Hace unos veinte siglos, dejaron escritas las siguientes palabras en el libro del Apocalipsis: «se hizo en el cielo silencio como de media hora».
En octubre de 2015, Microsoft diseñó en su sede de Redmond (Washington) «el lugar más silencioso de la Tierra», una habitación anecoica cuyas paredes absorbían todas las ondas sonoras sin reflejarlas. Consiguieron bajar el ruido de fondo a -20.6 decibelios.
Téngase en cuenta que el límite del oído humano está en torno a 0 decibelios, la respiración produce 10 decibelios y el susurro genera 30 decibelios.
No hace falta llegar al silencio apocalíptico ni al de Microsoft, pero no vendría nada mal callarse todos durante cinco minutos de vez en cuando. Bastaría con que no hubiera tráfico, ni móviles, ni explosiones, ni truenos, ni conversación.
¿Qué nos pasaría? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Cuáles serían sus consecuencias?
Quizá percibiríamos con más fuerza los latidos del corazón y el flujo de la sangre; veríamos el claroscuro de la existencia; valoraríamos más la vida interior; oiríamos el sonido del alma y de la mente; y nos sentiríamos vivos… quien no se siente vivo resbala hacia el vacío.
«Los ríos más profundos son siempre los más silenciosos», dijo Quinto Curcio Rufo (s. I).
«Cada distancia tiene su silencio» … «La belleza necesita silencio» (Antonio Gamoneda).
Pararse a reflexionar, sin ruidos, actualiza lo que dijo Sócrates: «Una vida sin examen no tiene objeto vivirla». Sería un buen antídoto para los que convalecemos de conciencia.
«El silencio pervive
mejor que las palabras en el aire».
(Jorge Andreu)