• Ha llegado usted al paraíso: Asturias (España)

«Un poco de luz»

«Un poco de luz»

«Un poco de luz» 150 150 Tino Quintana

Aún anda por aquí el virus que nos ha dejado conmocionados y estamos asistiendo, pasmados, a una guerra cercana que nos rodea de pesadumbre. Hay otras guerras en apagón informativo: 7 años en Yemen con el 80% de su población (24,1 millones) en grave peligro de supervivencia y 5 años en Siria con el 10% de su población muerta o gravemente herida, por citar algún ejemplo.

En cierta ocasión, Mafalda, muy enfadada, le preguntó a su padre: «¿Papá, por qué funciona tan mal la humanidad?» Y ella misma añadió: «¡Que paren el mundo, quiero bajarme!». Es una imagen plástica y ocurrente, porque dan ganas de hacerlo, pero resulta poco práctica.

Decía Kant que el único principio universal de la ética que carece de defectos es la «buena voluntad»: la buena voluntad ─añado yo─ para favorecer la proximidad y suprimir distancias; para entenderse y buscar acuerdos; para ser sensibles y compasivos sin descartar a nadie. Nadie sobra.

Pero nos enredamos en vueltas y revueltas de ideas y razonamientos, mientras hay gente que se sigue matando y a la que matan, o sea, mientras vamos olvidando la buena voluntad y el mínimo ético que la sostiene: preservar vidas, proteger vidas, salvar vidas. Nada es posible sin vivir. Sucede, sin embargo, que hay situaciones paradójicas hasta el paroxismo donde hay que matar para vivir.

En el caso de Ucrania, donde se van acumulando los muertos por no cuidar la vida, se dice que el líder ruso es un nacionalista obtuso, que el líder norteamericano es un cínico, que los líderes europeos son unos fantasmas, que los costes energéticos de un lado, que las grandes superpotencias de otro, que la comprensión geoestratégica, que la explicación geopolítica, que el nuevo orden multipolar, que la guerra de la información, que el instinto de agresividad, que las leyes para entrar en la guerra, que las leyes durante la guerra, que la filosofía de la guerra, que la ética de la guerra…. Y vuelta a empezar.

¿Qué es lo que se nos está escapando, entonces? ¿De qué vivimos descuidados? ¿Estaremos ciegos? Son preguntas de Nicolai Hartmann, al principio de su Ética, que siguen siendo actuales.

Hay un fragmento Heráclito (siglo V a.C) donde se relacionan tres palabras: «ethos anthropos daimon». Lo habitual es traducir “ethos” como morada o casa, espacio abierto a los demás y al mundo donde el ser humano se encuentra con lo extraordinario ─los dioses buenos o malos─; también significa carácter, modo de estar y de ser, destino que se forja con las propias acciones.

Cuenta Aristóteles que fueron unos forasteros a ver a Heráclito para conocerlo. Hacía frío y lo encontraron en su casa calentándose junto al fuego. El viejo filósofo los miró y, viendo que dudaban, los invitó a entrar y les dijo: «también aquí se encuentran los dioses».

Aquellos visitantes buscaban sensaciones nuevas y quedaron decepcionados. Pensaban, quizá, que Heráclito les daría alguna idea deslumbrante para cambiar el rumbo de la humanidad, pero sólo vieron a un anciano que los invitaba a hacer cosas ordinarias: entrar y calentarse junto al fuego. Buscaban lo extraordinario fuera de lo ordinario, en lo extravagante, y se confundieron.

Carecemos de humildad para sentarnos juntos alrededor del fuego. Tenemos la convicción ─errónea─ de sentirnos moralmente superiores a los demás. Seguimos siendo extraños unos de otros porque no compartimos los mismos relatos. Preferimos aparcar en el propio “yo” en vez de salir y sumar fuerzas para hacer un mundo habitable y justo ─ El beneficio lo es todo, asegura Noam Chomsky─. Continuamos sin ponernos de acuerdo sobre qué debemos hacer, porque, en el fondo, tampoco estamos de acuerdo en qué es lo valioso en la vida. Y así nos va.

Somos proclives a cultivar el dios maligno que llevamos dentro. Deberíamos confiar en el “daimon” bueno de Heráclito, que sigue hablando, mezclado con otras mil voces, y quizá no lo distinguimos. Habría que liberarlo, escucharlo y compartirlo. Nos sugerirá un nuevo carácter, un modo de ser, un ethos bueno para vivir en casa: la Ciudad, el Estado y la Casa común planetaria.

Esto sigue siendo un sueño, y «los sueños, sueños son», según Calderón de la Barca, pero señalan una dirección. No necesitamos portentos, sino un poco de luz. Sólo un poco de luz en la casa:

«Yo no te pido que me bajes
una estrella azul
sólo te pido que mi espacio
llenes con tu luz».
(Pablo Milanés)

Es más humano pedir «un poco de luz y no de sangre», como dice Cervantes en El coloquio de los perros. Una señal de esperanza. Un poco de luz para todos. Sólo un poco de luz.

Tino R. Quintana

Profesor de Ética, Filosofía y Bioética (Jubilado)
Oviedo, Asturias, España

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