El conocido caso de Lampedusa, a primeros de octubre de 2013, es mucho más que un caso aislado, por llamativo y trágico que haya sido. Es un símbolo de otras Lampedusas de mar y de tierra que suceden a diario cada una con su dimensión trágica: Ceuta y Melilla (con cuchillas en las alambradas…), la frontera entre México y Estados Unidos…masas de refugiados en el Medio Oriente, en África, en América Latina y otros desastres silenciosos menos mediáticos.
1. INTRODUCCIÓN: ALGUNOS CONCEPTOS BÁSICOS
Nos vamos a ocupar aquí de las llamadas “migraciones forzosas”, como diremos más adelante, es decir, aquellas que se producen por la presión, coacción o amenaza de factores externos.
1. Las migraciones en general
Como es sabido por todos, la inmigración representa una de las dos opciones o alternativas del término migración, que se aplica a los movimientos de personas de un lugar a otro y que conllevan, a su vez, un cambio de residencia bien sea temporal o definitivo. Las dos opciones de los movimientos migratorios son: emigración, que es la salida de personas de un país, región o lugar determinados para dirigirse a otro distinto, e inmigración, que es la entrada en un país, región o lugar determinados procedentes de otras partes. De manera que una emigración lleva como contrapartida posterior una inmigración en el país o lugar de llegada.
Las migraciones han sido siempre muy importantes, son tan antiguas como la humanidad y aparecen en las relaciones más antiguas de casi todas las religiones y culturas. Han cambiado históricamente por completo el aspecto de los países, influyendo en su composición racial, lingüística y cultural, así como otros cambios de gran repercusión. Hace 1.500 años, por ejemplo, en lo que actualmente conocemos como Moscú, no había un sólo ruso; en Hungría no había un sólo húngaro; en Turquía no había turcos; España empezaba a ser visigoda; en América sólo vivían indígenas; en Australia sólo polinesios y melanesios; en la región de Kosovo vivían en forma minoritaria los albaneses…lo cual hace aún más complejo el término “migración”.
Vamos a tener que dar la razón a Alvin Toffler, que en su famosa obra La tercera ola expuso la idea de tres grandes revoluciones que transformaron la historia de la Humanidad.
La 1ª es la Revolución Neolítica, hace unos 10.000 años, que se refiere a la invención y desarrollo de la agricultura que dio origen a la sedentarización de los seres humanos. El asentamiento estable de los seres humanos en torno a pueblos agrícolas cada vez más grandes constituye un paso gigantesco en la historia de la civilización ya que no debemos olvidar que el término civilización procede de ciudad (“civitas”) y las primeras ciudades fueron asentamientos agrícolas.
La 2ª ola fue la Revolución Industrial, iniciada en el siglo XVIII, que trajo consigo el desarrollo de la producción masiva de productos industriales, el desarrollo del ferrocarril y otros inventos, que permitieron el crecimiento de las ciudades hasta un punto nunca antes visto en la historia. A su vez, el crecimiento urbano trajo consigo un enorme proceso de éxodo rural primero en los países más industrializados y después en todo el mundo.
Y la 3ª Ola, el desarrollo de la Tecnología, en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI, ha dado origen a unos movimientos gigantescos de millones de personas, tanto espacial como temporalmente, afectando casi a la práctica totalidad del planeta.
Tanto la Revolución Neolítica como la Revolución industrial trajeron consigo enormes desplazamientos de millones de personas y cambios enormes en las actividades humanas y nuevos modos o estilos de vida: de nómada a sedentario y de rural a urbano.
Por su parte, la Revolución Tecnológica está generando migraciones de carácter continental e intercontinental que se extiende de algún modo a escala planetaria.
2. Las migraciones forzosas en particular
Citando ahora voces autorizadas, como las del Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, en nuestro caso la de Irantzu Mendia sobre “Migración forzosa”, hay que entender por tal el «movimiento de población fuera de su lugar de origen o de residencia habitual, de carácter temporal o permanente y por lo general a gran escala, que tiene un carácter involuntario, es decir, es motivado por la presión –o la amenaza– de factores externos actuando aisladamente o en conjunción».
