El Valle del Silencio está situado a los pies del Pico Tuerto y la Aquiana, en los montes Aquilanos, en la comarca de El Bierzo, España. Allí fueron a vivir numerosos eremitas, desde el siglo VII, buscando el retiro para escuchar la voz interior.
Se dice de uno de aquellos eremitas, San Genadio, que estaba meditando en su cueva y no conseguía concentrarse debido al murmullo del río, así que, golpeando con su cayado, dijo: «¡Cállate!». Y el río dejó de hacer ruido.
El silencio es el ámbito de la escucha, de la comunicación, de las respuestas; permite escuchar palabras sin voz, contemplar rostros sin rostro, dar besos sin labios, pensar ideas sin libros; hace posible entrar dentro de uno mismo y conocerse, porque, en última instancia, «la palabra es el resumen del silencio», como decía Roberto Juarroz.
Yo siempre he creído que la música existe no sólo porque hay instrumentos, sino porque hay silencio. La novena sinfonía de Mahler, por ejemplo, exige continuar escuchando en completo silencio sus últimos acordes sin el sonido directo de la orquesta.
Pero hoy vivimos inmersos en el ruido por fuera y por dentro. Sí. Demasiado ruido.
Por eso les pido a ustedes que lean con calma estos versos de García Lorca:
«Oye, hijo mío, el silencio.
Es un silencio ondulado,
un silencio,
donde resbalan valles y ecos
y que inclina las frentes
hacia el suelo».