En sentido estricto, la palabra “decálogo” significa diez mandamientos referidos habitualmente a los seguidos por el judaísmo y el cristianismo, aunque, en un sentido más amplio, se aplica también al conjunto de normas o consejos que, aunque no sean diez, son básicos para el desarrollo de cualquier actividad. Así pues, y a sabiendas de que su cumplimiento tiene que ver con la vida moral, es frecuente relacionarlo con múltiples ámbitos de la vida en general.
Aquí presentamos dos modelos que contienen razones y motivos suficientes para dar qué pensar y cómo actuar. Uno de ellos es de Bertrand Russel y, otro, muy reciente, es de dos mujeres (Lucía Taboada y Raquel Córcoles) que nos ofrecen diez pautas para no vivir amargados, puesto que, en realidad, eso no es sólo triste…es que no merece la pena.
I. UN DECÁLOGO LIBERAL
Bertrand Arthur William Russell (1872 – 1970) ha sido un filósofo, matemático, y escritor británico, conocido sobre todo por su influencia en la lógica-matemática y, también por su activismo social y su carácter polémico. Alumno y profesor del Trinity College, su obra más difundida ha sido Principia Mathematica, publicada en 1900 conjuntamente con Alfred North Whitehead. En 1950 ganó el Premio Nobel de Literatura “en reconocimiento de sus variados y significativos escritos en los que defiende ideales humanitarios y la libertad de pensamiento”. Para mayor información véase, por ejemplo, The Bertrand Russell Research Centre (McMaster University-Canadá)
El 16 de diciembre de 1951, Russell publicó en New York Times Magazine un artículo titulado «The best answer to fanaticism: Liberalism«, donde exponía al final un decálogo que, según él, todo profesor debería desear enseñar a sus alumnos. Posiblemente tal decálogo no sea una enseñanza completa en sí, pero enseña los pasos necesarios que toda persona ha de intentar dar para encontrarse con la razón y alejarse de todo tipo de supersticiones y creencias sin fundamento alguno. El propio Russell hacía una introducción diciendo que lo presentaba para dar a conocer “la esencia de la perspectiva liberal y sin la intención de reemplazar los Diez Mandamientos, más bien de complementarlos si ello fuera posible”.
Nota: Por mi parte voy a reproducir esos diez mandamientos y, bajo cada uno de ellos, los comento siguiendo a Ricardo T. Ricci, “Bertrand Russell y sus diez mandamientos”.
1. No te sientas absolutamente seguro de nada
No sentirse seguro de nada no equivale a vivir en la duda agónica, sino a la actitud de vivir la vida acompañados por la incertidumbre, la necesidad de preguntar y la ayuda de los demás. Tiene mucho que ver con el “sólo sé que no sé nada” de Sócrates, es decir, con la auténtica sabiduría. Karl Popper ya nos decía aquello de que “Quizás yo no tengo razón y quizás tú sí la tienes [decía], pero, quizás también, estemos equivocados los dos” y podamos juntos llegar a un acuerdo aproximándonos más a la verdad.
2. No creas conveniente actuar ocultando pruebas, porque terminan saliendo a la luz
Ocultar las pruebas del conocimiento es absurdo. Cuando las hay, siempre aparecen. Es la esencia del espíritu científico y, en general, el quid de la búsqueda intelectual, el eje de la aspiración para conocer y saber. Así pues, este mandamiento es válido y saludable para recorrer el camino de la vida diaria.
3. Nunca te desanimes a pensar, porque seguramente tendrás éxito
Ponerse a pensar no es fácil, y quizás ahora menos que en otras épocas, porque, quien se decide a hacerlo advierte que cualquier forma de pensamiento libre y creativo es víctima de la enorme cantidad de ruidos circundantes que nos impiden pensar. Aquello que escribió Pascal de que la desgracia de los hombres tiene que ver con el no saber quedarse a solas en su habitación, es ahora más verdad que nunca. De todos modos, la recomendación de Russell tiene sabor a sano optimismo, a confirmar el inquebrantable tesón del ser humano que, con enormes aciertos y lamentables desaciertos, ha impulsado la ineludible necesidad de pensar…y pensar bien.
