, generan un estilo de vida que convierte a sus «frailes menores» en mensajeros espontáneos de la paz. Vivían centrados, única y exclusivamente, en «seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo». Como consecuencia, la paz se traducía en «paciencia y humildad» ante las adversidades y en un estado de ánimo que abarcaba «alma y cuerpo», es decir, a toda la persona. Surgió así un gran movimiento a favor de la paz y la no-violencia basado en las siguientes convicciones y normas de conducta:

1ª. Sustituir el juramento de fidelidad feudal (con las obligaciones de acudir a la guerra y utilizar las armas) por la igualdad fraterna y el servicio mutuos: «A este propósito, ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos». Lo explicaba también así: «Todos los hermanos son constituidos ministros y siervos de los otros hermanos» y, dirigiéndose a todos los cristianos, añadía: «nunca debemos desear estar sobre otros, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sujetos a toda criatura humana por Dios».

2ª. Elegir la pobreza como forma prioritaria para vivir según el Evangelio, puesto que el afán de poseer está relacionado con la violencia e impide alcanzar la paz del corazón: «Si tuviéramos algunas posesiones, necesitaríamos armas para defendernos. Y de ahí nacen las disputas y los pleitos, que suelen impedir de múltiples formas el amor de Dios al prójimo». Así contestó Francisco al obispo de Asís, tras haberle este último advertido sobre la dureza de su estilo de vida.

3ª. Resistir al mal de la violencia con la práctica de la no-violencia activa, poniendo la otra mejilla, haciendo amigos de los enemigos, prohibiendo todas las disputas, controversias, litigios, contiendas y juicios sobre los demás y, en su lugar, someterse siempre a «toda humana criatura por Dios», ser «apacibles, pacíficos y mesurados, mansos y humildes», y no dejarse llevar nunca por la ira aun cuando un hermano fuese responsable de pecado o delito. Francisco lo deja bien claro: «Que no haya en el mundo hermano que, por mucho que hubiere pecado, se aleje jamás de ti después de haber contemplado tus ojos sin haber obtenido tu misericordia… Y, si mil veces volviera a pecar ante tus propios ojos, ámale más que a mí para atraerlo al Señor…».

4ª. Acoger «benignamente» a cualquiera que «venga a ellos, amigo o adversario, ladrón o bandido», tratarle como «hermano», respetarle la vida e invitarle a la propia mesa, aunque revista la maldad de un «lobo» y sea por ello temido, odiado por todos, y merecedor de «la horca como ladrón y homicida malvado», tal como se puede apreciar en la bellísima leyenda del «hermano lobo» de Gubbio, personificación de la violencia de aquel tiempo y al que invita a «hacer las paces» con sus vecinos. También se puede ver en el trato que da a unos ladrones: «¡Venid, hermanos ladrones. Somos vuestros hermanos y os traemos buen pan y buen vino!». Y lo mismo se puede observar cuando reprende con severidad a uno de sus frailes por haberse comportado «cruelmente» con unos ladrones a quienes había llamado «asesinos sin entrañas», exigiéndole a continuación ir en su búsqueda, invitarlos a comer, pedirles perdón y rogarles que se conviertan.

5ª. Comportarse con paciencia y humildad ante las contrariedades con el fin de merecer la bienaventuranza evangélica de los pacíficos, puesto que sólo son ellos quienes, «en medio de todas las cosas que padecen en este siglo, conservan, por el amor de nuestro Señor Jesucristo, la paz del alma y del cuerpo».

6ª. Hacer de la paz un método o camino para las vivir las relaciones humanas y para ir por el mundo anunciando el Evangelio, ya que, en Cristo, «todas las cosas que hay en cielos y tierra han sido pacificadas y reconciliadas con Dios». De hecho, las primeras biografías de san Francisco insisten en que siempre anunció «la buena noticia de la paz», iniciaba sus predicaciones con la frase «¡El Señor os dé la paz!» y amonestaba a sus hermanos diciendo «¡Id, anunciad la paz a los hombres»!.

Así pues, la actitud del poverello de Asís brota espontáneamente de la creación de un nuevo ámbito de relaciones humanas en el que se invierte totalmente la jerarquía de valores de su tiempo al centrar toda su forma de vida en la única Regla del Evangelio. La paz se hace posible por el simple hecho de sustituir aquel sistema predominante de valores por otro totalmente nuevo, evangélico, en este caso. Nada tiene de extraño que se le haya llamado «ángel de verdadera paz» y «hermano Pacífico». Por eso merece la pena recordar una breve y famosa oración suya: «Señor, haced de mí un instrumento de vuestra paz». En suma, Francisco, sin pretender, ni proponer, ni hablar de planteamientos políticos, adopta una posición tan radical que pone del revés todo el sistema feudal de su tiempo.

