En tiempos de vértigo y turbulencias, «la verdad es que / grietas / no faltan», decía Mario Benedetti. Pero en ellas, a veces, brota vida. Sucede también en mi sencillo jardín.
Mi nieto ha desarrollado las técnicas del escondite. Ahora se pone detrás de una puerta de cristal y, mirando para otro lado, dice: «¡marché!». Y, cuando su abuela y yo interpretamos la pena de no encontrarlo, grita desde su cristalino rincón: «¡estoy aquí!».
Al margen de esa logística de última generación, llama cuando me necesita: «¡Abu, ven! ¡Abu, ven!». Y yo lo tomo en mi regazo, o de la mano, o pintamos con colores, o hablamos con los animales de una granja que estamos formando, o vemos cuentos o hacemos el ruido de las motocicletas, o se sube al triciclo y salimos a ver el mundo… o dormimos.
Y, al contar estas cosas, me pregunto, como Hölderlin, «¿Para qué poetas en tiempos de penuria?». Creo que para seguir encontrando sentidos a la vida, por ejemplo, que no es poco. Voy a decírselo a ustedes de otra manera con unos versos de Teresa Garbí:
«Tres flores han brotado en una grieta
de mi casa.
Las riego: son mi jardín.
Tres flores perseveran para salvar
al mundo».
En mi caso, valen una vida, desde luego: mi pequeña vida.