Ya no recuerdo cuándo dejaron de llamarme “niño” o “guaje” o “guajín”, como decimos en Asturias. La primera vez que me llamaron “caballero”, en lugar de “chico” o “chaval”, pillé un mosqueo considerable. La siguiente vez que me dijeron “señor”, en lugar de “caballero”, el tema se volvió complicado. Pero el día en que me cedieron el asiento del autobús, diciendo “siéntese, por favor”, la cosa se puso muy seria. Así que niño, chico, caballero, señor, “siéntese” …
Sin embargo, antes de ir sentado en el autobús municipal, dediqué muchas energías a la investigación. Aprendí a ser “ratón de biblioteca”, una expresión que hizo popular a mediados del siglo XIX Carl Spitzweg en su obra Der Bücherwurm (Ratón de biblioteca). Fue una verdadera gozada. No me había dado cuenta de que sabía tan pocas cosas, ni de que apenas se puede decir casi nada nuevo. Además, en caso de decir algo, dependes por completo de lo que ya han dicho otros. Para pensar hay que dialogar.
Viví entonces entregado a descifrar una serie de temas relacionados con “la lucha por la vida” en un determinado período histórico y con unos resultados que aquí no procede exponer. Me llamó, entonces, la atención el hecho de que, con ese mismo título, había publicado Pio Baroja una famosa trilogía suya (La busca, Mala hierba y Aurora roja), cuyo personaje principal, Manuel, pasa la vida luchando por vivir con un sentido que no consigue alcanzar. Hay varios comentarios suyos que jamás olvidaré: «siempre habrá momentos malos que lleguen a tu vida, los buenos tendrás que ir a buscarlos … para llegar lejos en la vida no es necesario correr, lo importante es no detenerse nunca».
Pero hubo algo más hondo que confirmó intuiciones anteriores. Al margen de su composición genética o química, la vida es la vida de cada ser vivo singular. Y la vida humana es la vida de cada ser humano con nombre propio, pero no porque posea nombre sino porque es irrepetible. La vida humana, además, está a la intemperie. Por eso es vulnerable e interdependiente. Esto es un hecho empírico. Covid-19 lo está demostrando hasta la saciedad.
Con el paso de los años fui identificándome con versos de Pablo Neruda: «Me gusta cuando callas porque estás como ausente… / Y me oyes desde lejos y mi voz no te alcanza: / Déjame que me calle con el silencio tuyo… / Una palabra entonces, una sonrisa bastan…»
Volviendo al principio. La verdad es que desde el asiento del autobús municipal se ve el panorama de otra manera. Aquel “siéntese, por favor”, fue decisivo. Hay cosas que antes parecían insignificantes y ahora adquieren valor, como la palabra, el silencio, la sonrisa, la mirada. Hacen el mundo más humano, un término éste nada fácil de definir, por cierto, pero nos entendemos ¿verdad que sí?