• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

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Se emplea aquí post en su acepción general de «después», y en su significado más estricto de «publicado», para referirse a los post más leídos en este blog desde el 11 de abril de 2020

La ternura

La ternura 150 150 Tino Quintana

Un historiador bizantino del siglo V, Agatías, describió su época diciendo que «toda la humanidad estaba trastornada». Hubo muchos autores que dijeron cosas similares.

Hay quienes arreglan estos «trastornos» eliminando a los culpables que, hoy en día, según sople el viento, serían los ucranianos, los rusos, los palestinos, los judíos, los iraníes… los discapacitados, los emigrantes… Es el principio de la razón de la fuerza.

Otro modo —inusual— de afrontar esas situaciones es la ternura: la capacidad de las personas para ser sensibles, delicadas, dulces, afectuosas, acogedoras… Aquí, la vida no es el lugar del poder sobre los otros, sino el espacio del encuentro y del don para los otros.

Esto no es un espejismo. Es una utopía. Una bellísima y razonable utopía práctica.

Actualmente, sentados encima de un polvorín, hay que proclamar la utopía de la fuerza de la razón cordial y del amor. El amor es cuidar. Así de simple y de profundo. Una actitud básica ante la vida que se concentra en la expresión: «¡Heme aquí!» (Emmanuel Lévinas).

El analfabetismo emocional, fuente de conductas agresivas, antisociales y antipersonales, cuartea al ser humano, fragmenta el mundo y llena la sociedad de tabiques.

El mundo necesita dosis continuas de ternura: detalles, miradas, besos, caricias, abrazos…

Esta actitud impulsa a estar más “por” alguien que “contra” alguien, a utilizar las velas del propio barco de tal manera que se pueda navegar “contra” el viento y, a veces, incluso, a abrazar el dolor para que no duela tanto.

«Para la ternura siempre hay tiempo», decía el nombre de un álbum musical de 1986.

¿Para qué sirven los niños y los ancianos? Para cuidarlos, o sea, para volvernos cuidadosos y cuidarnos unos a otros. La ternura es otro nombre del cuidado.

Quizá por eso me ha dicho hace unos días mi nieto por primera vez, mientras le acariciaba: «Te quiero, abu». Aquella noche, cuando me acosté, sonreí feliz y me quedé dormido.

¿Sed de qué?

¿Sed de qué? 150 150 Tino Quintana

La sed es gana y necesidad de beber. También significa apetito o deseo ardiente de algo para suavizar la aridez de la vida diaria. Pero, sed, ¿de qué?

¿De llegar a otros planetas? No tengo esa necesidad. ¿De poder? No siento esa sed. ¿De riqueza? Para qué ¿De ser inmortal? Debe ser muy aburrido.

¿De paz? La siento de veras y lamento que no estemos de acuerdo en lo que significa. Me gusta, sobre todo, la paz interior. Ya tuve suficientes jaleos.

¿De justicia? Mucha sed, pero soy incapaz de saciarla. La sequía agrieta mi lengua. Soy parte de la lógica mercantilista que aumenta cada día las víctimas de la injusticia.

¿De felicidad? En abstracto es un mito. Tengo muchos momentos felices con mi nieto.

¿De saber? Tengo sed permanente para degustar lo que sé y lo que aprendo, imitando aquello de Tomás de Aquino: «se habla de la sabiduría como de una ciencia sabrosa» («Dicitur sapientia quasi sapida scientia», II-II, q.45, a.2). El saber (sapere) contiene sabor (sapor). Para mí, leer un libro, escuchar música, sentarse a ver el mar o contemplar los valles, montañas y bosques de Asturias, por ejemplo, es como beber néctar de dioses.

¿De amor? Claro que sí, pero sin adjetivos, para no estropearlo. Quien se interesa por mí o me envía un emoticono para que sonría; quien después de haber tenido un día horrible dedica unos minutos a escucharme; quien tiene la confianza de preguntarme: «¿qué te ocurre?, ¿estás triste?»; quien ve lo que me pasa solo con mirarme a los ojos y dice: «¿cómo puedo ayudarte?» … esa persona me quiere y yo a ella.