2. UN «SÍ» A LA VIDA Y A TODA LA VIDA

Es muy probable que haya sido san Francisco el mejor cantor y defensor de la vida universal, siempre a condición de caer en la cuenta de que su sí a la vida se puede repetir intentando recorrer su mismo camino evangélico.

2.1. Significado y valor de la vida

Los escritos de Francisco están prácticamente acribillados por la palabra «vida» u otros términos correlativos, cuyo sólo análisis llenaría bastantes páginas. Ante todo, la significación del término es concreta y real. El hombre y su mundo constituyen una realidad viva, cuyo origen no reside en ella misma sino en Dios, que es vida y da «toda la vida». Se trata, pues, de un don totalmente gratuito que hace a cada criatura ser lo que es, le otorga un valor propio y, a la vez, remite constantemente a su Autor. El fundamento ontológico y axiológico de toda la vida reside en Dios.

Por otra parte, significa también la dimensión existencial, encarnada y dinámica, de la propia vida, cuando gira en torno al único centro que la hace verdaderamente humana: el seguimiento radical de Jesucristo. En este caso, tanto el significado como el valor de la vida dependen del sentido cristológico que se le confiera.

Finalmente, encierra una significación cósmica y personalizada a un tiempo. Cósmica, porque el ser humano está llamado a con-vivir con todas las criaturas en una misma casa paterna, como ya se dijo antes. Y personalizada, porque Francisco personaliza su relación con las criaturas a la vez que las hace objeto de su ternura y cariño fraternal:

.- «Y, al encontrarse en presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor, como si gozaran del don de la razón. Y lo mismo hacía con las mieses y las viñas, con las piedras y las selvas, y con todo lo bello de los campos, las aguas de las fuentes, la frondosidad de los huertos, la tierra y el fuego, el aire y el viento, invitándoles con ingenua pureza al amor divino y a una gustosa fidelidad».

Hay en Francisco una preocupación muy especial que sintetiza de manera espléndida cuanto se viene diciendo hasta ahora: interpretar toda la existencia como un Belén viviente. La Navidad transforma al mundo entero en un Portal donde la vida adquiere su sentido definitivo y, por ello, representa «la fiesta de las fiestas».

Pero, al mismo tiempo, la Navidad significa el compromiso permanente con todos los que malviven y con cualquier otra vida desprotegida, descuidada o amenazada, puesto que en esas fechas todo el mundo debe mostrarse «alegremente dadivoso no sólo con los pobres, sino también con los animales y las aves»:

.- «Si yo hablase al emperador, le suplicaría que, por amor de Dios y en atención a mi ruego, firmara un decreto ordenando que ningún hombre capture a las hermanas alondras ni les haga daño alguno; que todas las autoridades de las ciudades y los señores de los castros y de las villas deban obligar a que, en la Navidad del Señor de cada año, los hombres derramen trigo y otros granos por los caminos fuera de las ciudades y castillos, para que, en día de tanta solemnidad, todas las aves, y particularmente las alondras, tengan qué comer; que, por respeto al Hijo de Dios, a quien tal noche la bienaventurada Virgen María, su madre, reclinó en un pesebre entre el asno y el buey, estén obligados todos a dar esa noche a nuestros hermanos bueyes y asnos abundante pienso; y, por último, que en este día de Navidad todos los pobres sean saciados por los ricos».

Nos encontramos de nuevo, ante una concepción del ser humano volcado ética y moralmente hacia la defensa de cada viviente y de todo lo viviente, sobre todo allí donde la vida es más frágil o está más amenazada.

2.2. El «Cántico de las criaturas»

Todo lo dicho hasta aquí alcanza en esta obra maestra una de sus mayores cimas poéticas y teológicas, máxime si tenemos en cuenta que el propio Francisco decidió componer este luminoso cántico en medio de una noche oscura de su vida. Los primeros biógrafos lo sitúan en una «celdilla hecha de esteras», casi ciego, sin poder dormir ni descansar y aquejado de fuertes dolores. Esa situación personal resalta aún más la expresión más bella de un universo reconciliado, que tomó forma de «sol» en el corazón del poverello de Asís, transformando sus dolores en luz de un cosmos viviente.