4. Cuando te encuentres con una oposición, incluso si viene de tu esposo/a o hijos, esfuérzate por vencerla con argumentos y no con autoridad, pues la victoria que depende de la autoridad es irreal e ilusoria
Cualquier opositor puede convertirse en un verdadero estímulo para la argumentación siempre que las divergencias contribuyan al conocimiento, entre otras muchas cosas. Pero el ser humano no es pura razón. La vida está repleta de emociones y sentimientos. La actitud de reprimirlos atenta contra la más básica higiene mental. «El corazón tiene razones que la razón no entiende» (Pascal) y, además, sacarlas a la luz, sobre todo si viene de los más cercanos, enriquecen la vida, o sea, la humanizan. Pero lo que parece un grave error es dedicarse a golpear la oposición y el disentimiento simplemente por el hecho de que nos creamos “la” autoridad. El peso de la autoridad se apoya en evidencias corroboradas, en argumentos convincentes y, sobremanera, en la integridad personal. He ahí por qué la victoria basada en la autoridad es no sólo ilusoria e irreal, como dice Russell. Yo me atrevería a asegurar además que, si está basada en la fuerza, es aterradora, destructiva y radicalmente inhumana.
5. No tengas respeto por la autoridad de los demás, pues siempre se encuentran autoridades contrarias que se pueden encontrar
Russel parece estar refiriéndose a ese tipo de autoridad que impide tanto la propia creatividad como el decidir por nosotros mismos. Así ocurre hoy con el poderío que ejercen sobre nosotros la moda, el consumo y la tecnología, hasta el punto de que “nos piensan”. No respetar la autoridad de los demás, como dice Russell, quiere decir, a mi juicio, que los argumentos de autoridad pueden no ser determinantes ni concluyentes, pero que carece de lógica empecinarse en desoírlos porque siempre termina apareciendo alguno ante las propias narices. No tenerlos en cuenta demostraría una actitud prepotente y temeraria, pero darles excesivo valor puede llevarnos a desertizar la propia razón y a paralizar el conocimiento. La experiencia y los consejos de los expertos son muy relevantes, por ejemplo, pero no pueden ir en contra del propio camino que cada uno va trazando a base de conocer y contrastar otras autoridades.
6. No uses el poder para reprimir opiniones que consideres perniciosas, pues si lo haces las opiniones te reprimirán a ti
El hecho de exponer y compartir nuestras opiniones con los demás constituye, en sí mismo, un proceso de aprendizaje y sociabilidad, modula nuestro comportamiento y nos ayuda a ser más asertivos y respetuosos con los puntos de vista ajenos. En cambio, la utilización de cualquier clase de poder para imponer las propias opiniones sobre las de los demás, por considerarlas perniciosas, como dice Russel, es una grave equivocación. Y lo es más aún si están basadas en desconocimiento. Sólo el conocimiento probado sirve de base para ofrecer opiniones y contrastarlas con las de los demás. La paciencia, la escucha, el diálogo y la humildad son aquí virtudes destacadas. De lo contrario, podría suceder que las opiniones de los otros terminen reprimiendo las nuestras.
7. No temas ser excéntrico en tus opiniones, pues todas las opiniones aceptadas ahora alguna vez fueron excéntricas
Somos excéntricos cuando afirmamos o hacemos algo que se sale de los cánones habituales. Los avances en las ciencias, por ejemplo, los hacen quienes tienen ideas nuevas, inspiraciones que alteran el orden constituido de tal modo que parece que se va contracorriente y que, por eso, parecen excéntricas. La educación a la que estamos habituados premia pocas veces la creatividad, la originalidad y la innovación. Premiar la memorización, la producción en cadena y la ley del menor esfuerzo, no es suficiente. Ser excéntrico, es decir, haberse salido del centro habitual, permite ver las cosas desde perspectivas diferentes y a menudo originales. Salirse del centro permite además, una nueva valoración de sí mismo y del mundo. Ambas condiciones favorecen la novedad, la originalidad, la creatividad y la innovación, como decíamos antes, pero nada tiene que ver aquí con tener un carácter raro o extravagante, aunque lo parezca.
