Lo asesinaron el 25 de agosto de 1987. En uno de sus bolsillos llevaba una lista con los amenazados de muerte y la copia de su puño y letra de un poema atribuido a Borges. El primer verso del poema, titulado Aquí. Hoy, dice así: «Ya somos el olvido que seremos».
Héctor Abad Gómez (1921-1987), colombiano de pura cepa, fue muchas cosas, pero, sobre todo, fue padre, médico y luchador por los derechos humanos.
Lo adoraban sus hijos a los que apretujaba y cubría de besos siempre que tenía ocasión. Estaba convencido de que el mejor método de educación es la felicidad: «Si quieres que tu hijo sea bueno, hazlo feliz … mimar a los hijos es el mejor sistema educativo … la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años, es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres».
Era un médico respetado y admirado ─y envidiado─, que soñaba con ser sanador de la polis, “poliatra”, como él mismo decía, comprometido a intervenir en las causas más profundas de la salud pública y entregado al cuidado de los que más sufrían con sus particulares dolencias personales, económicas o familiares.
Reivindicaba los mismos derechos para todos, empezando por los más pobres, lo que le llevó a convertirse en un incordio para quienes se sentían señalados por su denuncia. Cayó víctima de la epidemia más pestífera que puede padecer una sociedad: la eliminación de “cerebros” o de cualquiera que moleste. Este tipo de virus sólo se puede superar con amor, sabiduría y bondad, tres dosis de una vacuna imposible de sustituir: humanidad.
En Medellín (Colombia) hay una Institución Educativa Héctor Abad Gómez: “Educación en valores humanos”.
Héctor Abad Faciolince, su hijo, que quería a su padre con un amor que nunca volvió a sentir hasta que nacieron sus propios hijos, publicó un libro póstumo suyo, Manual de la tolerancia, donde dice cosas como las siguientes:
«Las grandes revoluciones se hacen primero en la conciencia de los hombres.
» El racismo es un síntoma de intolerancia, de temor y defensa de lo que es diferente.
» El mero conocimiento no es sabiduría. La sabiduría sola tampoco basta. Son necesarias la sabiduría y la bondad para enseñar y gobernar a los hombres».
La inmensa mayoría de nosotros, al cabo de unos años, si hay salud y suerte, vamos a ser un recuerdo de quienes nos aman. Visto desde esta perspectiva, como el tiempo vivido es tan corto, ya vamos siendo, poco a poco, el olvido que seremos.
Parafraseando un texto del poeta Gregorio Gutiérrez González (┼1857), también colombiano, podríamos aplicar a Héctor Abad Gómez la imagen del cocuyo tropical ─la luciérnaga─ que, huyendo de la luz, la lleva consigo para alumbrar en la noche.
Es esa una bella imagen para caer en la cuenta de que la tarea de fijarse metas distingue a los seres humanos. Lo importante no es sólo tratar de alcanzarlas, que también, sino luchar por ellas. Es probable que ahí resida una de las claves para no limitarse a vivir en una melancolía crónica, pensando, únicamente, en el olvido que seremos.
Nota para cinéfilos: me han dicho que la película de Fernando Trueba, “El olvido que seremos”, es muy recomendable.