Su verdadera clave de lectura es estrictamente teológica. Solamente Dios puede ser la «unidad de medida» que permite al ser humano convertirse en cantor de cuanto le rodea, proclamar la belleza de las criaturas, reconocerse hermano de todas ellas, respetar siempre el valor que ellas mismas poseen, acogerlas con cariño y tratarlas sin violencia, ni agresividad, ni afán de poseerlas o dominarlas arbitrariamente. Así pues, el Cántico, más que leerlo, exige realizarlo, hacerlo resonar a los cuatro vientos. El contenido de sus catorce versos está lleno de sugerencias para cualquier ética sobre la vida:

1ª. Está recorrido por una línea vertical y otra horizontal, que se entrecruzan con la finalidad de resaltar la unidad de la creación entera. El impulso inicial va dirigido verticalmente a Dios: «Altísimo, omnipotente, buen Señor, tuyas son las alabanzas, a ti sólo corresponden» (v.1-2). Y, seguidamente, Francisco se da cuenta de que «ningún hombre es digno de hacer de ti mención» (v.2), no consigue cantar de verdad a Dios si no es adoptando la dimensión horizontal: «Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas…» (v.3).

2ª. Todas las realidades que componen el cosmos, tanto el material (v.3-9) como el humano (v.10-13), son «hermanas» y «hermanos» del hombre, que se abre a esta fraternidad universal y las canta, no por sí mismas, sino movido por una experiencia religiosa tan profunda que le permite verlas como símbolos sacramentales de Dios: «de ti, Altísimo, lleva(n) significación» (v.4).

3ª. Todas las cosas del mundo material (v.3-9) son buenas, están impregnadas de positividad, poseen valor propio y tienen la función de servir al desarrollo de la vida, interpretándolo siempre desde Dios: por el sol «nos alumbras»; por el viento y las nubes «das sustento» a tus criaturas; el agua «es muy útil»; por el fuego «alumbras la noche»; la «madre tierra nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas».

4ª. Los acontecimientos del mundo humano (v.10-13) encierran también un valor en cuanto experiencia de un sentido: los conflictos pueden ser superados perdonando «por tu amor» (v.10); la enfermedad y la tribulación pueden sufrirse «en paz» (v.10-11); y el hecho irreversible de la muerte es posible aceptarlo acogiéndola como «hermana» (v.12). Quienes así lo vivan serán «bienaventurados» (v.11.13).

5ª. Hay, por último, una conjugación de elementos masculinos y femeninos a lo largo de los v.3-9. Están ordenados por parejas (sol-luna, viento-agua, fuego-tierra) y pueden simbolizar la virilidad y la feminidad, la paternidad y la maternidad de donde nace toda la vida universal.

En resumen: Francisco, penetrado por el amor de Dios, lo derrama sobre las criaturas e invadido por la alegría de sus dones lo canta desde todo lo que vive a su alrededor. La armonía entre su mundo interior y exterior es total: convive con las cosas, las acoge, se enamora de ellas, las cuida y las respeta. No hay ningún rastro de violencia ni de agresión, porque su actitud no es la de estar sobre ellas, como dominador, sino con ellas, como servidor y trovador.

Por eso precisamente las hace humanas, las humaniza, porque se recrea en ellas sin destruirlas, las utiliza sin maltratarlas, las deja ser lo que son y como son cada una de ellas. El Cántico es un sí a la intensidad del ser y, en consecuencia, un decidido y comprometido sí al valor de cada vida y de toda la vida. En definitiva, el santo de Asís invita a tomar posición ante la realidad adoptando ante ella una actitud positiva y respetuosa, porque es el ámbito de la vida, de todo lo viviente.

3. LA INTEGRACIÓN DE LO NEGATIVO DE LA VIDA

La vida de cada ser humano está atravesada por fuerzas que van en direcciones contrarias, por tensiones opuestas. Uno de sus mayores retos consiste en canalizar esas energías contrapuestas e inscritas dentro de los acontecimientos negativos de la existencia en un proyecto integrador que les pueda conferir un sentido. La enfermedad y la muerte, por contraposición a la salud y la vida, constituyen una de esas pruebas decisivas para medir nuestra capacidad de integración. En ese aspecto el santo de Asís ha dejado sobradas muestras de haberlo experimentado y logrado a muy alto nivel.

3.1. Alegría en la enfermedad

El propio Francisco atestigua haber estado enfermo, hasta el punto de no poder realizar varias visitas que tenía previstas y de reconocer que «a causa de la debilidad y el dolor» no se encontraba «con fuerzas para hablar». Las fuentes bibliográficas se hacen eco de ello en diversos lugares: oftalmia degenerada en glaucoma; una grave enfermedad entre los años 1204-1205; la malaria en 1212; una faringolaringitis en 1213; enfermedades de hígado y de bazo, úlcera gástrica y tumor de estómago; y a todo ello hay que añadir muchos viajes para un cuerpo débil, precariedad de alojamientos, insuficiencia de vestidos, escasez de alimento, «cuaresmas» continuas y frecuente rechazo de medicinas.