A mí todavía me apacienta la mirada de mi madre. Es una sed especial, insaciable.

El barquero

El barquero 150 150 Tino Quintana

Dice Miguel Ángel Asturias, en Hombres de maíz, que «hay tristezas que abrigan». Es cierto: producen calor y bienestar. En cambio, las alegrías fortalecen y refuerzan.

En ocasiones me imagino que soy Amiclas, aquel pobre barquero a cuya desvencijada cabaña llamó una noche oscura César, a quien no conoció, que le pedía pasar a la otra orilla del mar en medio de una gran tormenta (Lucano, Farsalia). Lo sensato era renunciar al viaje y volver atrás, pero creyó en la confianza que transmitía aquel desconocido.

Siempre me ha fascinado el oficio de barquero: una buena metáfora de la vida.

Hay alegrías íntimas, rodeadas de estremecimientos y escalofríos, que, aun así, reclaman eternidad: «Aquel que ha sentido una vez en sus manos temblar la alegría / no podrá morir nunca», ha dicho José Hierro. «Llegué por el dolor a la alegría», dijo en otro lugar.

He sentido con frecuencia ese tipo de alegría temblorosa. Desearía haberla prolongado como si no tuviera fin. Es una experiencia que nos hilvana a unos con otros, deja rastros a quienes nos siguen, reconforta, consuela y da calor: abriga.

A lo único que tengo miedo es que un día alguien me diga «te quiero» y yo solo pueda responder con los versos del citado Premio Cervantes 1998 (Cuaderno de Nueva York):

«Yo sé que te he querido mucho,
pero no recuerdo quién eres».

Me queda la esperanza de que, en ese momento, alguien me diga: «Te quiero, aunque no sepas quién soy», y añada a continuación, igual que César a Amiclas: «Ten confianza en mí». Así se lo dije algunas veces a mi hermano. Todos los barqueros lo merecen.

Un metro cuadrado

Un metro cuadrado 150 150 Tino Quintana

Si me dijeran que debo arrancar las malas hierbas de cientos de kilómetros a la redonda, dejaría caer los brazos y diría: «Esto es una empresa imposible. Nunca lo conseguiré».

Pero si me dijeran «Mira: tú tienes un metro cuadrado. Tenlo limpio de hierbajos, siembra ahí buena semilla y cuídalo». Eso parece insignificante, pero es factible.

No se trata de arreglar el mundo, ni la ciudad, ni el barrio, ni la comunidad de vecinos, ni buscar aplausos o popularidad. Nada de eso. Ya se dijo en muchos lugares, como en la Antígona de Sófocles, que «actuar por encima de nuestras posibilidades no tiene sentido».

Así que mejor sería decir esto: «Mira, no puedo dedicarte la vida, ni la semana, ni todo el día, pero sí una tarde a la semana, cinco días al año, un par de horas más al día… para estar contigo, reírnos juntos, cuidarte… Es solo un metro cuadrado, pero te lo doy».

En tiempos donde abunda la bulimia de medios y la anorexia de fines, reconforta saber que hay infinidad de personas anónimas que no pasaron su vida llenando inútilmente de agua toneles con agujeros, como las Danaides, sino regando su metro cuadrado de cosas buenas. En tal sentido es ilustrativo leer el siguiente texto de George Eliot (Mary Ann Evans):

«… el efecto de su ser en los que tuvo a su alrededor fue incalculablemente expansivo, porque el creciente bien del mundo depende en parte de hechos sin historia, y que las cosas no sean tan malas para ti y para mí como pudieran haber sido, se debe en parte a los muchos que vivieron fielmente una vida oculta, y descansan en tumbas que nadie visita».

He conocido a muchas de esas personas: hacen el mundo mejor sin saberlo ellas mismas.

