El latinajo del título habla de la «verdadera alegría». Podríamos echar mano de Schiller y Beethoven (Himno a la alegría), o de Benedetti (Defensa de la alegría), o de Pablo Neruda (Oda a la alegría), o de Goytisolo (Palabras para Julia) …. Pero no es necesario acudir a tan distinguidos autores.
Mucho más que sentimientos de júbilo, de risas y sonrisas —que también lo es, sin duda alguna—, la verdadera alegría se condensa en un estado duradero de calma, serenidad y sosiego, después de haber cribado múltiples y variadas experiencias.
Tiene muy poco que ver con la euforia institucional, el prestigio social, el éxito, la fama, la fortuna o el chiste fácil, que solo producen gozos momentáneos.
Surge cuando uno mismo cae en la cuenta de que vivir es convivir y, a la vez, vivir en favor de los demás, sean estos parientes, vecinos, extraños y hasta enemigos.
Aunque parezca una paradoja, esa alegría es una cosa seria, no porque ande uno por ahí con gesto adusto, semblante seco y tieso o ademán severo y distante —cada cual anda con lo que es—, sino porque muestra de manera objetiva, sin doblez ni disimulo, las entrañas del ser humano. Produce una satisfacción interior que es «virtud y salud del alma», diría Francisco de Asís.
Por eso creo que «la verdadera alegría es una cosa seria (res severa verum gaudium)», como escribió Séneca en una de sus Cartas a Lucilio.
Y, para disfrutarla, entre las bambalinas de la vida, me quedo con un verso de Fernando Pessoa:
«Sentir como quien mira. Pensar como quien anda…».