Francisco asume la enfermedad integrándola en su concepción cristiana de la vida: es posible sufrirla «en paz», con «paciencia» y dando «gracias al Creador». Ante esta manera de actuar el lógico preguntarse: ¿Cuál era el secreto de su actitud? El secreto consiste en vivir dando gloria a Dios, no en gloriarse de sí mismo o, dicho con tras palabras, sustituir la tentación egocéntrica por otro nuevo centro vital capaz de reestructurar toda la vida y de integrar con sentido sus aspectos negativos. Así es como brotará la verdadera alegría, que no reside en ningún tipo de éxitos humanos sino en «vencerse a sí mismo y sobrellevar gustosamente, por amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades».

La paz y la serenidad que le ayudaron a superar el estremecimiento causado por el dolor físico han quedado maravillosamente recogidas en el episodio de la cauterización, donde habla con el fuego como si fuese un viejo amigo:

.- «Mi querido hermano fuego, el Altísimo te ha creado poderoso, bello y útil, comunicándote una deslumbrante presencia que querrían para sí todas las otras criaturas. ¡Muéstrate propicio y cortés conmigo en esta hora¡ Pido al gran Señor que te creó tempere en mí tu calor, para que, quemándome suavemente, te pueda soportar».

Desde esa nueva perspectiva las aflicciones ya no serán penas, sino «hermanas», y los sufrimientos se convertirán en «prenda» del Reino, puesto que la alegría con que lo soportaba era una manera de corresponder a la misericordia de Dios, como decía a un compañero suyo:

.- «Deja, hermano, que me alegre en el Señor y que cante sus alabanzas en medio de mis dolencias; por la gracia del Espíritu Santo estoy tan íntimamente unido a mi Señor, que, por su misericordia, bien puedo alegrarme en el Altísimo».

Hay también otro pasaje donde se pone de relieve la obligación de cuidar la propia salud. Francisco rechazaba habitualmente la asistencia médica y hacía oídos sordos a todos los consejos médicos que le daban. Sin embargo, no pudo desentenderse de la cariñosa corrección que le hizo el cardenal Hugolino (luego papa Gregorio IX), quien apeló a la coherencia personal del santo y al valor social de su vida para hacerle cambiar de actitud:

.- «…no obras bien al no cuidar de ser ayudado en la enfermedad de los ojos, pues tu salud y tu vida son muy útiles a ti y a los demás. Si te compadeces de los hermanos enfermos, y has sido siempre misericordioso con ellos y continúas siéndolo, ahora no debes ser cruel contigo, porque tu enfermedad es grave y te encuentras en una evidente necesidad. Por eso te ordeno que te dejes ayudar y curar».

3.2. Amor a los enfermos

La estrecha solidaridad de Francisco con los enfermos comenzó a raíz de su convivencia con los leprosos, como él mismo dice: «El Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué la misericordia». A partir de entonces se volcó literalmente con ellos mostrándoles la mayor compasión y ternura, y haciéndose cargo de sus sufrimientos, porque veía en cada uno la imagen misma de Cristo. Consolaba de manera especial a cuantos «estaban agitados y vivían con el ánimo apocado». Era tan intensa su entrega que los mismos enfermos «veían en él a un verdadero médico que con mucha delicadeza les palpaba las llagas, se las limpiaba y se las curaba».

Francisco exigía una disponibilidad semejante a los frailes de la Orden, pues debían «gozarse» cuando estaban entre enfermos y leprosos, y les pedía, además, que si alguno de ellos caía enfermo «no lo abandonen, sino desígnese un hermano o más, si fuese necesario, para que le sirvan como querrían ellos ser servidos». Así pues, el camino para estimular la integración de la negatividad del dolor y el sufrimiento en los enfermos pasa obligatoriamente por situarse junto a ellos, compartir su situación y aliviar el dolor y el sufrimiento por el que están pasando.

3.3. «Bienvenida sea mi hermana muerte»

La muerte es la negación de la vida, la ruptura del deseo de vivir para siempre, el término del trayecto histórico individual y el fin del hombre entero. Sin embargo, por el hecho de estar constantemente presente en la vida, la muerte representa también la posibilidad por excelencia de todo ser humano, es decir, obliga a tomar postura ante ella, a «morir la muerte» y no sólo a expirar, exige actuarla con sentido. San Francisco de Asís ha sido también un modelo paradigmático de esta realidad tan cercana a la ética de la vida y a la bioética actual. La muerte fue para él un acto de máxima libertad, no un final, sino un tránsito que confirmó la plenitud con que vivió toda su existencia.