Y añade después que, tradicionalmente, el concepto de migración forzosa se ha definido por oposición al de migración voluntaria. «Mientras que ésta se refiere a aquel movimiento de población en el que las personas gozan de una determinada capacidad de elección ante la posibilidad de su desplazamiento, la migración forzosa conlleva un elemento de coacción externa e inevitable que determina la decisión de las personas». A pesar de esta distinción, la diferencia entre ambas puede quedar en algunos casos diluida por la complejidad de las situaciones que provocan los movimientos migratorios. En este sentido, mucha de la movilidad de población que es convencionalmente considerada como voluntaria, como es el caso de los denominados emigrantes económicos, ocurre en situaciones en las que las personas desplazadas de sus lugares de origen o de residencia habitual tienen en realidad poca o ninguna capacidad de elección.
Teniendo en cuenta esta posible superposición entre la migración voluntaria y la forzosa, se puede establecer el criterio para distinguir los distintos grados de migración forzosa: 1º) la migración libre, en la que la voluntad individual es el elemento decisivo en el inicio del movimiento; 2º) la migración obligada, donde las personas retienen algún poder para decidir sobre su marcha; y, por último, 3º) la migración forzosa, en la que las personas no tienen ningún poder de decisión. «El elemento definitorio de la migración involuntaria, por lo tanto, puede asociarse a la coerción implícita en el desplazamiento, ejercida por una fuerza –o amenaza de la misma– externa a las personas, y sobre la cual éstas no tienen la influencia suficiente, en caso de tenerla, como para evitar su huida».
Hay que tener en cuenta, además, que los movimientos forzosos de población son también heterogéneos en su naturaleza, causas e impacto. Y así, por ejemplo, gran parte de la migración forzosa tiene que ver con los “refugiados” por causa o temor a alguna forma de conflicto impuesto externamente y que amenaza de forma inmediata su vida, situación en la que sus gobiernos de origen son incapaces o negligentes a la hora de garantizar su protección. Según datos de la ACNUR, ya hay 2 millones de refugiados y 1 millón de ellos son niños. Otra gran parte de movimientos migratorios forzosos derivados de catástrofes naturales de carácter repentino y violento, como inundaciones, terremotos, erupciones volcánicas, etc., como también por la violencia más silenciosa y lenta que ejercen sobre las personas las sequías, la deforestación, la desertización y/o las hambrunas, que son, en realidad, las causas más inmediatas y visibles del desplazamiento.
Por último, otro tipo de migración forzosa es el de los desplazados por proyectos gubernamentales de desarrollo a gran escala, tales como presas hidroeléctricas, infraestructuras para el transporte urbano, planes de irrigación, programas de sedentarización…que dan lugar al desplazamiento y reasentamiento de un gran número de personas, en ocasiones comunidades enteras, objeto de coacción directa o indirecta.
Y a todo ello hay que añadir una larga lista de “desastres silenciosos” con efectos tan desoladores que ni siquiera permiten emigrar…sencillamente porque se muere en el lugar del desastre. Es suficiente nombrarlos: la tormenta tropical en Bangladesh, la inseguridad alimentaria en Burkina Faso, los retornados y refugiados de Burundi y el Congo, la inseguridad alimentaria de Camboya, las inundaciones de Ecuador, el brote de dengue en El Salvador, el huracán Sandy en el Caribe, el frío extremo en Mongolia, la inseguridad alimentaria del sur de África, el terremoto de Tayikistán, los brotes de epidemias en Uganda y la fiebre aftosa en Vietnam, por citar algunos de 2013.
