Según la información actualizada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades del gobierno norteamericano, hay unas cuantas variantes clasificadas y definidas de la Covid-19. Acaba de aparecer una nueva catalogada como B.1.1.529 y llamada “ómicron”. A este paso se acaba el alfabeto griego pronto.
El apretón que le acaba de dar al dichoso bicho está llenando de porquería las cotizaciones en bolsa, la evolución de los mercados, la recuperación económica, obliga a cerrar fronteras y vuelos desde ciertos países… Parece que el bicho ataca de nuevo.
Convendría no poner la carreta antes que los bueyes, o, dicho de otro modo, alarmarse sin motivos justificados. En cualquier caso, vamos a necesitar suerte y cuidado durante las próximas semanas en las que, como siempre, será decisiva la voz de los científicos.
Las vacunas son eficaces y continuarán mejorando, la responsabilidad individual y las medidas colectivas han funcionado, el progreso de la ciencia sigue siendo imparable, las cosas aprendidas serán útiles en el futuro, y, así todo, resulta imposible quitar de la vista algunas cosas manifiestamente estúpidas y cínicas que nos adornan de cuando en vez.
En África, la cifra de vacunados no llega al 8% y algunos países apenas han visto una aguja de jeringuilla, como sucede en Burundi con el 0,0025% de vacunados. Apenas tres de cada 100 personas han sido completamente vacunadas contra la covid en los países más pobres del planeta, según la Universidad de Oxford.
Los países ricos, incluidas sus empresas farmacéuticas, siguen acumulando diagnósticos, tratamientos, vacunas, mientras sus ciudadanos bailan en discotecas, se manifiestan en las calles reclamando libertad para vivir contagiados y tienen el privilegio de recibir en un par de horas su Certificado Covid Digital cómodamente sentados en el salón.
El éxtasis de la libertad a costa de la igualdad es detestable, obsceno e injusto.
Por otra parte, el juicio moral hecho hace algunos meses por los europeos del norte sobre la conducta de los del sur, dedicados según aquellos a la juerga y a la pandereta, se vuelve como si fuera un bumerán contra su propio tejado. Los pobretones del sur han cumplido mayoritariamente sus deberes frente a la covid, con sosiego y disciplina, frente a los sesudos, austeros y muy protestantes nórdicos que dan la espalda a la evidencia científica y ponen en riesgo su salud y la de todos. Nos basta con dejar constancia del hecho. Conviene tomar buena nota para no juzgar la moralidad de nadie sin ton ni son.
El discurso “nadie está a salvo hasta que todos estemos a salvo” debería ser una norma.
Como ha dicho estos días un periodista, “parecemos cínicos, pero creo que, simplemente, somos estúpidos” (Gonzalo Fanjul, en El País). Yo más bien pienso que de Londres a Madrid, pasando por París y Berlín, somos cínicos y estúpidos. Y si nos pica al leerlo, nos rascamos, cosa esta que suele ser útil de vez en cuando.