Todos los gestos que realiza Francisco en esta hora decisiva encierran un profundo significado. Primero se reconcilia con los hermanos, se despide de todos ellos, los bendice y les recomienda poner el «Evangelio por encima de todas sus disposiciones» (las «Reglas» dadas a su Orden). Después, pide a los frailes que le coloquen desnudo sobre la tierra, como símbolo de identificación con Cristo crucificado y regreso a la madre tierra. Más tarde, rememorando el significado bíblico de la Pascua, y tras haber solicitado la lectura de unos versículos del Evangelio (Jn.13, 1: «…sabiendo Jesús que había llegado su hora…»), hizo que le trajeran pan, lo bendijo, lo partió y dio a cada uno un pedazo para comer. Aún tuvo tiempo para invitar a quienes le acompañaban a entonar el Cántico de las criaturas, añadiendo él mismo la célebre estrofa «loado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal».

Y, por último, quiso que repitiesen la escena de colocarlo desnudo sobre la tierra y, apenas iniciados los primeros versos del Sal.141 («Con mi voz clamé al Señor…imploré piedad…»), se hizo un gran silencio. Acababa de morir tal como había vivido: personalizando su relación con las cosas de su alrededor, cantando a la vida de su entorno y tomando postura ante la muerte con un determinado sentido. Como dice su biógrafo Celano, parafraseando a Eclo.11, 29, «el fin del hombre descubre lo que es él».

Nos encontramos ante una muerte aceptada y querida libremente, una actuación que consumó toda la existencia de san Francisco. Su íntima vinculación a la vida universal lo llevó hasta la raíz misma que todo lo vivifica y lo atrae hacia sí como plenitud de la Vida. Ante la tendencia de la sociedad actual para ocultar la muerte, Francisco representa un camino para humanizarla y hacer posible «morir en la ternura».

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E. Sgreccia: una bioética católica

E. Sgreccia: una bioética católica 150 150 Tino Quintana

Conviene afirmar, de entrada, que el cristianismo es una buena noticia de salvación, no una ética. Dicho con otras palabras, la fe cristiana consiste en vivir una relación personal con Dios, de quien todo ser humano es «imagen y semejanza». Esa relación transforma la vida por entero. La ética cristiana o ética teológica, en consecuencia, es una objetivación de esa relación de fe, en el sentido de que el ser humano obra o actúa lo que es. Hay, por tanto, una subordinación de la acción al ser, de la praxis a la ontología.

La concepción antropológica del ser humano como persona, y su correspondiente fundamentación ontológica, es lo que distingue a la bioética personalista de las demás concepciones existentes en bioética y define los trazos básicos de la bioética católica. Aunque se comparta esta antropología con formas similares de bioética fundamental, el enfoque cristiano es específico respecto al origen teológico de sus fundamentos. El ser humano, constitutivamente relacional en su mismo origen, surge como una existencia que depende de su relación con Dios y se plasma en la relación con sus semejantes. No hay yo sin tú, ni nosotros sin vosotros.

En virtud de este planteamiento, toda persona posee una dignidad intrínseca e inalienable que le hace acreedor de respeto máximo y obliga a tratarlo siempre como un fin, no solo como un medio. Y, por ello, la vida humana, en cualquiera de sus etapas, desde la inicial hasta el final, debe ser objeto del respeto personal que merece su protagonista y no ser tratada bajo ningún tipo de discriminación.

Es relevante, asimismo, la concepción de la persona como totalidad unitaria o unidad psicosomática, lo cual implica la obligación de proteger y cuidar la realidad compleja y completa de cada ser humano en todas sus dimensiones: biológica, mental, cultural, social y sanitaria.

A este propósito, el Manual de bioética, de Elio Sgreccia, es un ejemplo cualificado de bioética católica.

Para mayor información, véase el artículo de esta entrada en Una bioética católica. E. Sgreccia.08.12.2011

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F. Abel: Introductor de la Bioética

F. Abel: Introductor de la Bioética 150 150 Tino Quintana

Françesc Abel, jesuita, doctor en medicina e impulsor de importantes instituciones dedicadas a la bioética, es verdadero introductor de la bioética en Europa y, por supuesto, en España, cuando aquí a casi nadie le merecía confianza tal tema.

1. Trayectoria biográfica

Françesc Abel i Fabre (1933-2011). Era Doctor en Medicina y Cirugía, especialista en Obstetricia y Ginecología; Licenciado en Teología y en Sociología (especialidad Demografía y Población); miembro de la Compañía de Jesús desde el año 1960 y sacerdote desde el año 1967. Desarrolló su tesis doctoral sobre un tema de fisiología fetal bajo la dirección del Dr. A. Hellegers en el Kennedy Institute of Ethics, donde permaneció cinco años, y la codirección de su maestro y amigo el Dr. V. Conill i Serra de la Universidad de Barcelona. Tras un recorrido médico por el Hospital Clínic y la Clínica de L’Aliança, consigue durante varios años una beca en la Universidad Georgetown (Washington) y, posteriormente, comienza en 1976 su trabajo en el Hospital Sant Joan de Dèu, de Barcelona, donde contribuyó decisivamente a la creación del Comité de Ética Asistencial.