Como ha dicho la Cruz Roja Española, una gran mayoría de emigrantes/ inmigrantes sufren pérdida de identidad, rechazo social, desarraigo, aislamiento, choque cultural, ausencia de apoyo familiar o precarias condiciones de vida…características que definen muy bien a muchos de estos colectivos humanos. En un gran número de casos no sólo carecen de “papeles”, ni posibilidades de acceso a una educación, ni a una vivienda digna, ni a un trabajo digno… En definitiva “están pero no son”. El gran problema es que incluso mucho antes de “estar” dejan de “ser” o “vivir” simplemente porque mueren en el intento de alcanzar sus sueños…y se mueren a miles….y a diario…
2. EL ESCENARIO DE LAS MIGRACIONES FORZOSAS
1. Desde la miseria, la angustia y la desesperación
En nuestro tiempo se presenta un notable flujo migratorio desde los países del sur hacia la Unión Europea y hacia los Estados Unidos. No es la única corriente migratoria, pero sí la más conocida y la que está relacionada en forma directa con los centros dominantes del mundo en los que, para mayor desgracia, está vigente quizá la principal fuerza expulsora de inmigrantes empobrecidos.
El desplazamiento masivo de población de los países pobres hacia los que aún se siguen presentando como prósperos se explica, según los expertos, por varias razones como la imposición de Planes de Ajuste Estructural en el sur y el este del mundo, la destrucción de las economías campesinas de subsistencia, la implantación de dictaduras criminales al servicio del capitalismo mundial, el impacto de los desastres naturales y las transformaciones climáticas, la explosión de conflictos bélicos interminables…Todas esas razones confluyen, a mi juicio, en la causa más profunda que empuja a muchísimas personas a emigrar: la miseria entendida como estrechez y falta de lo necesario para vivir, es decir, la pobreza extrema.
El conjunto de todos esos aspectos, generadores de miseria, componen un escenario caracterizado por la angustia y la desesperación. Es un escenario en el que se desenvuelve diariamente una sola escena: la muerte de muchos miles de personas, sobre todo en los países periféricos y dependientes. No sorprende que los pobres formen parte de ese interminable cortejo de cuerpos famélicos y torturados que huyen del sur del mundo hacia el norte, anhelando encontrar el paraíso, aunque en el camino muchos encuentren la muerte, como se ha comprobado recientemente en la isla de Lampedusa.
2. Hacia el sufrimiento, la tragedia y la muerte
La terrible jornada del pasado día 3 de octubre, en el Mediterráneo, no ha sido la primera ni será la última. Forma parte de un ciclo infernal que se prolonga desde hace varias décadas y en el que han muerto miles de africanos empobrecidos. En el caso de cifras más conservadoras se dice que, desde 1990 hasta 2012, habrían muerto en el Canal de Sicilia unas 8.000 personas y 2.770 solo en el año 2011, coincidiendo con el momento más álgido de la guerra en Libia. No obstante, según la Organización Internacional de Migraciones (OIM), unas 25.000 personas murieron en las últimas décadas en el Mediterráneo. El legendario mar se ha convertido en una tumba gigantesca en la que termina la vida de miles de africanos que huyen de la miseria, la angustia y la desesperación.
Conviene recordar el ciclo de su interminable calvario hacia la muerte, o en el mejor de los casos hacia la cárcel y la discriminación, cuando tienen la suerte de llegar con vida a los suelos del “paraíso europeo”. Los africanos muertos el 3 de octubre habían partido un año y medio antes y habían hecho un extenso recorrido, si se recuerda que la distancia entre Eritrea, situada en el Mar Rojo, e Italia es de unos 3.500 kilómetros. Eritrea es un país situado en el puesto 181 entre los 187 que componen el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. Apenas tiene agua. Sus habitantes escogen Italia como destino, porque este país los colonizó a finales del siglo XIX y algunos de ellos hablan italiano.
Es muy probable que la tragedia y el sufrimiento de estos inmigrantes haya tenido el siguiente recorrido: luego de pagar entre 400 y 2.000 € a las mafias de traficantes de personas fueron metidos en camiones que atravesaron Sudán y Libia por el desierto. Ese trayecto duró varias semanas y cuando llegaron a Libia tuvieron que esperar más de un año para partir a Italia. Durante ese tiempo trabajaron como peones para conseguir los últimos euros con los que podrían pagar su travesía hacia Europa. Desde algún puerto libio, como el de Misrata, por ejemplo, partió el desvencijado barco repleto de inmigrantes, uno junto al otro compartiendo un estrecho espacio, como en la época de la esclavitud, que a los pocos días naufragó y se hundió 40 metros bajo el mar, y con él la carga humana convertida en una vil mercancía.