Aceptar el disentimiento, la opinión contraria, los argumentos opuestos, implica valorar la inteligencia del otro y, además, valorar nuestra propia inteligencia, porque en esa situación adquirimos la capacidad de reconocer y aprender de nuestros propios errores. Es entonces cuando tomamos conciencia de que no somos sin los otros y de que sólo somos ante los otros, en particular ante los diferentes y discrepantes, cuando caemos en la cuenta de que vivir es convivir a base de establecer acuerdos entre discrepancias y oposiciones. Hace posible aproximarnos a objetivos comunes y aceptar mínimos compartidos para vivir juntos. Nos impulsa a mejorarnos constantemente y, sobre todo, a reconocer nuestros límites como una condición del ser humano.
9. Muéstrate escrupuloso en la verdad, aunque la verdad sea incómoda, pues más incómoda es cuando tratas de ocultarla
Como dice Ricardo T. Ricci, la verdad se opone a la mentira y a la simulación; a la hipocresía; a la jactancia; a la falsa humildad; a la adulación; a hablar con ligereza; al juicio temerario, a la maledicencia, a la calumnia, la simulación, la duplicidad, a las posturas superficiales que conducen a fórmulas o actitudes vacías o a la imitación de otras personas. Sea cual sea la posición que se adopte ante el complejo problema de saber qué es la verdad, cuáles son sus características, cómo se puede alcanzar…parece ser que es decisiva para llevar adelante la vida y la convivencia, porque incluso negar de plano su existencia es incurrir en la contradicción de reconocer que esa es la verdad. Por eso aunque sea incómoda admitirla, es todavía más incómoda ocultarla.
10. No sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la felicidad
Es demasiado presuntuoso juzgar acerca de los paraísos de los otros, y demasiado arriesgado incluirlos en la categoría de los necios. Russel nos dice al respecto: no tengas envidia de nada. Los paraísos de ruidos estridentes y de luces cegadoras, de risotadas estentóreas y de colores chillones, suelen estar vacíos. Esos pueden ser los paraísos de los necios. La gloria fugaz, el prestigio dudoso, el regodeo del poder o la felicidad del tener, son arrogancias, presunciones, envanecimientos y, sobre todo, necedades. Si en alguna vez creemos haber alcanzado un paraíso de esa clase, quizá sea sólo necedad y, a la larga, una ceguera para vivir.
Pero, ¿Qué felicidad? Russell lo resume en una de sus obras (La conquista de la felicidad, Austral, 14ª ed., Madrid, 1997, 221-226). Está convencido de que la felicidad se concentra en la vivencia de cosas sencillas como la casa, la comida, la salud, el amor, el éxito en el trabajo y el respeto de los seres queridos. Sin embargo, el núcleo de la felicidad reside en evitar el egocentrismo, es decir, aquellas pasiones, afectos e intereses que conduzcan a encerrarnos en nosotros mismos. El miedo, la envidia, la sensación de pecado, el desprecio de sí mismo y la propia admiración, son los deseos o pasiones más egocéntricas que nos impiden ver y abrirnos al mundo exterior, afirma Russell. Y si aparece alguien pregonando su propia felicidad, pongamos ojo avizor y hagamos caso A Russell: evitemos la envidia y pongámonos a construir nuestro espacio de felicidad sin alharacas ni agravios comparativos. Y, por encima de todo, tengamos en cuenta los infinitos matices de una vida inmersa en la complejidad, la incertidumbre y la búsqueda incesante de la felicidad, la justicia y el bien. En suma, “no sientas envidia de la felicidad de los que viven en el paraíso de los necios, pues sólo un necio pensará que eso es la felicidad”.