Académico de Número de la Real Academia de Medicina de Cataluña (1999), fue uno de los introductores de la bioética en Europa impulsando y fundando diversas instituciones al respecto, siendo la más destacada el Instituto Borja de Bioética (IBB), creado en 1976. Fue director del mismo hasta el año 1999 y a partir de entonces ocupa la presidencia del Patronato de dicha institución.

Ha sido miembro del Comité de Bioética de Cataluña, vocal del Comité de Sanidad de Catalunya, de la Subcomisión de Xenotrasplantes de la Organización Nacional de Trasplantes, y de la Comisión de Bioética de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia, así como vocal del Patronato de la Fundación Víctor Grífols i Lucas. Ha presidido también el Comité de Ética Asistencial del Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona (España) y fue miembro del Comité de Ética Asistencial de los «Germans de Sant Joan de Déu – Serveis de Salut Mental». Ha sido también iniciador e impulsor de Comités de Ética Asistencial en varios hospitales españoles. Formó parte del Consejo Asesor de las revistas Labor Hospitalaria desde 1984; The Journal of Medicine & Philosophy desde 1988; de los Catholic Studies Series desde 1991; del Consejo Editorial de la Revista Latinoamericana de Bioética desde el año 2002 y de Bioètica & Debat.

2. La obra de Françesc Abel

1. Considero necesario comenzar resaltando su servicio al bien de las personas enfermas que ha tratado a lo largo de su dilatada carrera como profesional sanitario. Françesc Abel nos demuestra con su experiencia que la ética no es un apéndice de la medicina o un «apósito» temporal de la actividad clínica. No. La medicina es una praxis esencialmente ética, porque lo que define su identidad desde los tiempos hipocráticos consiste en poner su saber científico-técnico al servicio de las personas enfermas para hacerles objetivamente el bien y sanarlas si es posible. Si se dedicara a «hacer daño» desmentiría radicalmente su identidad original y su naturaleza ética.

2. Quiero destacar también su intensa y larga tarea como docente y escritor. Son abundantes los cursos de formación, los artículos especializados en revistas de prestigio internacional, las incontables conferencias y participaciones en jornadas y congresos y, también, su obra escrita. Esta última quizá no sea tan numerosa o «llamativa» como la de otros colegas suyos, dedicados expresamente a publicar sus trabajos, pero sí es relevante y significativa en varios aspectos. Para hacer un resumen me voy a referir a su último libro, Bioética: orígenes, presente, futuro (Instituto Borja/Fundación Mapfre Medicina, 2001) y, sobre todo, al discurso que pronunció el 9 de mayo de 1999 con motivo de su ingreso como miembro numerario de la Real Acadèmia de Medicina de Catalunya (véase el Nº 252 de la revista Labor Hospitalaria, páginas 64-76).

3. Creo que sobresale por encima de todo su constante preocupación de servir de puente en el diálogo entre las ciencias de la salud y las humanidades, convencido como está de la autonomía de las ciencias y del valor que podían aportar a ese diálogo. En parte se puede ver ahí el planteamiento de Potter (el creador del anglicismo bioética, como es de todos sabido), para quien la bioética debería ser «un puente hacia el futuro» que permitiera el acercamiento entre las ciencias de la vida y las humanidades, pero en lo más profundo está latiendo la pretensión de su maestro A. Hellegers, o sea, poner a dialogar a diversos especialistas en torno a un problema común con el fin de que cada uno aporte su perspectiva para buscar una solución razonada y compartida. Françesc Abel apuesta reiteradamente por la práctica del diálogo tanto en su propia actividad profesional como en la de los organismos e instituciones de los que forma parte o contribuyó expresamente a su creación.

4. A la manera de comprender y extender el diálogo interdisciplinar, le corresponde una definición de la bioética que ya presentó en 1989 y ha vuelto a exponer en 2001 de manera más completa: «Definimos la bioetica como el estudio interdisciplinar (transdisciplinar), orientado a la toma de decisiones éticas de los problemas planteados a los diferentes sistemas éticos por los progresos médicos y biológicos, en el ámbito microsocial y macrosocial, micro y macroeconómico, así como su repercusión en la sociedad y sus sistema de valores, tanto en el momento presente como en el futuro».