Algo parecido podríamos decir de “La Bestia”: el tren de la muerte que miles de latinoamericanos toman cada año para alcanzar la frontera del sueño norteamericano…y de tantas otras Lampedusas del mundo.
3. ¿QUÉ SE PUEDE DECIR DESDE LA BIOÉTICA?
El fenómeno migratorio tiene claras implicaciones éticas que van desde el respeto a la dignidad de la persona humana hasta el compromiso de todos por establecer un régimen social mediante el cual esa persona sea respetada. El compromiso en favor de la vida de los empobrecidos es una de las actuaciones que desafían a la bioética, porque ahí se pone en juego la entraña misma de su razón de ser y su proyección práctica. Sería largo detenernos al respecto. Nos limitamos a presentar la urgencia de algunos principios fundamentales.
1. El primer principio es la inalienable dignidad de cada persona humana sin distinción por su origen racial, étnico, cultural, nacional, religiosa o condición sexual. Su fundamento reside en el valor intrínseco de cada ser humano, que le hace acreedor de dignidad y respeto. Además, cada ser humano es persona y se caracteriza también por su dimensión social, ya que ninguna persona existe por sí ni para sí sola, sino que halla su plena identidad en su relación con los demás. Tanto la dignidad como la sociabilidad de las personas miden la altura ética de cualquier grupo humano y de cualquier sociedad humana.
2. El segundo principio es la unidad básica de los seres humanos. Este principio significa que la humanidad entera, por encima de sus divisiones étnicas, nacionales, culturales y religiosas constituye una comunidad sin discriminación entre los pueblos que se mide por su grado de reciprocidad. Esta unidad exige que la diversidad esté siempre al servicio del afianzamiento de la misma unidad a través de la reciprocidad, que se puede comprobar fácilmente cada vez que se reparte ayuda internacional en casos de desastres.
3. Un principio capital, y no tan difundido como parece, es el de la hospitalidad. Surge de la capacidad de acoger al otro como “huésped”, es decir, de la actitud que predispone a ser “anfitriones” del otro. Se basa en la experiencia de “alteridad” donde se presenta “el rostro” del otro no como vecino ni cliente ni, menos aún, extraño y competidor, sino como “interlocutor” que solicita nuestra responsabilidad para acogerlo en su vulnerabilidad, en su desnudez, en su pobreza, en sus necesidades. En resumen, la hospitalidad brota de la ética misma…es connatural al ejercicio de la moralidad cotidiana.
4. Otro principio derivado de los anteriores es el de la solidaridad. El respeto a la dignidad humana, la unidad y reciprocidad entre los seres humanos, la hospitalidad…obligan a fomentar la acogida y la convivencia respetuosa, evitando cualquier tentación de rechazo o exclusión de los inmigrantes. De la misma manera que no es pensable la integración sin la alteridad, tampoco es factible ir contra la dominación y explotación limitándose a tratar de manera estética la diferencia y la diversidad. Si la solidaridad implica adherirse a la causa de alguien, entonces la actitud solidaria conlleva el deber moral de hacerse cargo y hasta de “cargar con” la situación de vulnerabilidad de los inmigrantes. Sólo de esa manera se harán creíbles el respeto a la dignidad humana, la unidad entre los seres humanos, su reciprocidad y su solidaridad verificadas en acciones concretas.
5. Los principios (y virtudes) de equidad y de justicia. La dignidad del emigrante es el fundamento de la igualdad, la justicia, la hospitalidad, la reciprocidad y la solidaridad que se le debe ofrecer y garantizar. Equidad y justicia son básicas para un justo desarrollo de los emigrantes y de sus familias. Como consecuencia, la actitud hacia los emigrantes se ha de manifestar en hechos concretos de justicia y de equidad. Por lo tanto, una respuesta adecuada al problema de la emigración ha de afectar tanto al lugar de destino como al lugar de origen respecto a la posibilidad real y al acceso objetivo de alimento, vivienda, trabajo, vestido, sanidad y educación, pues son éstas la prueba de la equidad y la justicia.