II. UN DECÁLOGO PARA DEJAR DE AMARGARSE
Lejos del tiempo y la forma en que se expresaba Bertrand Russell, hay otros modos de orientar la vida feliz basándose en criterios más prácticos, pegados a lo cotidiano, llenos de sentido común, que ponen de relieve el valor inconmensurable del ser humano y la primacía de cada persona sobre cualquier tipo de cosa que poseamos, por muy valiosa que sea. En nuestro tiempo es frecuente focalizar la felicidad en la apariencia, el éxito a cualquier precio, el afán de perfección y, como consecuencia, el olvido de la limitación, la dependencia y la imperfección como tercas compañeras de la vida que debemos asumir.
Precisamente hace poco tiempo, Lucía Taboada y Raquel Córcoles, publicaron un libro titulado Dejar de amargarse para ImPerfectas (Planeta, Barcelona 2014), donde analizan lo que preocupa a las mujeres —el amor, el físico, la salud, el trabajo y el futuro— ofreciendo un plan de 21 días que combina ejercicios mentales y físicos. El objetivo es lograr el punto intermedio entre la pluscuamImPerfecta que nos consideramos y la pluscuamperfecta que podríamos ser para otra persona. «La ImPerfecta es el punto a dónde tenemos que llegar para dejar de amargarnos». A través de cinco personajes, entre los que se encuentran la ImPerfecta que somos y la ‘saboteadora interior’ que llevamos dentro, las autoras han logrado dar forma a este manual en clave de humor, elaborado con ayuda de libros de psicología y de experiencias personales y ajenas.
La ImPerfecta es «una representación de todas», aseguran las dos autoras, que con este libro pretenden reivindicar la imperfección y entenderla como algo natural para todos sin excepción. «Nosotras creemos que nos imponemos y nos imponen una perfección y un ideal que no existe: tanto la sociedad, como los medios de comunicación, la publicidad, el trabajo e incluso nosotras mismas», explica Taboada. «Si intentas alcanzar ese ideal, sólo puedes amargarte porque es físicamente imposible conseguirlo en todos los sentidos», apunta Córcoles. Taboada recuerda, además, que esas imperfecciones son «a la vez lo que nos hace especiales y nos distingue de los demás». Un consejo que vale para mujeres y hombres, quienes quizás puedan tener algún día, también, su versión para ImPerfectos, algo que las autoras no descartan.
Mientras tanto, ¿Cómo podemos todos, hombres y mujeres, vivir sin amargarnos? Córcoles y Taboada lo resumen en diez claves o pautas para vivir más felices (en este caso los comentarios son de las propias autoras):
1. Desterrarás el “no puedo”
Hasta la estación espacial internacional.
2. Eliminarás el filtro negativo
Y comprobarás que todo se puede ver con otras tonalidades.
3. Te activarás
Empezarás descargándote una aplicación en tu móvil llamada “deja el móvil”.
4. Dejarás de comparar
Para eso ya está el perro de los seguros.
5. Aceptarás la incertidumbre
Y disfrutarás el presente.
6. Te amarás a ti misma sobre todas las cosas
Con autoconfianza, no con un ego del tamaño de Alaska.
7. No dejarás que el trabajo absorba tu vida
Siempre y cuando quieras tener una vida más allá del trabajo.
8. Pensarás en grises
Porque ser extremista es todo menos positivo.
9. Dejarás de buscar síntomas en Google
Especialmente de forocoches… o de enfermedades.
10. Pasarás tiempo consigo misma
Felicidades. Ya puedes poner que estás en relación contigo en Facebook (aunque a veces sea complicada)
Y hasta aquí hemos llegado esta vez, amigas y amigos. Espero que la práctica de esos mandamientos, o al menos algunos de ellos, contribuyan a vuestra felicidad.