Ante la guerra, yo no soy neutral. De entrada, ya digo NO. Todavía hay demasiado olor a inmundicia bélica procedente del siglo XX y de la actualidad: Libia, Siria, Yemen, Etiopía… Y aún hay más razón para condenar la invasión de Ucrania si es cierto que las fuerzas nucleares rusas se han puesto en “régimen de especial servicio”.
Es una evidencia que las geopolíticas y las geoestrategias han marcado el rumbo de la historia, pero los arrebatos “macro” de Moscú, Bruselas Washington, Pekín, y sus correspondientes oligarquías, contienen la misma esencia en distintos frascos: manipulan la información, la libertad, crean desigualdades… Casi seguro que yo no escribiría ahora exactamente lo mismo si estuviera viviendo en Kiev.
Por tanto, ¿es razonable confundir a Putin con Rusia? Más aún, ¿prescindiríamos de la calefacción por negarnos a recibir el gas ruso como protesta a la invasión de Ucrania?
Vladímir Putin no es un ejemplo de demócrata, ni de líder comprometido con la igualdad social, ni de respeto a las disidencias. Basta recordar su desprecio genocida hacia los chechenos. También creo que este nuevo zar es, en cierta medida, producto de la arrogancia, la prepotencia y la agresividad de los líderes occidentales. Tampoco la OTAN es, precisamente, un club de Hermanas de la Caridad: además de participar en la guerra de Afganistán (2001-2021), arrojó más de 9.000 toneladas de bombas en la antigua Yugoslavia durante la década de los años 90 del siglo XX.
Visto lo visto, no estaría nada mal la desaparición de todos los ejércitos del mundo, entregar el dinero de su presupuesto a dar de comer a la gente de África ─un continente, por cierto, cuyas fronteras son fruto de la avaricia colonizadora de Europa, EE.UU. y la URSS─ y dedicar las fábricas de armas a producir medicamentos genéricos. Lo que pasa es que no hay organismo mundial capaz de consensuar tal acuerdo internacional.
La violencia y la guerra no solucionan conflictos. Los aumentan y los generan. Creer que la violencia puede dar paso a una sociedad no violenta es absurdo, por contradictorio. Creer que la paz es resultado de la guerra, una locura, porque los vencedores ─si en realidad los hay─ jamás cuentan con los vencidos. Éstos se convierten, simplemente, en objeto de silencio, represión o exterminio. Basta recordar los trece soldados ucranios de la Isla de las Serpientes, asesinados por la Armada Rusa antesdeayer, porque no quisieron rendirse.
La ciudadanía es quien paga los “efectos colaterales”, porque siempre pierden los pueblos. Digo bien, sí, los pueblos, los cientos de miles de desplazados o de soldados ucranios y rusos que andan estos días a tiro limpio. En la vida diaria, la gente se relaciona de otra manera diferente a las decisiones de los líderes, los oligarcas y las estrategias bélicas.
Esta vez me quedo con Tácito: «Donde siembran la desolación, lo llaman paz».
El texto completo es el siguiente: «Auferre, trucidare, rapere, falsis nominibus imperium, atque ubi solitudinem faciunt, pacem appellant», es decir: «A robar, asaltar, asesinar, lo llaman con falso nombre imperio, y donde siembran la desolación, lo llaman paz». (Vida de Julio Agrícola, 30, 4). No necesita comentarios.