Es una definición autorizada por el rigor científico y práctico del propio autor. Y es también diferente, porque incluye «notas diferenciales» que, como él mismo dice, son las siguientes: 1ª) el origen secular dentro de un ámbito ecuménico; 2ª) el diálogo como metodología del trabajo; 3ª) el reconocimiento de la autonomía de las ciencias; 4ª) la fuerza y razonabilidad de los argumentos poniendo entre paréntesis los criterios de autoridad científica o espiritual; 5ª) la provisionalidad de las respuestas; y 6ª) la preocupación por los problemas de población, recursos y medio ambiente.

La bioética debe ser, pues, un lugar privilegiado de diálogo interdisciplinar orientado a la toma de decisiones éticas sobre cuestiones que afectan a la vida humana y vienen suscitadas por el progreso médico y biológico. Su extensión no puede limitarse a las dimensiones microsociales y microeconómicas o a la estricta relación entre profesionales de la salud y los pacientes y sus familiares. El alcance y la amplitud de los temas bioéticos obliga a renunciar a lo que se ha llamado certeramente «moral de cercanías» y extender sus límites a la biosfera y a las futuras generaciones.

5. Este modo de entender la bioética implica, por una parte, la necesidad de ir más allá del principialismo, no en el sentido de prescindir de los principios operativos que orientan la toma de decisiones éticas, sino en el de volver a redescubrir la importancia de las virtudes del agente moral. No hay nada mejor que el ejemplo de médicos competentes y dignos que a través de su práctica profesional son modelo y ejemplo del bien hacer como profesionales y como personas. Esta perspectiva de la bioética, fundamentada en las cualidades personales del médico y los equipos de salud, deja espacio para que la bioética sea narrativa y creativa.

Y añade el Dr. Abel: «una actitud de respeto hacia el enfermo como persona, la delicadeza y amabilidad en el trato, el conocimiento y reconocimiento de los derechos de los pacientes, la capacidad de aceptar que existen diferentes jerarquías de valores, y la competencia profesional mantenida mediante una formación continuada, son condiciones imprescindibles para recuperar el trato amistoso en la relación médico-enfermo y para comprender que la desconfianza social hacia el ejercicio profesional tiene su fundamento y puede interpretarse como un mecanismo regulador del poder que la tecnología pone en manos de los médicos».

6. Asimismo, ese modo de comprender la bioética impulsa a ir más allá de la bioética clínica. Y es que, aun cuando ese sea el campo que más adeptos ha ido ganando, hay toda una serie de problemas interdisciplinares en los que los conocimientos médicos juegan un papel importante, pero no son los decisivos. Son problemas que, según F. Abel, han de ser afrontados desde el diálogo interdisciplinar en sentido amplio. Un diálogo que afecta a campos genéricos muy importantes como son la medicina, la filosofía, el derecho, la teología, la política, por ejemplo, pero es también un diálogo que afecta directamente a otros campos más concretos como son los siguientes: 1) entre salud y economía de la salud; 2) entre ciencias biomédicas y políticas sanitarias; 3) sobre población, recursos y medio ambiente; 4) entre las ciencias de la vida, la ética y los medios de comunicación social; 5) entre las ciencias de la salud y los valores sociales y, más en concreto, entre obligaciones y derechos individuales y obligaciones y derechos de la sociedad en lo tocante a la salud pública; 6) entre la ética y el derecho, que para F. Abel es el más importante de todos; y 7) sobre la educación en bioética en el ámbito escolar, enseñanza media, profesional y universitaria (en especial medicina, Enfermería, Farmacia, Biología).

El futuro nos presenta nuevos desafíos insospechados hace bien pocos años. El futuro de la ciencia debería coincidir con el futuro de la ética, es decir, tendremos una ciencia humana en la medida en que los científicos sean personas con sensibilidad ética y con un profundo sentido de la responsabilidad social, afirma F. Abel, y añade lo siguiente: «…si el siglo XX ha estado marcado, y de una manera especial en su segunda mitad, por la tecnología, de manera que será recordado como el siglo tecnológico, algunos creen que el siglo XXI será el siglo de la bioética o, más todavía, el siglo de la espiritualidad. Y ha de serlo para evitar que el hombre se convierta en esclavo de la técnica, en lugar de ser el señor que la dirige hacia un mundo habitable y saludable, haciendo posible la pervivencia de la humanidad…».

7. Pero, a mi juicio, aquello en lo que más ha destacado la obra de F. Abel ha sido en la promoción y creación de nuevas e importantes instituciones de bioética y destinadas al desarrollo, investigación y difusión de la bioética. Entre ellas sobresalen el Instituto Borja de Bioética, el Comité de Ética Asistencial del Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona), el Grupo internacional de Estudios de Bioética y la Asociación Europea de Centros de Ética Médica. Me voy a referir a alguna de esas iniciativas.