De todos modos, citando lo que dice A. Galindo (véase más abajo), en la actitud de Europa ante la emigración hay tres defectos que nos interrogan éticamente muy en serio : 1º) las políticas de los Estados han construido su Estado de Bienestar desde la centralidad del trabajo y el territorio nacional; 2º) el Bienestar se ha centralizado en cada nación, lo que conduce a considerar a los inmigrantes en clave mercantil: se les admite en la medida en que sirven como mano de obra; y 3º) haber reducido el problema inmigratorio a la cuestión jurídica de si son legales o ilegales o si tienen o no “papeles”.
Esos tres interrogantes demuestran hasta qué punto ha triunfado entre nosotros un tipo de vida, y una mentalidad, basada en la eficiencia, lo funcional, lo tecnocrático y, en el fondo, “lo útil” considerado como el quicio en torno al que gira el bien común. Y lo que ocurre es que por ese camino está aumentando el riesgo de sustituir democracia por gubernamentalidad, o sea, permanecer sumisos a las relaciones del poder vigente, no oponer resistencias y “dar la callada por respuesta”… lo que llevaría al predominio de lo meramente eficiente, funcional y tecnocrático por encima de lo ético y lo político. Por cierto que no ayuda nada en todo esto el creciente descrédito de la clase política. En fin… viene a cuento recordar aquí la distinción establecida por Max Weber sobre ética de los principios y ética de la responsabilidad.
Lo que exige la situación actual es la búsqueda de un compromiso entre ambas éticas, como señala D. Fernández Afis: «Más allá del cinismo político, de la mera aplicación de la razón práctica o de la absolutización en lo teórico de unos principios que luego no encuentran aplicación en las situaciones reales que hemos de afrontar, está la negociación y el compromiso propios de la sociedad democrática. En este sentido, si conseguimos reactivar lo político, rescatar esta esfera de su secuestro por parte de la gubernamentalidad y hacer efectiva su relación con lo ético, la inmigración en lugar de ser percibida como una fuente de conflictos empezará a ser contemplada por los ciudadanos como una parte de la solución al problema del envejecimiento de la población en la sociedad europea contemporánea».
Por mi parte añadiría, a modo de conclusión, el recordatorio de algunos de los derechos fundamentales recogidos en la Declaración de la ONU de 1948:
Artículo 1: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Artículo 2: Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona…
Artículo 3: Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.
Artículo 4: Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.
Artículo 5: Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.
Artículo 6: Todo ser humano tiene derecho, en todas partes, al reconocimiento de su personalidad jurídica.
Artículo 13: 1) Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. 2) Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.
El cumplimiento de esos derechos demuestra la medida de nuestra altura humana, ética y moral. El principio de justicia, que se resume en reconocer y conceder a cada uno esos derechos, se convierte así en la clave de la ética y en la prueba de fuego de la bioética. Con todo, en esta parte del mundo, los que andamos metidos en cuestiones de ética y bioética, pasándonos quizá de “listillos” en bastantes ocasiones, hemos de reconocer con humildad que por estas latitudes la conciencia moral se encuentra anestesiada…rodeada por cortezas de insensibilidad. Prueba de ello es que seguro que más de la mitad de nosotros, los listillos”, apenas nos acordamos ya del suceso de Lampedusa aun contando con que en su momento habíamos quedado impactados, pensativos y hasta avergonzados.
La sociedad occidental, con sus exquisitas costumbres de bienestar, incluso aunque estemos en crisis, goza de una especie de “jugos gástricos” especiales para digerir y olvidar pronto, sin ninguna clase de problema, la tragedia de Lampedusa y de las otras Lampedusas del mundo.
Si no invertimos por completo esta situación y su correspondiente mentalidad…ni la ética, ni la bioética, ni ningunos de sus exigentes principios, ni los derechos humanos pintan absolutamente nada, salvo que queden afectados nuestros intereses ¡Ah! ¡Demonios! Entonces sí que movilizamos todo el aparato mental, jurídico, político, ético y asociativo que nos rodea…Pena que mientras tanto sigan muriendo en Lampedusa… pena… y vergüenza.
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