A mi nieto

A mi nieto 150 150 Tino Quintana

Te vi por primera vez cuando medías 14 mm. Después pude observarte por medio de un ecógrafo, escuchar los latidos de tu corazón y mirar cómo bostezabas en el vientre de tu madre. Y ahora ya estás aquí en esta otra casa que te iremos haciendo entre todos.

Me dijeron que al principio tenías algo de prisa, pero, luego, te retrasaste un poco. A mi me parece que lo que pasó fue que te dedicaste a “cucar” por algún agujerín para ver lo que había fuera y, al comprobar el panorama, dijiste: “¡Uf! ¡Cómo está esto! Yo no salgo. Aguanto un poco más”.

Tengo muchísimas ganas de estar contigo, aunque sólo sea para contemplarte en silencio. Me imagino a tu lado viéndote descubrir el mundo, sonriendo con tus zalamerías o admirando tu asombro ante la vida. Me gustaría contarte tantas y tantas cosas… A veces pienso que no voy a tener tiempo suficiente y entonces siento tristeza, nostalgia.

Eres el mejor regalo que he recibido en mi vida; el oxígeno que permite respirar; el pequeño universo por el que podré viajar día y noche; la fuente que llenará mi casa de color y de sonidos diferentes. Eres quien mejor puede garantizar los motivos y las razones para continuar viviendo. Eres como un La Mayor, el acorde final del Nocturno Nº 10 de Frederic Chopin ─bueno, ya te diré cosas de este señor─ un acorde que suena claro, brillante, rotundo, lleno de expectativas.

Estaré orgulloso cuando des tus primeros pasos y digas tus primeras palabras o cuando señales con los dedos las cosas, igual que hacían los habitantes de Macondo de García Márquez ─también te hablaré más delante de este señor─. Te protegeré con mi debilidad, te abrazaré con mis escasas fuerzas, te besaré con mis labios temblorosos, te arroparé para verte dormir.

Quiero transmitirte, sobre todo y por encima de todo, paz y seguridad cuando te cojas de mi mano, cuando te estreche contra mi pecho, cuando te acurruque entre mis brazos.

Escalarás mi cuerpo muchas veces; tirarás de mis gafas y de los pocos pelos que me quedan; babearás mi cara, vendrás a dormir a mi cama, llenarás mi habitación de los sugerentes perfumes de tus dodotis; conseguirás tirarme al suelo y te levantarás cientos de veces mientras yo intentaré levantarme una sola vez. En resumen, te vas a hacer mi dueño, mi dulce y pequeño dueño.

Ahora sólo queda “abuelear”, como me ha dicho hoy uno de mis mejores amigos. Y, de paso, llevar un caldero colgado del cuello para ir echando mis propios baberos. La dificultad es que padezco de cervicales y algunos problemas de espalda. A ver cómo lo puedo solucionar.

Olvidaba decirte que eres el niño más guapo del mundo entero, el más guapo con diferencia y sin duda alguna. Es imposible que haya en este planeta una criatura tan linda como tú. Te lo digo yo que soy tu abuelo o, mejor dicho, porque soy tu abuelo.

Creo que es propio de los abuelos mostrar que cada bebé es un tesoro incalculable, un valor irrepetible, único e intransferible, un futuro hecho realidad, una esperanza, una persona. A los abuelos nos toca apostar por la humanidad de sus nietos.

A estas alturas de mi vida ya no pido más. Así que «Gracias a la vida que me ha dado tanto…» ─no olvides preguntarme alguna vez por la autora de esta letra─ Si te gusta te la cantaré cuando quieras.

Te queda un largo trayecto por recorrer. Deseo que te suceda lo mejor y te quedes con lo bueno. Ojalá algún día puedas escribir a tu nieto una dedicatoria mucho más hermosa que ésta.

Cuídate mucho. “Te quiero, te cariño y te beso”, como me decía tu madre cuando era niña.

Acaba de decir una amiga de la abuela, mi esposa, que “un nieto es un ataque profundo de amor”. Eso es.

Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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