3. El Instituto Borja de Bioética

Los dos primeros centros de bioética del mundo fueron el Kennedy Institute y al Hastings Center, ambos en 1971 y en Estados Unidos, y el tercero fue el Institut Borja de Bioética. Éste fue, a su vez, el primer centro de bioética de Europa, fundado en 1976.

Françesc Abel dice que regresó de su estancia académica en Nueva York con una idea de comenzar un centro o instituto de bioética copiando el modelo del Kennedy Institute, con las debidas modificaciones. Así nació el Instituto Borja de Bioética. Organizó en 1975 un coloquio interdisciplinar titulado «De la historia clínica a la decisión ética» y, al año siguiente, se inauguró de manera oficial. Estuvo adscrito, durante los primeros ocho años, a la Facultad de Teología de Cataluña (San Cugat). Posteriormente se constituyó como fundación privada, en 1984, con el apoyo de la Compañía de Jesús y la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Desde el año 2000 está considerado Instituto Universitario integrado en la Universidad Ramon Llull.

El Instituto Borja tiene una reconocida trayectoria en el campo de la docencia e investigación. También mantiene la revista Bioètica & Debat.

4. El Grupo Internacional de Estudios de Bioética International Study Group on Bioethics (ISGB)

En este caso, Francesc Abel contó con el apoyo del entonces General de la Compañía de Jesús, el P. Pedro Arrupe. El GIEB quedó jurídicamente establecido en el marco de la Federación Internacional de Universidades Católicas. Se mantuvo en funcionamiento durante doce años y se dedicó esencialmente a mantener vivo el diálogo entre las ciencias de la salud y la bioética. La primera reunión se celebró en San Cugat, en 1982, participando un buen número de científicos, filósofos y teólogos. Hubo un total de veinte reuniones internacionales.

En esas reuniones se pretendía, principalmente, que hubiera un verdadero diálogo y no una simple yuxtaposición de ponencias, evitando los reduccionismos biológicos o espiritualistas. El sistema consistía en que cada uno de los participantes, desde su propia vertiente científica o filosófica, respondiera a un conjunto de tres o cuatro preguntas interdisciplinares, preparadas por un equipo de trabajo. Se intentaba, asimismo, que todo el mundo tuviera claras las diferencias, más que los puntos de acuerdo, y que todos dispusieran de elementos suficientes para reflexionar después sobre las perspectivas diferentes a las propias.

Un iniciativa del grupo fue la de ayudar a dos Universidades de Asia, la de Santo Tomás de Manila (Filipinas), con mayoría de estudiantes católicos, y la de Atma Jaya de Djakarta (Indonesia), mayoritariamente musulmana, para que desarrollaran un modelo similar al del GIEB, adaptado a sus necesidades. La experiencia permitía a los participantes de todo el grupo analizar diferencias culturales en la toma de decisiones.

A lo largo de esos años el GIEB hizo varias publicaciones:

.- Human Life: its beginnings and development. Bioethics reflections by Catholic Scholars (1988).

.- Birth, Suffering and Death. Catholic Perspectives at the Edges of Life (1992).

.-La Mediación de la Filosofía en la construcción de la Bioética (1993).

.- Critical Choices and Critical Care (1995).

.- Infertility: A Crossroad of Faith. Medicine and Tecnology (!9997).

5. Asociación Europea de Centros de Ética Médica  European Association of Centres of Medical Ethics (EACME)

Es otra iniciativa de la que formó parte Françesc Abel desde su creación, en 1985. Se trata de una red de investigación internacional y de comunicación entre los centros que componen la asociación. El término «europeos» se utiliza aquí en el sentido amplio, es decir, desde el Atlántico hasta los Urales. Tiene como objetivo principal promover la preocupación pública y crítica respecto a las cuestiones éticas implicadas en el desarrollo de las ciencias biomédicas en la sociedad actual.

Ya ha anunciado la Conferencia Anual de 2012, que se celebrará en el Centro para la Ética en Medicina de la Universidad de Bristol, bajo el título «Bioethics, then and now»

La Asociación está compuesta por más de 60 Centros, entre los permanentes y los asociados, distribuidos en 17 países. España continúa representada representada, precisamente, por el Instituto Borja de Bioética.

POSTDATA

El Dr. Abel está de algún modo relacionado con mi tierra (Asturias), puesto que la Sociedad Internacional de Bioética (SIBI), que tiene su sede en Gijón, le ha concedido el Premio del año 2009. Un premio que recae en la persona, grupo o entidad que a juicio del Comité Científico de la SIBI más haya destacado por sus trabajos, publicaciones o enseñanzas en los campos de la Bioética, o en la aportación al necesario lenguaje de construcción bioética.

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TINO QUINTANA

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética Clínica (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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